Por: Javier González
Qué bonita forma la de Mikel Erentxun de celebrar treinta y cinco años sobre los escenarios con este “Amigos de Guardia”, rodeado de parte de la vieja guardia de la música estatal y de algunos de los nombres más interesantes de una “nueva generación” cada vez más asentada en nuestro ideario sentimental, remozando algunos de los mejores cortes de toda su trayectoria a los que dota de un refrescante enfoque.
Sinceramente a estas alturas de la película creo que no hace falta decir quién es hoy nuestro protagonista ni glosar su trayectoria musical, tanto Duncan Dhu como sus trabajos en solitario hablan por sí solos. Es cierto que como buen corredor de fondo a veces el donostiarra ha contado con más suerte comercial, etapa que ciertos críticos estúpido aprovechan para ningunear su obra, y durante otras ha sabido refugiarse en los cuarteles de invierno, confiando en que el talento y la sinceridad creativa de la que ha hecho bandera siempre acabarían por devolverle al estatus que merece, el de un mito viviente de nuestra música.
No conozco mucho a Mikel, pero sé algunas cosas sobre él escuchadas de viva voz, contadas por conocidos en común o leídas en libros y entrevistas que muestran a las claras cómo es. Entre ellas que es un buen tipo, atento, detallista y educado, esto lo sé de primera mano. Profundas escuchas a sus canciones me han hecho darme cuenta que es un amante del pop británico elegantemente facturado y fiel creyente de la religión del rock and roll desde los primeros temas que firmó, lejanos quedan ya los tiempos de “Por Tierras Escocesas” donde se presentaba en formato trio-acústico junto a Diego Vasallo y Juan Ramón Viles, por lo que es un ejercicio de coherencia que su obra se sitúe a mitad de camino entre ambos polos, con ramificaciones y etapas cambiantes que le han permitido encarar repleto de decisión una etapa final donde bien se podría afirmar que está facturando algunos de sus mejores trabajos de siempre.
Ahora entrega este álbum de duetos y tríos en un marco arriesgado, ya que las colaboraciones en estos últimos tiempos han traspasado los límites de lo tolerable, en muchos casos debido a la artificialidad de las mismas y a su ausencia de aporte real; un hecho que nos asustaba de antemano en este “Amigos de Guardia”, pero que tanto los cortes de adelanto como el álbum rematado en su totalidad se han encargado de disipar, al confirmar que el asunto funciona de principio a fin sin artificios, con naturalidad, en gran medida debido a ciertos cambios en los arreglos que reman a favor de obra y una acertada producción de Ricky Falkner, que ayudan a empastar voces de registros cuanto menos dispares.
La cosa comienza con un guiño claro que te hace sentir el calor del hogar y la familiaridad, arrancando con “Veneno”, sustentada en una acústica y la voz de Mikel, recordando al ausente, a la figura que más sobrevuela a lo largo de esta obra, evidentemente estamos hablando de Rafael Berrio, autor conjunto de esta maravilla, redimensionada y engrandecida por una sobrecogedora interpretación repleta de altura en la que Enrique Bunbury otorga la réplica en esta canción de amor que honestamente podemos afirmar está entre lo mejor de nuestra literatura rock.
Volver la vista a la atrás, a la infancia, es cosa de unos pocos acordes y es lo que ocurre cuando uno se encuentra frente a la intro de “A un minuto de Ti”, la voz de Coque Malla es la que se hace cargo de una canción mítica, con casi treinta años de historia, que nos hace girar la mirada hasta ese “Naufragios”, cuyo vinilo giraba sin cesar en el equipo de casa de mis padres… “Llegaré solo hasta el umbral, qué puedo perder, me atreveré, cuento un paso más…no soy cómo tú”. Brutal como en la primera escucha siendo solo un niño.
Una más que correcta “Mañana”, rodeado de Leiva y Zahara, da paso al primer clásico de los Duncan, un “A Tientas” donde la voz de Andrés Calamaro nos roba una sonrisa, en una revisión más liviana y de tintes sureños; la sorpresa llega con “Esos Ojos Negros”, donde es Amaia la que brinda su fragilidad, quizás excesiva, a una canción anterior a su propio nacimiento, y ahí llegan los aires épicos, dotados de maravillosas teclas amables propios de la factoría Víctor Cabezuelo, para que Santi Balmes se cante a medias con Mikel “En Algún Lugar”, otro trallazo eterno, patentado desde las tierras vascas para poner “El Grito del Tiempo” otra vez de actualidad.
Y precisamente desde un triángulo maravilloso que une San Sebastián y Fuenterrabía, llega el temazo del disco, “Sé Libre Sé Mía”, otro texto firmado por el maestro Berrio, en el que Miren Iza nos eriza de arriba abajo con ese fraseo tan suyo, ante una letra que es puro Rafael, con una base trepidante y unos arreglos que son pura delicadeza. Sin duda la catedral del disco. Tampoco se queda atrás “Ángel en Llamas”, con esas guitarras cercanas al blanco de The Beatles, donde Anni B Sweet muestra porque todo el mundo quiere que colabore en sus discos, cerrando la terna femenina “Entre Salitre y Sudor”, acompañado por Eva Amaral, en un corte más sucio que el original.
