Por: Javier Capapé
Comenzaré lanzando una afirmación valiente: sin “Godzilla” no hubiese existido “Cuando te muerdes el labio”. El resultado y las alegrías que dieron a Leiva una de sus mejores canciones, aparecida en “Nuclear”, son el germen de este nuevo disco del de Alameda de Osuna, parido bajo la concepción de tener un claro protagonismo femenino. No es exactamente un disco de duetos, aunque también, es toda una experiencia sonora donde la impronta femenina es su razón de ser. Partida y fin en sí mismo. Y si relaciono este disco con la canción “Godzilla” es porque en ésta se imponía la personalidad de Ximena Sariñana por encima de la frágil voz de Leiva y la potencia de Bunbury, en una composición redonda por sí misma, pero engrandecida por esas voces y ese crescendo final que la hizo imprescindible en sus repertorios desde el momento mismo de su concepción. Quizá con la experiencia de contar con su amiga Ximena para redondear esta canción nació la semilla de un disco donde las voces que acompañasen a Leiva fueran el plato principal. Aunque él mismo diga que el germen de estas catorce canciones está en su mano a mano con Daniela Spalla (con la canción que da título al lote) yo quiero creer lo otro, que fue Ximena y la maravilla cocinada a seis manos llamada “Godzilla” quien tuvo la culpa. También pudo tener algo de responsabilidad el atreverse a estar acompañado de forma continua por los coros de Patricia Lázaro en su última gira (aunque lamentablemente no esté entre las colaboradoras del presente disco), lo que le hizo tratar de amoldar a una nueva tesitura vocal sus composiciones para vestirlas con más gusto. De hecho, en muchas de estas catorce canciones la aportación femenina se reduce a poco más que unos gustosos coros, lo que podría reforzar la hipótesis de que la experiencia en su gira con Patricia tuviera parte de culpa en el resultado final de este “Cuando te muerdes el labio”.
La mayoría de estas catorce canciones son breves, aportando justo lo necesario, sin llegar a cansar por repetir la misma fórmula. Ahí reside su verdadero encanto, pues siendo todas ellas “muy Leiva” se transforman por momentos y nos seducen por otros derroteros sonoros fruto de la experiencia musical de sus colaboradoras, ya que según dice el madrileño, ha tratado de amoldarse a sus estilos y son ellas las que le desvían del pop-rock más puro que tanto domina para llevarle a otros terrenos más latinos y a la vez más arriesgados para su público habitual.
“Iceberg” empieza meciéndonos con ese deje tan característico del madrileño unido a una solitaria guitarra eléctrica conmovedora. Fer Casillas entra suave. Acompaña, aporta profundidad, pero sin quitarle protagonismo a Leiva. Le deja una estrofa, pero es Leiva el que destaca todo el tiempo, en una canción lenta al más puro estilo del de Alameda de Osuna, todo lo contrario que “Flecha”. Elsa y Elmar aporta coros a esta fantasía disco puro años setenta con pulso atrayente y adictivo (esas cuerdas que hacen el riff). El solo de guitarra también destaca, pero es su bajo, en la línea del “Miss You” de los Stones, el que la viste y conduce de la mejor manera posible. Leiva nos muestra así que es capaz de atreverse a salir de su zona de confort, aunque no por mucho tiempo, ya que con “Infinitos” volvemos a reconocer claramente sus costuras, esta vez acompañado de Zoe Gotusso.
Natalia Lacunza imprime modernidad a “Premio de Consolación”, pero gana cuando se impone Leiva con uno de sus característicos estribillos. Lacunza queda entonces en segundo plano hasta el final del tema, que recita en francés, aunque poco aporta al conjunto, salvo su pretensión de sonar más distinguido. “Stranger Things” le va perfecta tanto a Leiva como a Zahara. Las voces empastan a la perfección y la suavidad con la que la afrontan la coloca entre las mejores baladas del madrileño, al igual que “Histéricos”, el primer adelanto del disco, otro medio tiempo de valor seguro. Acierta en la diana con el lirismo vocal de Ximena Sariñana, con la que canta casi todo el tiempo a dos voces alejándose así del concepto de dueto y ganando puntos. La canción se redondea con esos bajos tan McCartney, convirtiéndose en una de las más Beatles del lote.
