Por: Kepa Arbizu
Se trata de una historia conocida y muchas veces vista en el mundo de la música: integrante de una banda durante años que llegado el momento decide emprender un camino -con mayores o menores visos de perdurar- en solitario. Sin embargo, lo verdaderamente relevante para el oyente en estos casos es descubrir si tal emancipación es el resultado de un impulso artístico o un mero intento por situar su nombre en primer plano. Una incógnita que solo se resolverá comprobando si dicha apuesta es capaz de reportar un discurso propio que alcance más allá de lo ofrecido hasta ese instante en su participación grupal. Uno de los últimos casos, en nuestro entorno, en el que hemos asistido a esa iniciativa por plasmar esas ansias por desplegar un mundo individual, es el de Manu Gastado, uno de los pilares de la estupenda y prácticamente infalible banda cántabra Los Tupper, un lujoso currículum que inevitablemente le obliga, aunque sea de forma indirecta, a alcanzar un alto nivel.
Pareciera que una vez tomada la decisión de abordar este camino, el espigado músico, y también uno de los responsables del sello Sunthunder Records, encargado como es obvio de este lanzamiento, haya decidido llevarla hasta las últimas consecuencias, haciéndose cargo él mismo de ejecutar todos los instrumentos que aparecen, exceptuando la batería, en manos de Javier España. Una opción, que más allá de lo anecdótico que pueda suponer, tiene su importancia dado que una de las características que van a sobresalir en el sonido global del álbum es un tratamiento detallista y minucioso, pero trascendental, en el acompañamientos que acaba por definir cada canción. Una casi absoluta autarquía que sin embargo abrirá sus fronteras a una considerable lista de colaboradores puntuales, entre los que podemos encontrar por ejemplo desde Julian Elsie a Darrell Bath pasando por Íñigo Cabezafuego o su compañero de grupo Raúl Real. Una pléyade de invitados que más allá de sus aportaciones representan un reflejo de ese universo underground y talentoso que comparten con nuestro protagonista.
Si ya tenemos claro el contexto y antecedentes que nos han llevado hasta plantarnos frente a este “Kosmik Street”, queda lo más importante, conocer el paisaje que nos espera al adentrarnos en él. Sabiendo que las composiciones aquí contenidas llevan la exclusiva firma de Manu Gastado, el mérito principal que se las puede adjudicar es precisamente el indispensable: haber construido un recorrido marcado por unas pautas muy particulares que si bien son imposibles de desligar del todo a las expresadas por su banda, dada su condición de autor en ella, desde luego alumbran un territorio musical inédito, por lo menos de una manera tan profunda. Si hasta este momento le habíamos visto imbuido de referentes ligados al rock clásico, de amplio espectro, eso si, estas canciones actuales delatan la procedencia de ese hogar sin techos donde el pop fluye ensoñador y revolotea con grácil espíritu liberador, constantes atribuibles a nombres como The Zombies, Gene Clark, Strawberry Alarm Clock o Emitt Rhodes, o incluso a representantes más contemporáneos como Kevin Junior o Dave Kusworth, más allá de influencias, que también, camaradas tristemente perdidos en el camino.
Pero si de rastrear iluminaciones musicales que se avistan en el álbum se trata, una de las primordiales es la perteneciente a The Beatles. Señales procedente de los genios de Liverpool que posan sus secuelas desde un primer momento, porque si bien en la delicada y bellísima nostalgia que desprende “New Rising Sun” es menos evidente el rastro que nos conduce a ellos, su presencia se vuelve hegemónica en la juguetona armonía de “Blessing In Disguise” o en “Sweet Confusion”, donde podemos avistarlos ya inmersos en la marmita psicodélica. Un uso de teclados que seguirá reclamando su cota de protagonismo en piezas como “Carolyn”, que propicia acercarnos a los pocos momentos en que el rock and roll consigue romper esa coraza melódica a través de un intenso sabor a boogie, o por medio de una “Madonna’s Dream” en la que todavía asoman los “fab four” u otros genios británicos como los Kinks, quienes repetirán aparición en la cabaretera y humeante “Ruby Ruby”, canción que perfectamente, dicho de paso, podría encajar en “Hotel Debris”, disco propiedad de los Tupper.
Pese a esos momentos puntuales en los que el álbum adquiere una mayor desinhibición, aunque siempre guiada por una hipnótica brújula, es el intimismo y un carácter vaporoso los medios expresivos más abundantes. Tanto es así, que esa volatilidad , capaz de alcanzar cotas realmente sobresalientes con una grandiosa “The World Keeps Turning”, tomará visos de traspasar los cielos para conquistar el espacio y allí, con algunos giros que inevitablemente nos traen a la mente a un rey selenita como Bowie, deleitarnos con postales de romanticismo estelar de la talla de “Kosmik Overdose” o “Moonlight Girl”.
La figura casi pantocrática con la que se decora este trabajo debut, con su realizador abrazado con amorosa devoción a su guitarra, es una simple pero efectiva metáfora que nos remite a la esencia de la música, que no es otra que las propias canciones, en este caso alimentadas con el ingrediente del que están hechos los sueños. Porque por suerte todavía quedan “locos” solitarios que hacen de la música su más cercano aliado, de ahí que la decisión tomada por Manu Gastado -viendo el resultado final obtenido- de volcar su "yo" más íntimo solo pueda ser calificada como una experiencia sobresaliente. Unas melodías, surgidas de un universo onírico, que permiten a exiliados como él, o nosotros, estar a tiempo todavía de encontrar ese camino cósmico de baldosas amarillas por el que corretear al amparo del arco iris.