Por: Javier González
Tradición qué hermosa palabra cuando se aplica a una forma concreta de hacer rock. Y si esa forma de abordar un estilo tan concreto y peculiar como aquel que tanto amamos tiene un sello madrileño, a poco que uno atine, qué les voy a contar, creo que tiene muchos visos de tener todo el encanto del mundo.
No sé si serán los años que van cayendo irremediablemente, pero que levante la mano aquel que piense que su vida sería infinitamente peor sin haber escuchado nunca a Burning, Gabinete Caligari, Leño y Los Enemigos, solo por citar unos ejemplos. De todos ellos solamente los últimos siguen pisando los escenarios, sabido es. Suerte que su herencia ha sido recogida con total singularidad por bandas como Los Vandela, banda de la que ya dimos cuenta en su anterior “Elvis X-Terminador”, Ep con el que se metieron de lleno en nuestros oídos.
Vuelven a la carga con “Chulapos de Tugurio”, título que tuvieron a bien rescatar de nuestra anterior reseña, algo que nos encanta, todo sea dicho, donde siguiendo la estela marcada por la chulería destilada a orillas del Manzanares entregan un más que interesante nuevo material. Esta vez han conseguido facturar cinco nuevos cortes, repletos de patrones y tics propios, dejando claro que su sello es aún más patente en esta entrega, regalando un rock mesetario que combina medios tiempos y cortes más acelerados, en los que la cadencia lourrediana es santo y seña, dentro de una producción cruda que te hace sentir aspirar el olor a alquitrán y el aire viciado de la ciudad.
“El Salario del Crimen” no es una canción más de amor, es noctámbula y decadente, tierna y peligrosa, como la chica a la que va dedicada, como esas gafas de pasta y esa gabardina que esconden lo que no es apto para todos los públicos, dotada de ese crescendo donde uno no puede evitar pensar en la negrita del Risi abriéndose paso. Y en esa tónica arrastrada se mueve también “Media hora en el Cielo”, con rasgueos velvetianos que se esconden tras la voz principal, entremezclados con una melodía limpia. Sorprenden arpegiando limpio en “El Príncipe de Seda”, en una letra más criptica y oscura, donde quizás se hable de escapar o de una adicción, en un tema que inicialmente parece el más flojo del disco, pero cuidado, las apariencias engañan.
Con “Ella” (Manojito de Rosas) despachan un himno a la mujer madrileña, destilando un rock and roll alegre y festivo, con referencias a ese Madrid castizo que nunca deberíamos dejar perder porque más allá de un chotis o un traje regional, esa chulería bien entendida y gamberra es parte de lo que algunos somos, la pradera de San Isidro, el paso pinturero y los ojos de gata de nuestras damas amadas que como signo de cultura nos representan. Si “Lady Madrid” es coreada hasta la saciedad, os prometo que este tema no se le queda ni un palmo atrás, es más, pienso que es un bombazo que de ser escuchado bien podría ser otro de esos himnos oficiosos de la ciudad. El cierre llega con “Llano Castellano”, esa reflexión tan certera de lo que sucede a tantos de los que vienen hasta aquí a buscar suerte y son absorbidas por las dinámicas de la gran urbe, el deseo de salir y el amor por este trozo de terruño lleno de edificios es una constante que aquí se recoge a la perfección.
En “Chulapos de Tugurio” encontramos cinco cortes de rock sin concesiones, capaces de rozar con suavidad y cortar como una cuchilla afilada. Los Vandela suenan crudos, ásperos por momentos, pero siempre cálidos y certeros, ya sea en los medios tiempos o en los momentos más acelerados y decididamente rock and rolleros.
No edulcoran la propuesta ni buscan veleidades comerciales, ni falta que les hace. Suenan chuletas y más auténticos que uno de Chamberí bautizado con agua del río Jordán. Les definen y se definen como “Chulapos de Tugurio”, pero de lo que no cabe duda es de que sus canciones son las más “Chelis” y auténticas que actualmente brinda Madrid desde esa peculiar idiosincrasia de hacer rock que tanto bueno ha legado a nuestra música.