Texto y fotografías: Skar P.D.
Resulta algo complicado comentar un concierto que, a priori, reunía todos los condicionantes para que colmara todo tipo de expectativas en cuanto a su satisfactorio resultado, pero que a su finalización te deja con ese regusto, un tanto agridulce, de que podía haber sido mejor. El resultado me refiero.
Quizás sea el signo de los tiempos, de estos tiempos modernos, en los que nos ha tocado vivir y a los que, tragedias disruptivas mediante además, nos vemos abocados unas generaciones que hemos sido incapaces de mantener un legado cultural que parecía definitivamente instalado para la eternidad. ¿En qué momento ocurrió la catástrofe? ¿Cómo no lo vimos venir?
El caso es que han pasado ya cuarenta años desde que David Lowery y Johnny Hickman unieron talento y ganas para alumbrar una de esas bandas que deberían ser objeto de culto permanente y, por tanto, figurar con letras fosforescentes en toda enciclopedia del rock que se precie. Y es que Cracker reúne todos esos requisitos, aunque con el paso del tiempo solo lo de objeto de culto parece ser el objetivo alcanzado. Y no existe ningún artista o banda cuyo objetivo principal en sus inicios figure alcanzar tal status.
Hubo que esperar a que la gente que había asistido a la representación ofertada en el Teatro Lara de Madrid abandonara el recinto, a que se procediera a la desinfección necesaria y legalmente establecida y, claro, a la preparación del escenario para que el numeroso público que esperaba fuera accediera al interior del recinto y, una vez dentro, otro rato más, con invitación cervecera incluida a cargo de la marca patrocinadora del concierto, para acceder a la sala. No figuran casi ninguna de estas circunstancias en los manuales de rock en los que creíamos haber aprendido.
Cracker aparecieron sobre el escenario esta vez en su formato más habitual de cuarteto, porque por algún lado se les ha caído Matt "Pistol" Stoessel y su pedal steel guitar, o sea: con el inmenso rastafari Bryan Howard en el bajo y el sobrio Carlton "Coco" Owens a la batería, lo que garantizaba una base rítmica absolutamente eficiente sin florituras innecesarias. Casi con tres cuartos de hora de retraso pero claro, Cracker jugaba en casa, y allí, entre el público, no había ningún despistado. En realidad no hay ningún despistado que pueda ser fan de Cracker. A este tipo de bandas se les quiere, así que, después del agradecimiento pertinente por volver a Madrid y constatar que el recinto era un "beatiful theatre", iniciaron los primeros acordes de "Been Around The World", perfecto inicio a modo de saludo de reencuentro. De un reencuentro entre amigos capaces de disculpar la equivocación de Hickman cuando el turno en el setlist correspondía a "Teen Angst". Mala idea que mientras los otros tres se arrancan con ésta tú empieces con "100 Flower Power Maximum", así que aplausos cariñosos, una sonrisa y un sencillo "wrong song" como explicación para arrancarse con la una y continuar con la otra para provocar el primer momento de acercamiento masivo de la audiencia, más en espíritu y en gestos que otra cosa, porque allí todo el mundo estaba sentado y con mascarilla, claro.
Y de esa guisa llegaron las líneas de bajo característicamente funkies de "Get Off This" que alguien debería explicar cómo se pueden resistir sin marcarse unos pases de baile. A cambio se coreó a voz en grito el infeccioso estribillo. Curioso que el final de "Reaction", que fue la única aportación al setlist del "Berkeley to Bakersfield", lo aprovechara un cierto número de asistentes para dirigirse al baño, que por muy necesario que sea, queda muy cantoso dado el entorno en el que se está (filas de butacas levantándose, las cervezas previas y gratuitas y quizás algunos problemas de contención). Anecdótico o no, es evidente que la atmósfera reinante forma también parte de un concierto, al final y al cabo la atmosfera se forma a partir de las emociones y de las sensaciones.
Pero claro, luego está la otra parte, la musical, y en esa Cracker son un seguro de vida y así la punkarra "The World Is Mine" puso de nuevo a la audiencia a corear a voz en grito eso de que "el mundo es mío" y quieras que no uno también ha pagado la entrada para sentirse participe de cierta ilusión generacional. Momentos de catarsis con "I Want Everything" y "Euro-Trash Girl", que hay que ver qué clase tiene Johnny Hickman pulsando las cuerdas; y con la armónica en "Sweet Thistle Pie" y su stoniano "hey hey he", o reemplazando el sonido de la steel guitar en "The Golden Age".
Aceleraron con "Movie Star" y "Time Machine", con miradita disimulada al reloj de David Lowery, o sea que otra de los condicionantes no requeridos del concierto era su finalización horaria, rematando con la sobrecogedora "Another Song About Rain", que es de esas canciones que te dejan con un nudo en la garganta dificultándote la petición de hacerles volver a salir.
Pero salieron otra vez, claro que sí, y como seguramente estarían fuera de horario acortaron el bis previsto y lo dejaron solo en el cover de los Status Quo, o sea "Pictures of Matchstick Men". Para los curiosos, uno de los dos temas previstos para el "encore" era "Happy Birthday To Me", que había sido ampliamente reclamada previamente. El horario ya se sabe.
El resultado de todo esto es que Cracker son realmente buenos y atesoran un gran puñado de excelsas canciones. Que cuentan con una audiencia sino excesivamente amplia si absolutamente fiel y que es muy difícil que se salga defraudado de uno de sus conciertos, a pesar de la sensación de frialdad generada por los entornos ocupados principalmente por un patio de butacas. Y la variable generacional, Cracker es una de las joyas generacionales a conservar con sumo cuidado porque empieza a ser muy difícil el relevo.