Pocas cosas le quedan por demostrar a un artista que es ya parte esencial de la historia y evolución de la música popular hispana. Desde que destrozara convenciones y sobrevolase prejuicios con aquel hito sonoro titulado “Veneno”, el currículo de este músico catalán de nacimiento y sevillano de adopción –universal sería una definición más adecuada- no hace más que engordar, y para bien, cuando está a punto de cumplir siete décadas de vida y lleva ya más de cuatro en plena actividad. Este es el decimotercer testimonio de su valía, otro trabajo elaborado a la luz de su eclecticismo y su absoluto criterio para rodearse del equipo preciso en cada empresa que decide acometer. Al anterior envite electro-flamenco lanzado en “Sombrero roto” le encontramos nuevos y sorprendentes hallazgos, en este nuevo “Hambre” la voracidad del genio creativo de Kiko Veneno es la misma o incluso superior. No en vano casi la mitad de este repertorio procede del inmediatamente anterior, y la fórmula de trabajo ha sido similar en cuanto a producción. Ahora es el gran Hartosopash (fabuloso apodo, por cierto) el que asume los mandos y asesora al autor de las canciones en una apasionante aventura de flamenco distópico con renovadas pinceladas de electrónica, minimalista a veces, que deja su huella en el esqueleto de “Dónde van” y esas pequeñas raciones de música africana a la que tan cercano se siente nuestro hombre. En “Mujer volcán” se refleja el sol subsahariano para contar una de tantas historias, reales o solo narradas, de las que afectan a cualquiera que tenga los dos pies en este mundo.
Evidenciando que el nuevo universo sonoro en el que inscribe sus recientes composiciones no es sino el reflejo de una curiosidad insaciable, recrea su hartazgo y su rabia, que son los de todos, en el retrato social de “Estoy cansado” o el contrapunto feminista de “Gitano Dave”, y lo adereza todo de loops, rasgueos de guitarra española, menudeo de sintetizadores y por encima de todo una actitud orgullosa y consciente de su importancia. Probablemente encontremos en este disco algún que otro clásico de los que no lo serán hasta dentro de unos años, cuando reescuchemos maravillosos retratos como “Duele” o “Madera”, una reivindicación de estilo (o de ausencia del mismo) cantada con la desafinación habitual como carta de presentación de lo mucho y bueno que esconde este disco. Una colección de canciones coherentes con su tiempo, absolutamente contemporáneas aunque hablen de sentimientos atemporales, que encuentran en esos “Días raros” la razón de ser después de meses de encierro e incertidumbre, repletas de contrastes sonoros que incluso remiten a sones caribeños como en “Luna nueva” y que siempre acaban remitiendo a “La felicidad” que, si uno se lo propone y basa sus expectativas en la más pura y simple realidad, no es algo tan quimérico como pueda parecer.
El propio Kiko afirma que el hambre no es solo un estado de necesidad, sino también un negocio, y no solo se refiere a la pura pulsión por la subsistencia, sino al impulso por resarcirse de la propia vida, tan injusta y puñetera a menudo. Y de paso, a ese hambre tan voraz y devastadora por saber quiénes somos realmente y a dónde queremos llevar. En la obra de este señor larguirucho, enjuto y de cabello blanco hay mucha verdad al respecto, y quizás deberíamos tomarlo como ejemplo.