Puede ser entendido como una paradoja o como una enseñanza vital el hecho de que la escultura “Victoria de Samotracia”, que representa a la diosa de la victoria, aparezca ante nuestros ojos, convenientemente reconstruida, tullida y sin cabeza. Imperfecciones que sin embargo no le restan un ápice de belleza ni por supuesto todo su poder simbólico. Sean cuales sean las motivaciones que han llevado a la banda Los Fusiles a utilizar dicha pieza para hacerla posar en portada de su último disco, facilitando el juego de palabras con su título, “Victoriosa”, la realidad es que con este segundo trabajo el cuarteto sevillano, al igual que la mencionada obra de arte, se encomienda a gobernar un barco con el que alcanzar el triunfo en esa batalla que significa sobresalir de manera muy destacada entre un proceloso océano de propuestas musicales.
Fue en el 2019 cuando esta formación de armamentístico nombre consiguió con su aparición, de la mano del disco de literaria evocación ”¿Quién le escribe al coronel”, convertirse en una de las revelaciones del panorama y hacerlo, aunque pueda parecer irónico, recolectando y asimilando magistralmente buena parte de lo mejor de esa tradición de rock and roll surgido a finales del pasado siglo en nuestras fronteras y que siempre impulsado por el espíritu anglosajón no olvidaban añadirle su acento propio. Lo que a priori podría haber sido resuelto como un ejercicio revivalista de escasa originalidad, sin embargo se convirtió en un asombroso trabajo que bajo esa aparente sencillez escondía una manifestación de gran singularidad. Virtudes que vuelven a poner sobre la mesa con su actual referencia, y manteniendo -quizás simplemente deteniéndose o agrandado ciertas tendencias- el esquema básico de su predecesor, consiguen confirmar talentos y sobre todo consolidar una genuina, distintiva y excelente apuesta.
Hay en el concepto global asociado a Los Fusiles una evidente exaltación de la cotidianidad, de lo, hasta cierto punto, mundano, ya sea tanto en la esfera musical como en la perteneciente a los textos, una representación que tras esa primera y externa apariencia esconde una naturaleza más compleja. Una condición aplicable tanto a su vena referencial, que aunque plagada de nombres conocidos y reconocibles ha alcanzado ese punto de distinción que les hace pasar por únicos casi al instante, gracias en buena parte a esa capacidad para conjugar sin atisbo de disonancias expresiones más contundentes con ademanes elegantes o nostálgicos, como a unos textos curtidos en el barro de la calle pero con la mirada siempre dispuesta a orientarse hacia las lejanas musas. Como ellos mismos dicen en la canción de apertura de su flamante nuevo disco: te vestiré con el verso y con la prosa. Una declaración de intenciones que supera con mucho lo meramente literario.
Es precisamente ese tema homónimo e inaugural el que les permite empezar ya ganando la batalla y poniendo a las tropas de su lado. Una excepcional composición, alimentada de una castiza nostalgia que deviene en majestuosa, y que igualmente se puede referir a Gabinete Caligari como sobre todo a la manera de cantar de un Josele Santiago menos crudo pero con su deje envalentonado, para resaltar esos amores que de tan reales parecen ser imaginarios. Serán Los Enemigos una influencia ya adivinada desde sus primeros pasos pero que en el transcurso de este álbum avanzará hasta resultar capital, valgan como ejemplos la virulencia de “El olvidao”, o la épica crudeza de “La Reclamación”, demostraciones ambas de que en el imaginario costumbrista que maneja la formación también hay espacio para esos podridos poderes fácticos. Más chispas todavía saltarán en la actitud punk que desprende “Pasacalle en la ciudad” , donde el lanzamiento de melodías bajo el riesgo de rabioso contagio nos hace pensar en un más que factible escenario que invite al pogo como remedio a la bulimia existencial que esconde. No menos esenciales en la constitución de la identidad de la banda se significa el legado del rock and roll grasiento y certero que constituyen el binomio Burning-Stones, canallesca que suben a escena para brillar en “Pasen” o “Chaqueta de piel”.
Ni este disco ni la breve pero estacada carrera de los andaluces se escribe bajo líneas rectas ni paisajes planos. Teniendo claro cuales son sus ambientes recurrentes, sin embargo son igualmente hábiles en decorar desvíos en los que nunca perder su identidad. En esta ocasión el fondo de de armario, tan imprescindible como los trajes de gala, se compondrá del rockabilly campestre de “Chica de ojos claros”, la sofisticada instrumentación utilizada para la sedosa melancolía que desprende “Primero izquierdo” y sobre todo de “María Dolores”, una historia sobre uno de esos personajes entrañables y carismáticos que sobreviven en esas tumultuosas calles en las que se pueden dar cita desde unas sevillanas, los toques latinos o la estrafalaria presencia de Willy Deville.
El poeta Rainer Maria Rilke a propósito de la la escultura “Victoria de Samotracia” escribió que era una imperecedera recreación del viento griego en lo que tiene de vasto y de grandioso. Del nuevo disco de la banda sevillana se podría decir que es una exquisita representación personal, entre lo terrenal y lo sublime, de la herencia arrojada por ese rock and roll castizo hecho desde nuestras latitudes, páginas de una historia en las que, de seguir bajo esta trayectoria, el nombre de Los Fusiles está llamado a aparecer.