Neil Young & Crazy Horse: “Barn”



Por: Kepa Arbizu 

La historia de la música ya ha otorgado su puesto a Neil Young. Eso significa que nada de lo que haga, o vaya a hacer, podrá alterar su más que merecida posición en lo más alto del Olimpo del Rock. Pese a la imposibilidad de ser derrocado de tal trono, es de alabar, precisamente por eso, que el canadiense nunca haya renunciado a lo largo de su extensa carrera a continuar alimentando su productividad, ya sea por medio de apuestas más convencionales o buscando terrenos en los que innovar. Por supuesto, y como es lógico, ese dispendio creativo, y sobre todo si lo delimitamos en un tiempo reciente, no siempre ha logrado conquistar los resultados más óptimos, pero su empeño por llamar insistentemente a la puerta de su legión de seguidores supone, al margen de un encomiable ejemplo dada su veteranía, la más que factible posibilidad de encontrarnos todavía con destellos de su inconmensurable talento. 

Casi de forma unánime, las expectativas suelen recaer sobre aquellos intentos en los que Young suma su trote al de los Crazy Horse, por mucho que en sus filas ya no cabalgue Frank "Poncho" Sampedro , sustituido desde el anterior álbum, “Colorado”, por un Nils Lofgren al que le adorna una más que sobrada reputación. Pero ya sabemos que este norteamericano no se caracteriza por ceder ante las concesiones de nadie, y en diez años, el actual “Barn”, supone el tercer disco que ha presentado bajo dicha compañía. Solo con el mero hecho de hacer mención a ese caballo loco y su jinete uno tiene la sensación de que la electricidad y la emoción invade sus dedos, y que de alguna manera está siendo escriba de parte esencial de la música en estos últimos tiempos. Un peso que sin embargo no tiene por qué significar claudicar por ley ante su relincho sin antes examinar la calidad de las huellas dejadas. Y podemos ser lo exquisitos que queramos a la hora de negarnos a emparentar directamente este trabajo con su obra más excelsa, pero tampoco debemos negar que en él todavía persisten los suficientes vestigios de ese carismático y emocional sonido como para hacernos estremecer bajo su batuta.

No se me ocurre un título -explícito por si mismo- y sobre todo una portada como la elegida que resulten más aptas para reflejar el ambiente que promueve “Barn”. Porque eso es exactamente este álbum, un grupo de amigos tocando en directo en un viejo granero reconstruido con la intención de ser transformado en estudio de grabación. En ese contexto, la naturalidad y el espíritu casi amateur con que queda registrada su interpretación se sobrepone a cualquier posible desajuste técnico. Un “modus operandi” que al mismo tiempo es con probabilidad el culpable de que el tono mayoritario de las canciones, como es habitual divididas entre aquellas de formato más íntimo y las tocadas por la cólera eléctrica, nos sitúe, con contadas y destacadas excepciones, en un clima relajado, sensación que se intuye como reflejo de lo respirado al observar el paraje donde se congregó la mítica banda.

La particular forma de sonar la armónica que inaugura el disco nos sirve como señal de bienvenida al territorio Neil Young. Flanqueado por una no menos importante presencia del acordeón y esa manera de cantar sensible pero quebradiza, consiguen dibujar, mediante una evocadora mirada al reino de la naturaleza, la postal otoñal que es “Song of the Seasons”, donde se manifiesta ese cordón umbilical que une al músico con CSN&Y y del que nunca ha tenido intención de deshacerse. Aureola nostálgica que si bien en este primer episodio es tratada desde la mística sobriedad del trovador, en “They Might Be Lost” sufrimos la inmersión en esos abisales territorios a los que Young accede con una extremada facilidad.

Pero gracias a esa dicotomía de la que el canadiense ha hecho gala a lo largo de toda su carrera, sigue siendo posible atravesar las sombras más cerradas para casi sin solución de continuidad dejarnos llevar por la bucólica, y casi naif, carta de amor que es “Tumblin' Thru the Years”, en la que dará fe de tales sentimientos un juguetón ritmo de piano. Unas teclas que también compartirán esa dualidad para compaginar anhelos románticos con una pulsación con la que trasladarnos hasta ese espacio donde la noche se convierte en un ente tan real como simbólico y el humo, junto al ruido de los vasos, completan una sórdida banda sonora dominada por el boogie. Todo para, al mismo tiempo que recordarnos a esos Stones más beodos, dar forma a un “ Change Ain't Never Gonna” -némesis del canto optimista de Sam Cooke-, que más parece una improvisación en clave de blues, o en una inofensiva “Shape of You”, más centrada en loar las virtudes amorosas. El aroma a rock and roll no cejará en su empeño por dejar su rastro, aunque sea resistiendo en un segundo plano a la invasión de la punzante electricidad que se adueña de la ruda “Heading West” o haciendo de acompañante en el el desbocado grito rabioso que se impone en “Human Race”. Identidades adoptadas por unas guitarras que no renuncian, como es norma, a convertirse en el hilo conductor de una de esas clásica extensas epopeyas épicas, “Welcome Back “, en esta ocasión de cortante minimalismo, donde los silencios crujen casi con la misma fuerza que los envites sufridos por las seis cuerdas.

A pesar de recientes episodios no especialmente destacables, nadie en su sano juicio puede dar por muerto artísticamente a este músico canadiense. De igual manera, a estas alturas parece indudable que su alianza con los Crazy Horse sigue siendo el entorno más propicio para liberar sus amplias virtudes. Por eso puede que su actual trabajo, “Barn”, no vaya a codearse con sus obras capitales, pero de lo que no hay duda es que en pleno 2021 contamos con la suerte de tener entre las manos otro disco muy notable del genial autor. Un trabajo donde nos vamos a encontrar con muchos de sus talentos característicos, y pese a que renuncia a hacer aflorar su faceta más rabiosa y cruda en detrimento de un catálogo de canciones más moderado formalmente, esa es una ruta que maneja perfectamente y sabe hacerla desembocar en lo más hondo de nuestra alma. La infancia, el poder de la naturaleza, y su riesgo de destrucción, y por encima de todo el amor como ejercicio de salvación, son los sentimientos por donde transita bajo un trote nada desbocado esta institución que continúa honrando su nombre: Neil Young & Crazy Horse.