Sala Mozart del Auditorio, Zaragoza. Jueves, 15 de abril del 2021
Por: Javier Capapé
Recuerdo mi primer concierto de Revolver, uno de los primeros conciertos “grandes” que presenciaba. Eran los tiempos del primer “Básico”, aunque no por ello su presentación fue en acústico. Nada de eso. Recuerdo el rugir eléctrico de las guitarras y el calor que se concentraba en el pabellón interpeñas de mi ciudad en plenas fiestas del Pilar. Hace mucho tiempo de eso. Demasiado. Pero esa sensación de la electricidad recorriéndome la piel se ha repetido cada vez que he visto a Carlos Goñi en concierto. Como así fue el pasado jueves en el auditorio zaragozano, aunque impregnada esta vez por una mayor carga emocional.
Goñi parecía nervioso en los primeros temas (algo acrecentado por algunos problemas internos con la monitorización y pequeñas desafinaciones en su stratocaster). Además, había que tener en cuenta que éste era el estreno de su gira y quizá por eso el concierto fue de menos a más, aunque sin echar en cara lo más mínimo la entrega que nuestro protagonista brindó desde el primer momento. La cercanía se hizo patente en muchos de los comentarios previos a las canciones, donde nos habló de su familia en la carretera, las confesiones personales de sus letras, la dificultad de rellenar los huecos entre canciones, los vacíos que se producen en el escenario cuando acontece algún problema técnico y hay que “entretener al público” o hasta su semi-procedencia aragonesa. El valenciano de adopción intentó que se respirara un ambiente de reencuentro soñado donde, como él mismo comentó, a pesar de no ver las sonrisas se percibía una sincera comunión y agradecimiento mutuo entre artista y público, algo que me parece atisbar en cada concierto que presencio de esta nueva era.
Agradecido desde el primer momento y advirtiendo que para aprovechar todo el tiempo de que disponían no iban a andarse con rollos de bises en esta ocasión, el “Apolo Tour” arrancó en Zaragoza con más emotividad que fiereza, pero cargado de un repertorio que iría ganando enteros y desgranaría algunos de los pasajes más sonados de sus treinta años de carrera.
“Esta noche tengo más de lo normal” fue la primera de las quince canciones que sonaron en la sala Mozart. Un recorrido en apariencia breve en su setlist, pero certero, y que rebasó las dos horas de concierto. Comenzó en un estilo muy cercano a su admirado Springsteen de los tiempos de “Nebraska”, mientras rasgaba su guitarra acústica y sacaba brillo a su armónica. Con los elementos justos captó toda nuestra atención para no soltarla hasta el explosivo final de “Eldorado”, pero antes hubo tiempo para temas más recientes como “No escupas al suelo”, de su cuarto “Básico”, o algunos de sus últimos clásicos como “Blackjack”. Manuel Bagüés al bajo y Miguel Giner a la batería acompañaron a Carlos Goñi desde la cuarta canción iniciando suavemente su intervención con la templanza de “Es mejor caminar”, tras haber interpretado con gran convicción “El Peligro”, muy acorde a los tiempos en los que nos movemos, como última canción del primer bloque acústico. Cuando afrontaron “Calle Mayor” me sentí retrotraído a mi adolescencia. Hacía mucho que no la escuchaba, pero sin duda se trata de un tema increíble que, desgraciadamente, sigue totalmente vigente, como comentó el propio Goñi, aunque ahora podría reflejar todo el odio hacia el que no piensa como nosotros, no solo hacia los inmigrantes, como ocurría en su concepción original. Despegando con cierta emotividad, el trío, menos cargado de garra que en anteriores giras en este formato de Revolver, pero más certero en sus proclamas, afrontaron clásicos como “Si es tan solo amor”, con el público ya animado para apoyarles en los coros, o “Si no hubiera que correr”. Aunque la que verdaderamente impactó a todos fue “Esperando mi tren”, una de las más épicas de su repertorio que en la noche inaugural del “Apolo Tour” se ofreció a modo de homenaje para una de las personas más queridas de la banda, consiguiendo que a más de uno se le saltaran las lágrimas.
“Odio” sonó borrosa, no sé si motivado por mi ubicación en la sala demasiado escorada o porque en algunos momentos el sonido no estuvo tan fino como otras veces en esta sala. Cierto es que las guitarras de Goñi podrían haber sonado con algo de más potencia y resaltarse más sus solos, pero por otro lado el balance estuvo muy equilibrado permitiendo en todo momento detenernos en las letras soltadas casi como discursos o historias largas que podrían narrar toda una vida de victorias y derrotas. Salvo en esta canción, donde odiamos sin averiguar demasiado el qué.
Con Carlos Goñi de nuevo solo en el escenario y con la inestimable compañía de su acústica y su armónica nos brindó una magnífica versión de “Dentro de ti”, uno de los temas que no falta nunca en su setlist, y de “Faro de Lisboa”, muy celebrada también por el público presente e incluso por mí, que no he tenido nunca devoción por este tema, pero que en las distancias cortas del pasado jueves consiguió seducirme de veras veinte años después de escucharlo por primera vez.
El trío volvió a reunirse para afrontar el final del espectáculo que, como había anunciado Goñi, no tendría bises, y así llegaron “Tu noche y la mía”, “No va más”, con un desatado solo de guitarra, y el emblema de canción entendido por Goñi o la mejor representación de su espíritu militante y roquero de la escuela de New Jersey como es “Eldorado”, donde en sus casi quince minutos de desarrollo presentó a la banda y a sus técnicos sin dejarse a ninguno de ellos, y alargó su solo de guitarra convirtiéndolo en un ocho mil de la interpretación a las seis cuerdas, un auténtico éxtasis de electricidad para cerrar el estreno de esta gira, que va mucho más allá de la celebración de los treinta años de Revolver iniciada poco antes de la pandemia.
Que la gira haya cambiado su nombre y concepción de “30 Años” a “Apolo Tour” no puede ser mejor signo del momento vital de este proyecto, con el que Carlos Goñi no ha dejado de publicar discos de forma regular ni de girar incansablemente por nuestro territorio. Apolo, como Dios griego de las artes, la belleza, la armonía, el equilibrio y la razón, ha sido identificado también como la luz de la verdad, y cierto es que podríamos ver ciertas similitudes entre las intenciones de esta gira y los atributos de este Dios, ya que nuestro frontman pretende ante todo resaltar el poder de la belleza artística y la música en particular para alcanzar la razón, para hacernos libres y para salir de nuestro particular letargo. Todo ello sin ser pretencioso, intentando estar todo el tiempo sobre las tablas con los pies en el suelo. Cercano, convincente y pegado a la realidad. Quizá nos faltaron por momentos algunas guitarras más afiladas, que seguro irán adquiriendo garra conforme avance la gira, aunque eso sí, salimos totalmente seguros de que Revolver no esconde trampa ni cartón, se nos entrega con toda la honestidad que siempre le ha caracterizado, pero esta vez con el añadido de tener de su lado al mismísimo Apolo.