Como una nana comienza “Con el pañuelo en los ojos” para seguidamente transformarse en una ranchera futurista gracias a su pegada constante y a cierto toque espacial, pero ranchera al fin y al cabo, con el aporte justo de Gaby Moreno, que acompaña de fondo todo el tiempo al madrileño. Su final se vuelve pop con la magia de esos coros eternos a lo “Hey Jude” siempre tan efectivos. El espíritu latino se hace más presente si cabe con la participación de Natalia Lafourcade en “Diazepam”. La suavidad de sus cuerdas nos mece hasta el estribillo, dejándonos el corazón en un puño con los elementos justos. “A medio centímetro” parece sacada de las sesiones de “Let it be”. Flota de nuevo en ella el espíritu propio de los de Liverpool con ese bajo-violín Höfner y ese riff de guitarra tan Harrison. Ely Guerra pasa desapercibida porque su aportación se limita a unos coros puntuales bastante sutiles. Aquí destaca todo lo demás para asegurar que sobreviva a la criba cuando tenga que plantearse su presentación en directo.
Entre la California de los sesenta y la tradición brasileña se mueve “Peligrosamente Dark”, que resulta peligrosamente adictiva en la cálida voz de Silvana Estrada. Aquí vuelve a salirse del guión propio de Leiva y puede recordar en momentos de su parte final al preciosismo intimista de Drexler. Como antes apuntaba es el tema que da nombre al disco uno de los motivos que dieron origen a su alumbramiento. Daniela Spalla nos conduce por un corrido muy "sabinero", aunque el estribillo no pierde las formas de la mitad de Pereza. Una vez más la aportación femenina es más testimonial, reforzando así algunas de estas canciones como futuras supervivientes en el repertorio de Leiva en vivo sin necesidad de acompañarse siempre de sus colaboradoras del disco, algo que ya he señalado con canciones anteriores.
“Blancos Fáciles” es otro tema que suena a clásico instantáneo. Puede asemejarse a “Godzilla”, aunque al sonido que más se amolda es al de Quique González (ese piano tan hermano de “Calles de Madrid”). Quizá por eso haya optado por el acompañamiento de Nina de Juan, que presta su sedosa voz en los coros, pero lamentablemente queda algo en segundo plano. Una lástima no haber aprovechado más esta tremenda voz. “Inertes” resulta más juguetona con ese piano bien delante y esa melodía traviesa. Tulsa se desmarca en el estribillo, aunque sin llegar a brillar con luz propia, pero hay que reconocer que la canción gana por su diferencia con el resto, más equilibradas en el conjunto que ésta, que tiene más de salto al vacío, como “Flecha” o “Con el pañuelo en los ojos”. Además, el último minuto puede recordar a algunos pasajes de Pereza o al rock argentino del gran Fito Páez.
“Llegará” cierra el proyecto con Catalina García. Con la calma del trabajo bien hecho. Para cantar al calor de la hoguera a guitarra y voz, porque poco más le hace falta (además del canto de unos pájaros que les acompañan al comenzar y las cuerdas del estribillo en la mejor tradición del cantautor de siempre). Alejada del latir de Leiva salvo por las formas de su fraseo, se convierte en un regalo con marcada personalidad que da sentido al disco en conjunto.
Hay más aciertos que tropiezos en este “Cuando te muerdes el labio”. Un disco coherente, cocinado con distancia y grabado en pandemia bajo la dirección de Adán Jodorowsky, que dispone todos los elementos a favor de un Leiva generoso, que cede parte de su protagonismo para dar sentido a un proyecto pocas veces antes transitado. Sin embargo, sigue recayendo principalmente bajo las manos del madrileño la mayor parte del peso instrumental, salvo algunos aportes puntuales de su mano derecha César Pop o del baterista mexicano Pablo Cantú. Lo que sí que me ha parecido forzado y algo fuera de lugar es su edición física en porcelana, obra de Boa Mistura. Un artilugio que debe romperse para poder acceder al CD y las letras de las canciones, algo que no favorece su escucha fuera de las plataformas digitales, ya que si hay que romper el continente para acceder al contenido quizá haya muchos que se conformen con escuchar estas canciones en streaming y no hacer añicos el arte del disco. Pero, ¿qué es lo que verdaderamente debería importar en la obra de un músico? No creo que sea necesario responder a esta pregunta, por lo que la edición limitada de 4000 unidades en porcelana deja de cobrar sentido musical para convertirse únicamente en una obra gráfica. En mi humilde opinión, algo que no encaja, que le ha dado publicidad, pero que patina en su cometido principal. Aunque podemos perdonarle casi todo a nuestro particular “thin man”, que vuelve a atinar en el disparo, que convierte lo que podría ser un aburrido disco de duetos en un proyecto no solo atrevido sino por el que es difícil perder el interés a pesar de la cantidad de colaboraciones y, en definitiva, que permite descubrir a voces personalísimas que despertarán la curiosidad por sus propias carreras para aquellos que se acerquen por primera vez a ellas con este disco.