Vaya por delante que estamos ante el libro musical del año, al menos de los escritos en castellano. Y lo es por múltiples factores: ritmo, intención, conocimiento, profundidad y datos, pero sobre todo lo es por la importancia de su autor, Bruno Galindo, un mito de nuestra música -periodista, trabajador de la industria y músico- y también por la categoría de los nombres que circulan por sus páginas. Porque sí señores, hubo una época lejana ya en el tiempo en que la profesión de periodista musical brindaba viajes exóticos y experiencias mayúsculas a unos cuantos esforzados profesionales, quienes pese a estar en la cuerda floja económica de forma casi perenne lograron disfrutar de un sueño totalmente utópico en estos tiempos oscuros que andamos defendiendo.
Con mucho tacto y grandes dosis de crudeza, Bruno Galindo nos arrastra hasta tiempos pretéritos en su memoria, rememorando aquellos primeros discos que compró con esfuerzo juvenil y posterior decepción -esos Bee Gees disfrazados que le colaron por The Beatles-, en un recorrido donde desfilan sus andanzas en el complejo mundo de la discográficas, entre superiores de aires cretinos, viviendo la etapa dorada en que la batalla pasaba por convertir “tu producto” en disco rojo de los 40 comerciales, hasta desembocar en el tortuoso proceso en que las multinacionales descubrieron que el rojo era ahora el color que teñía sus cuentas corrientes, justo en el momento en que el Cd liquidó el vinilo y más tarde la piratería ilegal y el streaming acabaron por convertir las escuchas enteras de un álbum en un acto de puro romanticismo.
Una crónica de viajes y artículos, repleta de nombres mayúsculos, no faltan encuentros cercanos a la amistad con Debbie Harry, confesiones en el apartamento de Prince, homenajes a Leopoldo María Panero, momentos únicos junto a Manu Chao y respuestas políticamente incorrectas por parte de Andrés Calamaro, en unas peripecias jalonadas por guerras y actos terroristas que cambiaron el curso mundo, convirtiendo estas páginas sin pretenderlo en puro sentimentalismo para emocionados lectores que amen la música y la vida, mientras asisten como espectadores de lujo al momento exacto en que todo se fue yendo al garete poco a poco.
Bruno Galindo nos regala algunos de los más potente capítulos de su vida, destripando un mundo con mucha más miseria que el glamour que se le presupone, pero que aún hoy, con la distancia y solo los rescoldos vigentes de un fuego que estuvo muy vivo, sigue pareciendo tan deslumbrante y mítico como los artistas de los que se habla en “Toma de Tierra”. Qué suerte para Bruno haber vivido tanto, tan intenso y tan bien. Mientras muchos miramos la vida pasar, él decidió jugársela y sentir el viento de la experiencia rozándole de primera mano. Sintió el brillo de los focos de cerca y ahí sigue, tan lúcido como siempre para contarlo. En definitiva, su vida reflejada en estas páginas de manera brillante. De diez, Bruno. De diez, tío.