"Tirarse al vacío es algo que cualquier artista debería poder permitirse"
Texto: Kepa Arbizu
Fotografía (1): Aitor Mendilibar
Fotografía (2): Xabier Ojinaga
Decía José Ortega y Gasset que la negación solo era válida cuando significaba el camino hacia una nueva afirmación. Y eso precisamente parece encubrir el nuevo disco de la banda bilbaína Vulk ("Vulk ez da" /"Vulk no es", Montgri, 2022), que si bien no altera sustancialmente su propuesta, basada en un febril y rabioso postpunk, atruena con mayor contundencia incorporando matices y quiebros.
Envueltos en una particular lírica -apartado en el que se han pasado al euskera- de áspera ironía y ruda simbología con la que observar tanto sus instintos como el ruido que les rodea, el cuarteto consigue configurar así un imponente y crudo trabajo que nos sigue haciendo albergar la esperanza de que el rock and roll pueda ser todavía a día de hoy un huracán de incontrolables consecuencias.
Hablamos de todo ello, y de algunas cosas más, con uno de los responsables directos de la trepidante base rítmica que ostenta la banda, concretamente con su bajista, Alberto Eguiluz.
Las primeras noticias que tuvimos de las canciones de este “Vulk ez da” fue en el espectáculo multidisciplinar que ofrecisteis en noviembre dentro de la programación del festival ZINEBI en Bilbao, ¿las canciones nacieron con la idea de dar forma a dicho espectáculo o como un disco convencional?
Alberto Eguíluz: Siempre que componemos lo hacemos con la única pretensión de hacer canciones, es una vez que ya sumamos un número considerable de ideas cuando nos planteamos el disco. Pero nunca hemos pensado en un álbum conceptual, o al menos no partiendo de un concepto concreto, eso viene después, cuando una vez compuestos varios temas, das un paso atrás y ves lo que tienes.
Han pasado cuatro años desde vuestro anterior trabajo, ¿ha significado una época de reflexión dentro de la banda respecto hacia dónde quería ir?
Alberto Eguíluz: El disco estaba compuesto desde antes, y parte de todo ese tiempo que hemos tardado ha sido por culpa de la pandemia. Nosotros a nivel personal sí hemos aprovechado este parón obligado para reflexionar, para analizar qué estábamos haciendo con nuestras vidas y, más allá de qué queremos hacer, cómo queremos hacer las cosas en el futuro.
Manteniendo vuestras señas identificativas (unas bases rítmicas poderosos y guitarras cortantes), el disco amplia los márgenes de ese post punk apostando a su vez por un sonido menos brumoso y más nítido e intenso , ¿os consideráis una banda en continua evolución?
Alberto Eguíluz: Por supuesto, no tendríamos otra forma de concebir el proyecto. Aunque desarrollemos las ideas a conciencia y nos tomemos el tiempo necesario para llevarlas a cabo, estamos siempre buscando algo nuevo dentro de nosotros mismos, aunque repitamos herramientas y estética.
Dentro de ese sonido también la forma de cantar se diluye menos entre la maraña sonora para saltar a un primer plano, ¿ha sido una decisión tomada conscientemente o una consecuencia natural?
Alberto Eguíluz: Más bien ha sido algo totalmente natural, nos hemos dejado llevar en todos los momentos del proceso a la hora de hacer este disco, observando qué beneficiaba más a las canciones a nuestro modo de verlo. También es verdad que el cambio al euskera ha supuesto un cambio en la manera de cantar y de contar cosas.
Esa es una de las grandes novedades, el cambio al euskera, que por lo que dices ha influido en la forma de afrontar las ideas que contar..
Alberto Eguíluz: Sí, cantar en inglés puede llegar a despersonalizar y que las letras acaben abordando lugares comunes con menos interés simplemente porque “suena mejor”, tampoco creo que seamos un grupo que canta “I love you, baby”, pero sí que pasar a a cantar en un idioma más propio hace que el mensaje sea más directo y que surja desde más adentro.
Ya en el disco anterior había alguna pieza cantada en euskera, ¿se trataba del inicio de la transición a cambiar de idioma o ha sido algo más espontáneo para este disco?
Alberto Eguíluz: Simplemente estábamos probando, conscientemente, eso sí, pero probando al fin y al cabo. Quiero decir que en aquel momento no estábamos pensando si el próximo disco iba a ser en euskera, simplemente lo hicimos. Casi todo lo que hacemos en la banda sale del propio momento, no somos de planificar mucho de cara a proyectos futuros, bastante tenemos con los actuales y con tratar de vivirlos intensamente, y sobre el futuro ya se verá.
Más allá de la influencia del euskera en las letras parece dejar también su rastro en referencias musicales locales como Lisabo, Inoren ero ni, Dut... que da la sensación de manifestarse con más nitidez...
Alberto Eguíluz: Totalmente, aunque la música en euskera nos ha gustado siempre, por ejemplo bandas como Kortatu, BAP!, Eskoriatza, Negu Gorriak, Lisabö, Dut, Zarama… Por eso precisamente no ha supuesto un shock para nosotros cantar en euskera, mucha de las cosas que escuchamos y nos gustan están interpretadas en ese idioma. Al final todas estas bandas beben (y bebemos) del “rock” importado de Estados Unidos y Reino Unido, pero lo estamos tratando de hacer a nuestra manera.
