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Lukas Nelson & Promise of the Real: "A Few Stars Apart"




Por: Kepa Arbizu 

Nada tiene de extraordinaria, y menos como consecuencia de estos tiempos, la imagen de una familia reunida entorno a un único hogar con el objetivo expreso de pasar unida los días más duros y exigentes del confinamiento. Sí resulta más excepcional sin embargo cuando hacemos un zoom sobre dicha instantánea y los nombres del clan que nos desvela son los de Willie Nelson, su actual mujer Annie D'Angelo y sus hijos Micah y Lukas, este último, junto a su banda Promise of the Real, autor del recién editado álbum "A Few Stars Apart", séptimo trabajo de una formación que a lo largo de su trayectoria nos han dejado pruebas más que solventes de una buena lista de virtudes y al mismo tiempo de alguna que otra incógnita. 

Obligado, aunque dentro de lo que permite la gravedad de la situación, agradecido por la oportunidad de interrumpir el asfixiante ritmo en el que ha estado inmerso con el grupo y que le ha empujado a renunciar a casi cualquier anclaje estable, el mayor de los vástagos intercambia el papel de una "rock and roll star" -marcada por el ilustre abolengo y un lujoso currículum en su tarea como banda de acompañamiento del gran Neil Young- por el de un tipo convencional que pasa aquellos desconcertantes días entre cuatro paredes junto a sus seres queridos. Una nueva realidad que sin embargo ni mucho menos anestesia su vis creativa, más bien al contrario le propicia un terreno del que extraer jugosas reflexiones sobre la naturaleza y complejidad de los lazos afectivos que volcar a sus nuevas composiciones. 

Si algo ha caracterizado a esta formación estadounidense a lo largo de su obra es la determinación por intentar alcanzar los múltiples estados que el rock clásico es capaz de proporcionar. Una siempre encomiable actitud que, como en este caso ha llegado a demostrar en ocasiones, carga a su vez con contraindicaciones como la de causar una cierta inestabilidad en la identidad artística. Tomando buena nota de dicha lección aprendida a lo largo de anteriores episodios, su nuevo disco decide con acierto, y mucho, concentrarse en un ambiente más reposado e introspectivo, actitud impulsada además por una casuística que favorece la adopción de ese tono cálido y reflexivo pero altamente emotivo. Una labor en la que toma parte el que sin duda es actualmente el gran gurú en el campo de la producción en este tipo de sonidos, Dave Cobb; el perfecto aliado para redondear un sincero y sobresaliente trabajo. 

Que el acento predominante e identificativo del disco se decante por un ambiente recogido y conmovedor, en lo que mucho tiene que ver una grabación hecha bajo un formato casi analógico, no significa que las piezas que lo forman carezcan de su propia idiosincrasia, particularidades que lejos de derivar en una alteración de la identidad global adoptada se convierten en el perímetro con el que delimitar su desarrollo. De ahí que la controlada aparición de guitarras eléctricas, ya sea en “Perennial Bloom (Back To You)” con el fin de dibujar una melódica y soleada nostalgia a lo The Jayhawks o imprimiendo la chispa power-popera de Tom Petty en “Wildest Dream”, se erija en parte determinante para el curso del álbum. Cargadas de un dibujo rítmico más colorido, o por lo menos de mayor vivacidad, se colarán canciones como “No Reason”, destacable en ese sentido por una base dictada por un bajo con mucho groove, aunque igualmente poseedora de otro espectacular estribillo, e incluso el desinhibido aire campestre de "More Than We Can Handle".

Pero el fuego lento que servirá de alimento a un álbum que funciona como hoguera (término fielmente ligado al de hogar) musical en su propósito -más que logrado- de suministrar un acogedor sentimiento, provendrá principalmente de canciones prendidas con lumbre y serenidad, a veces orientadas a reflejar  la satisfacción y otras esa imperecedera incertidumbre. La propia naturaleza del alma que plasmará su esencia en varios temas a través del exquisito manejo de los teclados, atrayendo el deje soul de The Band en la preciosa “Throwin’ Away Your Love”, con la austera pero épica melancolía afín a CSN&Y de “Giving You Away” o dominada por la desnudez confesional y penetrante que aporta el piano en “Smile”. Los lazos consanguíneos más que referenciales que significa el country dejarán su huella indeleble en la descomunal apertura, “We’ll Be Allright”, escrita con un romántico idioma por el que se cuela toda la herencia de su progenitor o en la no menos sobrecogedora “Hand Me a Light”, que con su casi imperceptible paso de vals y la delicada presencia vocal de Rina Ford refuerza todavía más el potencial sentimental del trabajo. 

A veces conseguimos llegar a las reflexiones más hondas o trascendentes por medio de la fortuna o de la casualidad. A la aleatoria, y en este caso trágica, voluntad del destino hay que achacar las circunstancias que han llevado a Lukas Nelson y acompañantes a firmar su mejor disco hasta la fecha, un éxito no solo para su currículum sino en términos absolutos. El ambiente encontrado en esa obligatoria reclusión familiar ha sido capaz de evocar su faceta más inspirada, dando forma a unas piezas que con su profunda calidez han sido capaces de alumbrar el camino hacia el conocimiento de sí mismo, un descubrimiento que difícilmente podría haber alcanzado en una travesía individual y solitaria.