Pasearse por la ya relativamente dilatada carrera de Maika Makovski supone contemplar, pese a la fuerte personalidad ya conquistada por la mallorquina, un paisaje de amplia diversidad estilística. Una inquieta condición que aunque siempre sea susceptible de alabanza, y más si se convierte en sinónimo de conquistar con éxito esos cambiantes ambientes, no impide que uno perciba determinados territorios como idóneos para apreciar sus cualidades de una manera mucho más ostensible. En el caso de este nuevo álbum, y quizás influya en dicha consideración el hecho de haberla descubierto con un debut presentado bajo un entorno de punzante electricidad, es precisamente ese recuperado ánimo enfurecido y crudo el que consigue exponenciar el valor de sus composiciones.
Aunque sin duda es notoria en “MKMK” la vuelta a ese rugido primigenio, tras ejercicios anteriores más preciosistas y delicados, no es menos significativa la manera en que dicho acento es puesto en escena, que no es otra que diluirlo entre todo lo aprendido, y aprehendido, en el transcurso de su previo recorrido. El resultado de tal hibridación es un trabajo en el que late una manifestación más visceral pero al mismo tiempo compaginada con una efervescente y heterogénea musicalidad, alcanzando así un paisaje al mismo tiempo descarnado y configurado por medio de estampas variadas. Una exitosa meta lograda sin duda en buena medida consecuencia de la eficiencia, y excelencia, atribuible a la lista de acompañantes escogidos para sacar adelante estos temas. Y es que el concepto de banda que queda plasmado en la materialización del disco, más allá de su valor cualitativo, alberga también un relevante valor simbólico de comunidad y hermandad que delata la intención por combatir, con irrefutables argumentos, esos espacios de soledad cada vez más numerosos en nuestro contexto vital.
Alejada en esta grabación de su afamado partenaire escogido en episodios pasados como productor, el gran John Parish, el afán internacionalista de la balear sin embargo no se ha detenido, contando en esta ocasión con la presencia de Craig Schumacher (Depedro, Los Coronas, Calexico, Twanguero), una relación que como la cantante ha dejado entrever en varias declaraciones no terminó de desembocar en el resultado previsto, arrogándose de facto ella misma los galones a la hora de manejar los mandos. Pero quién mejor para controlar y ofrecer el máximo rendimiento a las propias ideas que la interesada, más teniendo en cuenta que son sus siglas, y también las que aparecen en la correa de su guitarra, las que toman al asalto el título del álbum, no tanto ofreciendo un ejercicio de egocentrismo sino más bien al contrario, como emblema en el que cualquier elemento afín o colindante a su universo pueda verse representado. Porque el disco, por encima de todo, y teniendo en cuenta su arrebatado y encarnado contenido musical es principalmente una celebración de la espontaneidad, de dejar apartado cualquier prejuicio y lanzarse a entonar una oda al rock pero sobre todo al roll.
Dentro de esa tesitura de plantear el álbum como un recorrido vivaz y lleno de ramificaciones que nos enfrenten a terrenos insospechados, donde se alteran momentos inmersos en pleno torbellino con otros acomodados en una íntima delicadeza, el inicio elegido con "Love You Til I Die" recoge esa máxima en sí mismo. Partiendo de la sobria -pero rotunda- afectación derivada de un fraseo de fuerte impronta, a medio camino entre el folk y el rock y deudora de personales voces como la de Patti Smith, el tema irá in crescendo según van llegando a la ceremonia diferentes incorporaciones instrumentales, situándola finalmente en u intenso quejido. Un nervio, en su plasmación eléctrica, que tendrá su continuación en temas como "Reaching Out To You", con la noble presencia de Howe Gelb, o "Purpose", que recogen bajo su perspectiva ese sonido rabioso pero iconoclasta que han pasado por las manos de bandas como The Kills o Yeah Yeah Yeahs.
Pero si por algo destaca el contenido de este trabajo es por su colorido y la nula genuflexión ante los dogmas. Una desacomplejada y por momentos brillante falta de reglas que nos puede conducir a situaciones tan agradablemente sorprendentes como un “I Live in a Boat”, en la que el verbo rapeado encuentra acomodo en toda esa cacharrería con aroma a vodevil y por supuesto a Tom Waits, o una inclasificable “Sacred of Dirt”, en la que el espíritu riot grrrl parece haber sido seleccionado para protagonizar un inquietante musical. Deliciosas extravagancias que adquieren más notoriedad todavía si se tiene en cuenta que comparten terreno con piezas prácticamente antagonistas en forma pero igualmente sobresalientes en su ejecución. Nos referimos a esas gemas que olvidan el ruido y la furia para a veces envolverse en un minimalismo evocador construido entorno al piano ("Persian Eyes") y otras recurrir al árbol genealógico del sonido de raíces para hacer brotar "Center of the Universe" o "Places Where We Used to Sit".
“MKMK” es un disco en el que la única ley que parece imperar es la de ser libre y disfrutar siéndolo, lo que por supuesto no excluye de la ecuación una intención por dotarle de un reflexivo contenido a dicho formato. Una ácrata aspiración que en su elocuencia, y evidencia, a la hora de manifestarse encuentra uno de sus principales méritos. El resultado es una Maika Makovski desatada, envuelta de nuevo en su faceta más contundente y aguerrida pero también desinhibida, siendo capaz de demostrar su inmenso, y en este episodio casi inabarcable, repertorio de triunfos. Su música, convertida en una rotunda expresión comunicativa y colectiva, se transforma así en un inapelable antídoto para conseguir enmudecer al cada vez mayor silencio que nos rodea.