Por: Javier Capapé
¿Es “Hogar” un disco de banda o sería más correcto hablar de él como la catarsis de su creador, Mikel Izal? Desde el primer momento que estas canciones comienzan a invadir nuestros oídos viene a nosotros esta pregunta y no es fácil responderla, porque funciona perfectamente como un disco de grupo que quiere dar un giro de timón estilístico para exigir un esfuerzo extra a sus oyentes y también como un ejercicio de autoayuda o autoafirmación del creador de estos textos, pudiendo así entenderse como la obra de un solista en estado de gracia. Podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, que este “Hogar” es el disco más personal escrito por el capitán de este barco. En primera persona, alejado de lugares comunes y centrado en experiencias muy personales. Desde su apertura con “Meiuqér”, un canto desconsolado que pide reiniciar, empezar de nuevo tras una nube gris. Un renacer, de ahí lo de réquiem al revés en su título, tal y como lo explica su autor. Un réquiem del que nace nueva vida, porque hay en él mucha intención de cambio, de valentía. La canción, que puede funcionar para todos los oyentes como el reflejo de estos meses dominados por la introspección de la pandemia, es para su autor un canto tremendamente personal que le ayudó a afrontar un bache del que necesitaba salir y desprenderse para volver a sentirse vivo. El primer paso con el que comenzó a ver la luz y salir de un túnel que le atrapaba, creativa y personalmente. Y como esta canción, muchas de las que también conforman este “Hogar” funcionan como antídoto ante las adversidades, como medio para mostrar el corazón de su autor, además de ser ejemplo en el que vernos reflejados y que pueda servirnos para afrontar las múltiples estampas que se nos presentan en nuestro día a día.
Si “Meiuqér” nos sumerge en este trance personal, rápidamente “Inercia” confirma que éste va a ser un disco diferente, introspectivo y con un arriesgado cambio de rumbo sonoro evidente, para lo que ha tenido mucho que ver la producción de Brett Shaw (Foals, Florence + The Machine). Pero su cambio de timón no solo ha venido dado por su sonido, también por la forma de encarar el disco y de presentarlo a sus seguidores. Tras lanzar tres primeros temas como adelantos lo suficientemente distanciados en tiempo, decidieron dar la oportunidad a sus seguidores de adentrarse en el resto de estas canciones, una a una en la semana previa al lanzamiento, de forma que todas ellas fueran singles, que todas tuvieran 24 horas de exclusividad, tal y como ellos han expresado, para terminar con el lanzamiento de su tema capital y del disco en conjunto. Una estrategia que entraña riesgos, que les propició sonoras críticas, pero que les hizo desmarcarse siguiendo la senda que ellos desean seguir. Seguros de sí mismos y convencidos de que todos los aciertos y errores en su carrera les pueden hacer crecer.
Una vez hemos dado los primeros pasos en este disco tan personal, pero a la vez tan bien arropado por una banda al servicio de su protagonista más claro, comienza de verdad la traca con “Fotografías”, una canción de claro ritmo urbano y con un Mikel vomitando imágenes personalísimas sobre su ascenso y la fortuna de tener el trabajo que ama. Como medio de autoafirmación, de “saltar a la piscina sin saber si está llena”, de ver el vaso medio lleno para no caer y poder afrontar los tropiezos. El final es explosivo entre cuerdas y vientos, llevándonos en su caída hacia la más pausada “He vuelto”, donde asoman los Izal de siempre. Porque no nos engañemos, los esfuerzos por sonar diferentes con canciones como las que abren el disco les han valido severos juicios entre algunos de sus seguidores, a los que les costaba entender la necesidad de renovar el discurso del grupo más allá de lo que se esperaba de ellos. Y es que hay que alabar que Izal han demostrado no ser conformistas y desechar el continuismo cuando lo tenían todo y lo fácil era seguir la línea de “Copacabana” o “Autoterapia”. No, ellos han querido desde el principio desmarcarse aunque no les pusieran las cosas fáciles aquellos que aparentemente más les querían, y tal vez para estos dejen salpicado el repertorio de algunas canciones más clásicas, pero que destacan menos en el conjunto, como esta última.
“El hombre del futuro” suena como su nombre indica, con una base programada potente y un estribillo pegadizo. Un tema breve, pero intenso, que nos da justo lo necesario, antes de “Jóvenes Perfect@s”, con una batería inicial que recuerda a los Arcade Fire de “Funeral” y que con su letra se convierte en una canción con la que enarbolar las banderas de la pluralidad, el entendimiento y el respeto en los mejores festivales venideros. Puede rozar los clichés de la nueva canción protesta, pero no por ello deja de ser efectiva, regalándonos algunos grandes versos para la posteridad. Otra clásica tonada de la banda es “La mala educación”, con sus sube y bajas característicos, sus puentes suaves, sus quiebros y un estribillo marca de la casa donde Mikel se desgañita a gusto (nuevamente con vientos de apoyo), pero consigue lo que busca, porque sin darnos cuenta nos encontramos a nosotros mismos coreando ese “Sangras, ríes, lloras; tienes forma, masa, volumen y color”. Infalible. “Telepatía” se mueve cercana al característico tecno-blues-rock de Depeche Mode en sus estrofas, y lo cierto es que no se les da nada mal, contando además con elegantes sintetizadores incluidos en los estribillos. “Dobles” sin embargo es mucho más rockera. Derrocha potencia, quizá aquí aportada por la experiencia de su productor en discos como los de Foals, que podrían reconocerse en parte de su minutaje.Pero el verdadero sentido del conjunto lo encontramos al final con la canción que da título al disco. “Hogar” es el intento del quinteto por hacernos encontrar ese lugar en el que nos sintamos como en casa, apoyados por aquellos que verdaderamente importan (como decía el bueno de Iván Ferreiro en su también confesional “Casa”). Sintiendo el calor que da el verdadero hogar, compartiendo vida y experiencias que nos hagan sentir arropados, que nos amarren a tierra y nos den paz. Mikel Izal demuestra con una letra como ésta que no quiere sentirse atado, que no quiere tener miedo, porque ya sabe cuál es el lugar en el que se siente salvado, no por su continente, sino por su contenido, el de aquellos que siente cerca (“Y si me vuelve a atrapar la vida entre sus fauces, regresaré a aquel lugar el día en que me salvasteis, cuando os hicisteis hogar”). La paz que Mikel ha logrado transmitir en este viaje vital que es este disco, mecido por los vientos de la “Tramontana” que lo abren y cierran como si quisieran hacernos sentir parte de un paisaje, cercanos a la tierra y tocados por ese viento que les ha dado alas, empuje y valor para saltar a esta piscina e imprimir carácter a unas canciones que ganan a cada escucha (por que hay que reconocer que puede costarnos un poco entrar en ellas). Que cuestionan y a la vez compensan con creces. Que nos dan la mejor cara de sus protagonistas. Renovada y plena de energía con la que encarar un futuro que pretenden degustar despacio, disfrutando de los momentos y saboreando los frutos de estas canciones, que son su hogar y el nuestro.