Sala Mozart del Auditorio de Zaragoza. Sábado, 19 de junio del 2021
Texto y fotografías: Javier Capapé
Cada vez que veo en directo a Zahara me siento más enganchado a ella. Soy más yonki de su música y de cómo viste sus canciones en cada nuevo paso que da. Esta “PutaGira” se presentía diferente a lo visto anteriormente en los directos de la ubetense. Un paso más allá, como su disco. Pero también sentía que el riesgo de llevar a escena esas canciones de marca industrial iba a ser un reto quizá demasiado complejo para la artista. Estaba muy equivocado. Su duradera alianza con Martí Perarnau IV, con el que comparte protagonismo en _Juno, le iba a facilitar la adaptación de estas complejas estructuras y ambientes electrónicos de sus más recientes composiciones para llevarlas a un directo donde nos dieran mucho más si cabe. Las bases programadas se iban a imponer, pero el verdadero reto lo íbamos a encontrar en la adaptación de sus antiguos temas a estos mimbres o en la reformulación de algunas de sus más recientes criaturas desprovistas de su pátina digital.
El que se acerque a un concierto de esta gira de Zahara se va a encontrar con algo nunca antes visto en sus directos. Con una más que interesante nueva versión de la artista. La verán tocar la batería, acariciar con delicadeza su acústica, fragmentar su voz gracias a su mesa de efectos, rapear con soltura, reconfigurar la copla y bailar de forma desatada para envidia de todos los presentes en estos tiempos que corren necesitados de menos control. Y todo desde la más absoluta profesionalidad, porque Zahara no deja ni un cabo suelto. Tiene medida su actuación para provocar las emociones que quiere despertar en el espectador. Nos hace partícipes de cada una de sus composiciones para que las vivamos desde dentro y consigue que el grito de “puta” sea compartido, o más bien que ahora sea nuestro.
Junto a estos músicos acompañan a Zahara para dotar de cierta teatralidad a algunas de sus canciones Olga y Sara, las dos backliners-bailarinas que juegan un papel muy relevante en temas como “Ramona”, donde despliegan los estandartes que enarbolan el provocador título de este álbum mientras Zahara se desgañita con ese spoken word que funciona como un vómito de tanto dolor guardado y que ahora comparte para que deje de hacerle mella. Esta fantástica primera parte del show, que combina sus canciones más recientes con reinterpretaciones más electrónicas de sus clásicos, termina explicando lo que le ha llevado hasta aquí. Al acabar la interpretación de “Médula” María Zahara Gordillo se dirige al público por primera vez para contarnos lo difícil pero liberador que es cantar para ella estas canciones. Nos pone en situación y nos hace ver por qué se define como “yonki del cariño ajeno”. Necesitada de esos chutes de amor que eran para ella sus conciertos y que al no poder tocar en este año y medio pasado descubrió que no era capaz de proporcionarse ese amor. Nos llega a odiar porque la música se había convertido en su cárcel a pesar de ser su pasión. Palabras totalmente sinceras, cargadas de sentimiento y perfectas para arrancarse con “Taylor”, una de las canciones más acertadas de su cosecha reciente.
El fondo del escenario, dominado hasta ahora por unos pequeños paneles luminosos, se torna más íntimo con unos focos que lo iluminan como si se tratara de una modesta sala de conciertos. Comienza así una segunda parte acústica, mucho más íntima, donde Zahara se nos presenta sola con su acústica para transformar “Negronis y Martinis” y demostrarnos una vez más que sus canciones funcionan perfectamente desde su enfoque más básico por muy provistas de artificio que aparezcan en sus discos. Con Martí afronta a dúo, con la única ayuda del piano, “Guerra y Paz”, y es que no por tratarse de la presentación de un disco con una producción tan compleja no es capaz de llevarnos también hacia la desnudez durante las dos horas de actuación. Para “La Gracia” entra también Cabezalí, que consigue mutar en atmosférica gracias a su guitarra envolvente esta pequeña joya que contenía “Santa”, terminando el bloque con “Sansa” y sus adictivos toques al naturalismo minimalista de Bon Iver, con cierto ruidismo desde sus compases iniciales, pero concluyendo de una manera mucho más desabrigada que en el disco gracias a terminar comandada por la guitarra acústica de nuestra protagonista.
La ovación es unánime e incesante, lo que les lleva a preparar rápidamente el cierre a modo de bis con la disposición de un triángulo de espejos en el centro del escenario entre los que se encierra Zahara bajo un vestido que nos cuenta que está diseñado por Moisés Nieto con servilletas y manteles de su casa de Úbeda para hacerlo único y representar todo ese poso vivido desde su familia imprimiendo carácter a la artista. Así afronta “Dolores”, su personal reinvención de la copla que estremece poniendo la guinda al directo y al disco que viene a presentar en esta personalísima gira.
Este es el fin, pero lo vivido en el interior de cada auditorio o escenario donde recale esta “PutaGira” no terminará aquí. Volverá una y otra vez a rondar por nuestra cabeza, nos perseguirá de forma recurrente como uno de esos recuerdos imborrables de nuestra memoria, nos hará empatizar con el prójimo mientras nos sentimos más libres que nunca en esta especie de catarsis con la que exorcizar nuestros miedos y renacer. El mismo efecto que nos proporciona “Puta”, pero a una escala superior que definitivamente nos convierte para siempre en yonkis de su cariño.