Por Àlex Guimerà
El verano de 1969 ha sido recordado por Woodstock, el primer paso del hombre en la luna y por la retirada del ejército norteamericano de la fatídica guerra del Vietnam. En aquellos años especialmente convulsos para los Estados Unidos, además, los problemas raciales habían azotado muy fuerte a la población afroamericana con especial saña en los asesinatos de JFK, Martin Luter King y Malcolm X, que derivaron en graves disturbios en la calle. Quizás por ello - con el fin de calmar tensiones- el aperturista alcalde de Nueva York de entonces, John Lindsay, impulsó el Harlem Cultural Festival, que a lo largo de seis semanas desde el 29 de junio hasta el 24 de agosto de aquel año, se celebró en el Mount Morris Park de Harlem.
Pero lo curioso del caso es que en un festival en donde desfilaron grandes leyendas de la música de todos los tiempos no hayan salido a la luz sus imágenes hasta pasados 52 años. Y es que si bien el evento fue grabado por Hal Tulchin, las imágenes nunca llegaron a editarse ni a difundirse, quedando guardados en un sótano hasta que hace un par de años el guionista Robert Fyvolent descubrió su existencia y propuso a David Dinerstein su producción para lo que llamaron a Ahmir "Questlove" (batería de The Roots) para su dirección.
El resultado es un maravilloso
documental que retrata de forma emotiva un momento histórico irrepetible, una
música fascinante, un barrio único y una población muy especial, lo que ha
llevado al film a ser galardonado en el
Sundance Film Festival de 2021 con los premios del Gran Jurado y del
Público al mejor documental.
El visionado se hace trepidante, su narrativa ágil y entretenida combina las historias paralelas con las imágenes de las actuaciones y las opiniones de sus protagonistas y de algunos de sus asistentes (los verdaderos protagonistas) que repasan un hito que sólo fue posible por el entusiasmo de su promotor y presentador, Tony Lawrence, quien aparece ataviado de varias formas.
Y por allí vemos actuar a un joven emergente y talentoso Stevie Wonder, justo antes de encarar la década que lo encumbró como uno de los grandes genios del pasado siglo, o el entusiasmo de The 5th Dimension presentando el pop luminoso de “Aquarius/Let The Sunshine In”, recordado por sus protagonistas, o el talento incomensurable de Mavis Staple y el proyecto que lideró su padre The Staple Singers, donde fusionaban góspel y soul, el pop soul de Gladys Night, David Ruffin y la Motown a sus espaldas, la fuerza de la naturaleza que era Sly and the Family Stone con su alucinante puesta en escena soul-funk psicodélica, la diva del jazz Nina Simone y la diva del Góspel Mahalia Jackson, el blues intenso de B.B. King (quizás aparece demasiado poco), los ritmos latinos abrasadores de Mongo Santamaría o los discursos emotivos de un joven reverendo Jesse Jackson.
Pero más allá de estos
extraordinarios músicos el largometraje transita por el alma del festival y por
sus historias paralelas. Así el espectador puede ver el rechazo con el que se
vivió el alunizaje en el barrio de Harlem en dónde se abogaba más por mirar los
problemas en la Tierra como la pobreza o la segregación racial. También
revivimos el entusiasmo con el que las familias del barrio vivieron el
festival, los peinados que lucían y sus vestimentas más en boga, la presencia de
los Panteras Negras, pero sobre todo la ilusión y emoción con la que los
300.000 asistentes que desfilaron por el parque Mount Morris.
Para poner un pero, decir que el
título no casa con la realidad ya que son varios los géneros musicales además
del soul los que flotaron por las calles de Harlem ese año del cambio, pues el
góspel religioso tuvo su peso, como también lo tuvieron el blues, el jazz, el
funky y el pop. Una amalgama de colores que iluminaron un barrio tan sufrido
como lleno de talento y fuerza.