El disco ha sido grabado en analógico y en directo pese al sonido tan cuidado y espectacular que transmite, ¿en un formato de grabación así, se llevan los temas muy bien preparados y ensayados o precisamente se trata de ensalzar la improvisación?
Alberto Eguíluz: Sin duda hemos necesitado la experiencia de estos años de tanto tocar, grabar, ensayar, girar… para llevar a cabo una grabación como ésta. Ensayar mucho, y ser consciente de lo que tocas, hace que cada error que cometes parezca una genialidad, y que todo se compacte.
Una vez llegados a este punto de seguridad en nosotros mismos nos da la libertad de tirarnos al vacío, algo que cualquier artista debería poder permitirse, pero a veces la inexperiencia, ver que otros lo hacen mejor, etc. puede echarte para atrás.
Siempre habéis hablado de la importancia que ha tenido en la banda a todos los niveles la entrada del batería Jangitz, ¿cuál ha sido su gran aportación?
Alberto Eguíluz: Sobre todo el tiempo que puede dedicarle al grupo. Los ensayos han sido claves para este disco, hemos estado una buena temporada ensayando muchísimo, a veces la banda al completo, a veces las instrumentales y otras veces solo bajo y batería.
También está aportando mucho a nivel logística y proyección para nuevos proyectos, está muy conectado con la escena musical.
Lo que no cambia como elemento característico de Vulk es la rabia que transmitís, ¿es un grupo de rock la vía de escape para soltar esa furia?
Alberto Eguíluz: Sin duda, tocar en directo con un público entregado puede convertirse en un ritual muy catártico, a la vez de una experiencia muy física. Encima del escenario te puedes permitir muchas cosas que en una situación normal no podrías: dar un salto, generar un volumen atronador, gritar… La suma de todo esto es de las cosas que más nos desahoga.
Luego, debajo del escenario, intentamos ser gente agradable, la mala leche no sirve para nada.
El concepto del álbum, desde su "negación" en el título, es un cúmulo de sentimientos contradictorios (amor, alienación, individualismo, solidaridad, amistad, miedo...) ¿Representa ese choque de sensaciones un motor creativo para la banda?
Alberto Eguíluz: Supongo que el mundo en el que vivimos es contradictorio, y tenemos que aprender a vivir ahí. Algunos hechos son absolutos, pero a veces no sirve de nada entenderlos, y resulta una mejor manera de afrontarlos dejándote llevar.
Desde luego en la banda lo sentimos así, no bajo el relativismo, pero sí aprendiendo a comprender conceptos complejos -con más de una cara- que pueden ser contradictorios. Es una manera de aceptarnos a nosotros mismo y al mundo que nos rodea.
En momentos diferentes del disco cantáis ”Todos vasallos” y “la vida nos ha engañado y nos ha metido en la rueda”, ¿es posible salirse de esos mecanismos de control o a lo máximo que se puede aspirar es a intentar sobrevivir?
Alberto Eguíluz: Que no se entienda como que esas afirmaciones, u otras, son un mensaje unidireccional. Estamos lanzando preguntas que principalmente nos hacemos a nosotros mismos, como cualquiera en una situación cotidiana de su vida. Son parte del camino de la eterna reflexión. No somos un grupo de proclamas políticas.
Llama la atención que en “Amodioa Kartzelan”, elijáis para retratar una historia de amor el entorno de una cárcel, ¿es una metáfora de las condiciones externas en las que tenemos que materializar nuestras relaciones afectivas?
Alberto Eguíluz: Cuando te van sucediendo cosas en la vida, estableces paralelismos y comparaciones con otras situaciones. En concreto la sensación de “cárcel” o “prisión” es algo que cualquiera puede sentir cuando está enfermo, cuando una pandemia te obliga a quedarte en casa, cuando está enamorado pero no es recíproco o cuando tienes que ir a trabajar.
La portada escogida para el disco destaca por su sobriedad pero al mismo tiempo por su elegancia y belleza, ¿cómo surge esa idea de plasmar el título tallado en madera y cuál es la significación que esconde?
Alberto Eguíluz: Dimos varias vueltas hasta llegar a ese resultado. El punto de partida fue el de hacer algo que no hubiéramos hecho hasta ahora. Nos gustaba la idea de plasmar el título del disco en un soporte físico y vimos las connotaciones que esto podía tener, por ejemplo, si lo tallábamos en piedra iba a tener tintes lapidarios, pero la madera es un material vivo, donde tallas el nombre de la persona de la que estás enamorada, pero que también puedes quemar.
El resultado final parece que ha tenido unas connotaciones de homenaje al arte y la artesanía vascos que no perseguíamos, seguramente el cambio al euskera haya favorecido a este vínculo, claro.
Tengo la sensación de que más allá de un grupo musical al uso hay en vuestra manera de afrontar esta unión como un punto de encuentro donde evolucionar también como personas, un elemento de aprendizaje...
Alberto Eguíluz: Totalmente, la música es de lo mejor que hay, pero muchas cosas que le rodean también: conocer gente a través de ella, viajar, trabajar… Es otra manera de conectar con este mundo y aprender de él.