“Intacto” vuelve a demostrar que Rafael Berrio jugaba en otra categoría, gracias a ello y entregados a otra letra mayúscula Quique González y Mikel, dan naturalidad a un corte brutal de por sí. Maika Makovski se vuelve a llenar el cuerpo de “Cicatrices”, reeditando colaboración, eso sí con nuevos arreglos y mayor prestancia, aumentando la grandeza de otro temazo de nuevo cuño del maestro.
Si hay un clásico que lo es por partida doble es este, tanto en boca de The Smiths como en la de Mikel, se trata de “Esta Luz Nunca se Apagará”, brutal una vez más, con la Fender de doce cuerdas de Juan Aguirre y la voz de Marc Ros, atacando la adaptación al castellano de Jesús Mari Corman, incluida en última instancia en “Naufragios” y que para sorpresa mayúscula del personal es del gusto hasta del mismísimo Morrissey, tal y como el artista de Manchester le comentó a Mikel en Los Ángeles, donde tras ver acercarse a ver una actuación de Mikel, compartieron dos gin tonics que quedarán en la mitómana memoria del donostiarra para siempre.
En “Quién se Acuerda de Ti” una voz familiar, cercana a una lija, rompe el silencio… “Te conformabas con la Luna”… es sobrecogedor escuchar al maestro Diego Vasallo acercar a su imaginario una de las canciones más íntimas de su compañero en Duncan Dhu, sonando naturales, reposados y brillantes, como en los viejos tiempos o quién sabe si mucho mejor. Y algo similar ocurre con “Si te Vas”, donde Xoel López se viste una vez más con su traje de Deluxe para firmar otro de los cortes notables del disco.
“El Mejor de mis Días” es puro dramatismo de toques románticos, donde la voz de súper Nina de Morgan, estremece en otro de los cortes de la factoría Corman, genial anticipo a otro de los estelares de la colección, “De Espaldas a Mí”, ahí otro viejo amigo, Iván Ferreiro, vuelve a mostrar una antigua veneración por Mikel, en otra interpretación soberbia; a Izaro le toca la patata calienta de hacer “A Tientas”, brutal en su original, mejorada en el directo del “Teatro Victoria Eugenia”, redimensionada esta vez, salen ilesos del trance aunque es imposible repetir la perfección y menos hacerlo tres veces.
Debo confesar que explorar el libreto y ver que “Rozando la Eternidad” era cosa de mi admirado Ángel Stanich me generaba dudas, más que nada por ver cómo se podía empastar su voz junto a la Mikel. Pues bien, la cosa resulta y diría que de manera más que notable. No hay escalones que diferencien ambas voces y lo mejor es que suenan reconocibles, también lo hace el corte, y eso que pese a algún arreglo de teclado distinto se respetan relativamente las bases del original.
“Con el Tiempo a Favor” supone toda una sorpresa al ver como Abraham Boba se aleja de los postulados de León Benavente, algo similar sucede con los Viva Suecia, Alberto Cantúa y Rafa Val, quienes cierran el álbum con “Llamas de Hielo”, en un corte más limpio que la versión que conocimos en “El Hombre sin Sombra”.
Retomando lo que decíamos al comienzo, este disco es una celebración de una magnífica carrera, pero no lo es desde la autocomplacencia y la colaboración fácil. Es una apuesta no exenta de riesgo por muchos motivos. Entre ellos porque en este tipo de trabajos uno siempre echará a faltar nombres que perfectamente podrían haber encajado -Lapido y Loquillo, por citar dos ejemplos- y probablemente desecharía otros de los aparecidos. Tampoco faltará quien prefiera recordar las canciones como en su versión original, sonando inmaculadas en el vinilo de casa con la juventud por bandera. De lo que no cabe la menor duda es que objetivamente se trata de una obra ganadora, con grandes aciertos en los arreglos y en el sonido, repleta de unidad, tan difícil de encontrar en este tipo de álbumes, y que además muestra la coherencia y el grado de forma de Mikel, ya que tanto los temas antiguos y más conocidos como otros mucho más recientes no desentonan, mostrando que son parte de un mismo viaje vital, donde el talento sigue aflorando como un manantial infinito.
Mirar atrás es mucho menos costoso si se tiene la certeza de que el futuro deparará cosas interesantes, en ese sentido Mikel puede estar tranquilo, creo que le quedan melodías en mente con las que firmar algún que otro disco mayúsculo. Brindamos por muchos años más siguiendo esta línea que nos lleva acompañando toda una vida, algo que se dice pronto pero que pocos pueden presumir de poder decir.