Por: Javier Capapé
"The River and the Stone” es uno de los lanzamientos más esperados del año. Un disco cocinado a fuego lento durante estos meses de letargo que Morgan (ahora convertidos en cuarteto) han aprovechado para componer, acercarse más los unos a los otros, pulir el material y dedicarle el tiempo que se merece. Diez canciones cocinadas sin prisa (parece que muchas otras se han quedado en el camino tras pasar seis meses en la sierra madrileña buscando inspiración) y con un regusto a clásico al que ya empiezan a tenernos acostumbrados esta banda que mima sus composiciones como pocas sin perder sus raíces asentadas en el soul, el folk y el sonido americana. Quizá le falta la chispa y sorpresa de sus anteriores álbumes, porque aquí ya sabemos más bien lo que nos espera, pero posee los ingredientes necesarios para seguir enamorándonos de ellos.
La banda grabó en los estudios Le Manoir de Francia junto a Carles Campi Campón en la producción tras un retiro compositivo en una finca madrileña de la que brotaron estas nuevas canciones a las que han intentado darles un fino toque de modernidad, pero sin perder ese espíritu de los setenta en el que los grandes grupos buscaban el clima adecuado de comunión y composición en sus particulares retiros. Seis meses en los que tocaron juntos cientos de horas, maduraron sus composiciones y convivieron sin olvidarse de la gestación de este “The River and the Stone”, que era, en definitiva, para lo que habían buscado ese espacio. El resultado que tenemos ante nuestros oídos es embriagador y diverso, cargado de pequeñas gemas con las que engrandecer más si cabe su repertorio. Y es que pocos grupos pueden presumir de tener un setlist tan solvente con una carrera tan corta (para muestra de ello echen un vistazo a su disco en directo desde el Circo Price publicado este mismo año).
El disco se inicia lentamente con el pulso del piano y crece con la voz de Nina de Juan doblada, en el estribillo de “Hopeless prayer”. Una canción que necesita poco más que las teclas para sostenerse. Nace como una plegaria, un lamento, y se diluye hasta desembocar en “The River”, donde Paco López entra con su característica guitarra. Los coros imprimen ese carácter otoñal tan redondo que flota en sus temas más lucidos, como éste, con el grupo sonando con todo su cuerpo, pero comandado principalmente por la garra de López y los teclados de David Schulthess, que lo aderezan con pulcritud, desde la base en la que se asienta el tema hasta el solo a modo de puente. En “WDYTYA?” Nina se arrastra susurrando en las estrofas y soltando su sugerente voz en el estribillo, pero jugando en todo momento a la contención. Una canción que flota entre un solo de slide vibrante y una hipnótica base programada muy interesante que la conduce de principio a fin. Como si fuera a iniciarse un góspel comienza “On and on (Wake me up)”, y es cierto que tiene mucho de ello gracias a una Nina inspirada y juguetona (increíbles coros de nuevo) hasta derivar en un precioso soul.
“Paranoid Fall” es garajera, afilada y contundente, con unas guitarras absolutamente protagonistas tras un arranque celestial conducido por sus característicos coros, pero sin duda son las seis cuerdas las que mandan (¡¡qué solo central!!), en un acelerado rock que marca escuela y cuya potencia va in crescendo, con un estribillo redondo. “A kind of love” se toma su tiempo. En ella se respira rock americano, de carretera, como queriendo recorrer los vastos parajes estadounidenses en los años setenta. Una delicia de cocción lenta y formas de country clásico, que además termina acelerándose y dejándonos llevar por esa carretera que han conseguido dibujar previamente en nuestra mente. Una vez más el trabajo de Paco López con la eléctrica es sensacional y las formas compactas con esa base sólida que se respira durante todo el tema lo asientan y engrandecen. Estas son las canciones que Morgan domina, en las que se les siente como pez en el agua, a la vez reflexivas y ensoñadoras. La pieza en castellano del lote es “Un Recuerdo y su Rey”. Hay mucho de Quique González en este tema. Normal, tras ese tiempo de gira junto al madrileño, que ha consolidado una amistad y camaradería únicas. Sobra decir que nos encanta oír a Nina en su lengua materna, y nos emociona poder seguir disfrutando del pequeño lujo de reservarse solo un tema en castellano en cada disco, porque sin pretenderlo se convierten en auténticas joyas. Y todo sin perder el impacto y las formas soul de su voz, que se dejan notar con toda su fuerza igualmente en la lengua de Cervantes.
El groove se impone en “Late”, donde el carácter se siente con la particular rítmica de Ekain Elorza y la manera de sugerir al oyente con la interpretación vocal, pero el verdadero cenit de este disco llega con “Alone”, un tema que recorre varias facetas en sus intensos siete minutos, donde destaca por encima de todo el rock progresivo (de nuevo con los toques Gilmour que tanto gustan a Paco López). Su pulso es casi espacial, con un gran trabajo al bajo de “Boli” Climent (que sustituye a Alejandro Ovejero), explorando formas transitadas anteriormente por el grupo y que les asientan con todo el acierto del mundo en el rock de los setenta, ese con el que nos identificamos tanto si amamos al Springsteen de “Born to Run” como si soñamos con The Band y su último vals. “Alone” no para de crecer, es casi floydiana, y nos seduce como si fuera la primera vez, cuando la escuchamos como primer adelanto del disco.
El final de la colección es similar al arranque. “Silence speaks” nos da el toque justo para conmovernos con su emoción contenida. Dos minutos bastan para darnos un mundo. El mundo que se dibuja con cada nuevo paso de esta banda, cada vez más querida y más asentada, con un universo propio pocas veces explorado en nuestra tierra con esta solvencia. Diez canciones que nos dejan con ganas de más, de disfrutar de ellas en directo cuanto antes. Canciones que fluyen como el río de su título y que pulen nuestras rocas, transformándolas al calor de su pulso.