Cada vez que la banda gallega The Soul Jacket hace acto de aparición en forma de novedad discográfica, es sinónimo, o así debería de serlo, de que el radar de todos aquellos seguidores -como mínimo- del rock and roll y sus diferentes parentescos debe ponerse a funcionar en su máxima expresión. No se trata de un comentario sujeto a ningún motivo aleatorio ni a cualquier tipo de afinidad -fuera de la artística- que uno sienta por este sexteto, ellos son los únicos culpables de haberse construido un currículum sin mácula con el que consagrarse como actores esenciales por estos pagos a la hora de acercarse a los sonidos de raíces. Y para los descreídos, o los simplemente desconocedores, de quedar alguno todavía, de las capacidades y atributos de la formación, simplemente bastaría con elegir al azar cualquiera de sus trabajos publicados hasta la fecha, incluido el recién editado, para engrosar las filas de sus seguidores.
Si fácil resulta basándonos en antecedentes previos conocer, o intuir, la calidad del material al que nos vamos a enfrentar, lo contrario sucede con el marco estilístico en el que éste se va a desarrollar. Porque si bien es cierto que la banda ha creado su propio espacio tejiendo una sólida y fértil hermandad entre los sonidos rockeros y aquellos de herencia negra, igual de obvio es que a cada uno de sus trabajos han decidido otorgarle una singularidad a base de conjugar en diferentes proporciones sus habituales ingredientes, convirtiendo de esta manera su discografía en un rico y personal glosario de la mejor tradición americana.
Todo eso se traduce en que si veníamos de un trabajo, “Plastic Jail”, donde reflejaban su faceta más contundente y directa, con “Let Me Stand” la opción escogida se dirige hacia una propuesta donde predominan desarrollos más complejos y expansivos, poniendo al soul como eje de rotación sobre el que girar. Un género que si bien da claras muestras de ejercer un papel prioritario lo hace esparcido sobre una paleta de tonalidades realmente amplia. De algunas de ellas ya éramos conocedores de la exultante maestría con la que habían sido tratadas en episodios pasados, lo que no impide que siga siendo fascinante la manera en que reflejan esa calidez y elegante melancolía que desprendían los esenciales The Band, quienes parecen hacer de guía en una “What Should Be Change” aderezada con repuntes épicos o en la imponente “Count on Me”. Siempre avaladas por la excelente voz de Toño, capaz de encontrar la tesitura idónea en cada pieza, ambas canciones contienen además dos de las variables sobre la que se sustenta el álbum en su esfera conceptual: la necesidad de encarar el cambio y el ofrecimiento de un hombro en el que apoyarse con la llegada de las adversidades. Porque sí, frente al paisaje, interno y externo, cada vez más desolador al que este tiempo nos empuja, The Soul Jacket nos ofrecen su abrigo en forma de energía musical.
El repertorio de registros emparentados con esa raíz afroamericana encontrarán un recorrido muy amplio entre los cortes de este álbum, construyendo poco a poco un itinerario repleto de variados acentos. De ahí que “Writers” aparezca bajo ese paso grácil y contagioso asociado al Van Morrison más entonado, que decorarán con interludios oníricos, o un tema como el que da nombre al trabajo se convierta en una jam session comandada por un funk vibrante y sudoroso. Mucho más sosegados y entregados a una interpretación melódica y cálidamente coral, lo que hace sobrevolar la firma de la Motown, presentan su “Declaration of Intentions”, en la que, contando con la harmónica invitada de John Nemeth, nos advierten sobre las simbólicas fauces que cada vez nos acechan más amenazantes.
Más allá de unas representaciones alineadas con la faceta clásica o convencional del género, éste seguirá excavando senderos en el álbum para buscar diferentes maneras de salir a la luz, como por ejemplo los poderosos riffs, de innegable ADN "hardrockero", desencadenantes en “No Regrets” de una tormenta eléctrica, o incluso a través de una puesta en escena enigmática y tribal, tan asociada a algunos momentos de Traffic, de “Don’t Tell”, convertida en toda una epopeya instrumental. Alejados ya por completo de esas coordenadas, todavía quedan piezas que se comportan como si de versos libres se trataran, y optando por el formato instrumental, tienen la suficiente potestad para reivindicar su ascendencia en el evocador folk británico, a lo Pentangle, en “Ballad of Mister” o presentarse como una auténtica rareza, la que constituye la robótica pero enormemente sugerente, como salida del imaginario de "Blade Runner", “Zeit Im Tiefen Wald”.
Llegados a este punto no es exagerado plantear que The Soul Jacket se ha convertido en la banda a desbancar de ese puesto privilegiado que por méritos propios ocupan dentro del mapa del rock and roll de genuina raíz estadounidense hecho en nuestras fronteras. Consecución de un puesto de honor en la que por supuesto tiene influencia un nuevo disco que insuflado de ánimo y espíritu solidario destapa, que no descubre, su pasión por los sonidos negros y su vocación por la creación de ambientes y territorios de brillante improvisación. Podría pensarse que con la reiteración de parabienes y grandes críticas que acumula el grupo estas alabanzas pierden significado, pero al contrario, porque mantener una línea que parece estar perennemente en su punto álgido es una virtud de la que muy pocos pueden presumir, y estos gallegos lo logran realizando con cada nuevo disco el difícil ejercicio de mostrarnos su variedad de virtudes y al mismo tiempo consolidar su inalcanzable nivel.