No creo que a estas alturas quede ningún ingenuo que pensara que una pandemia mundial iba a conseguir detener el impulso creativo del que hace gala en los últimos años Hendrik Röver. Ya sea en su faceta como productor o tomando las riendas de algunos de sus diversos proyectos, su nombre, por suerte, no ha dejado de estar constantemente ligado a un sin fin de jugosas novedades. Es ahora, en plena época donde las dificultades se multiplican y las emociones se sitúan bajo mínimos, cuando Los Deltonos deciden hacer acto de aparición, noticia que siempre es un revulsivo para el rock patrio pero que en estos insípidos tiempos se hace todavía más urgente y necesaria su presencia. Y por lo visto en su nuevo disco, “Craft Rock”, parecen ser muy conscientes de esa sequía existencial a la que estamos sometidos y han decidido tratarla con su mejor medicina, una que se pronuncia rock and roll.
Si echamos un vistazo en retrospectiva a la ya muy dilatada carrera de la banda cántabra, su recorrido se puede dividir en diferentes segmentos a los que relacionar, sino con un estilo concreto y cerrado, sí con un tipo de tendencia sonora. En la actualidad, hacer ese ejercicio, tanto para sus más recientes predecesores trabajos como para el actual, nos ofrece la imagen de un cuarteto sumergido en la recuperación de su ímpetu "bluesero" bajo una representación especialmente contundente y áspera, renunciando al mismo tiempo a mostrarse encorsetada ni adherida a estrechos patrones. Dicho de otra manera, sus canciones actuales supuran toda la rabia y la fogosidad de la juventud pero expresada bajo los conocimientos adquiridos a lo largo de los años, una fórmula que al mundo de la música, y al del arte en general, nunca le ha sentado nada mal. A las pruebas me remito.
“Craft Rock” contiene precisamente eso, rock artesanal, sin aditivos ni edulcorantes necesarios para enmascarar limitaciones. Al contrario, aquí, con los elementos básicos del género, son capaces de sonar cien por cien resolutivos y tocados por un nervio ejemplar. Quizás ser conscientes de ese excepcional estado de gracia en el que están inmersos les haya empujado a abrir el disco con una bienvenida, “Hey Gente”, que más que una declaración de intenciones, que por supuesto también, es un reproche a esas mentes acomodaticias más preocupadas por dictar epitafios que asomarse al presente. A todo ellos, Hendrik y compañía les espeta una buena dosis de trepidantes bases rítmicas y riffs de rock dinámico y trotón. Un buen ejemplo de las señas de identidad de las que hará ostentación un álbum que hará del blues, desde diversos horizontes, su guía prioritaria, destacando como excepción en ese recorrido el ejercicio de contagioso y melancólico power pop de “Invencible”, como si estuviéramos ante una esporádica resurrección de aquel proyecto de escueto nombre, Hank.
Las líneas maestras sobre las que se va a sustentar la interpretación del género negro estarán relacionadas con una orgánica rotundidad y unas rugientes guitarras, absorbiendo enseñanzas y tesituras que remiten desde Houng Dog Taylor a la escena Hill Country pasando por los primeros The Black Keys. Un conglomerado del que es capaz de nacer el aseverativo título de “Lo dejo”, una ejecución que se reorientará hacia escenarios menos directos e inmediatos en la evocadora y brumosa “La pieza principal”, un tema que sin embargo no debe desviarnos de esa carretera principal por la que circulan a lomos del ritmo boogie de unos ZZ Top en “Conduzco yo” o de traer hasta el presente el espíritu fangoso del Delta del Mississippi de la mano de un atronador “Villano”. Señales de un rabioso espíritu que emergerá con mayor virulencia a través de la introducción de una variable casi hard rockera en las pétreas bases de “Así lo entiendo yo” o “En mitad”, que nos empuja a acompasar con nuestros golpes de cabezas la clásica historia sobre la llegada de los siempre inevitables finales.
Sería ya todo un reto que después de 30 años de carrera Los Deltonos se mantuvieran en pie gracias a editar discos dignos, pero la realidad va mucho más allá, ofreciéndonos la imagen de una banda a la que el paso del tiempo parece insuflarle ganas e intensidad, dejándonos discos, como el que tenemos entre manos, de una desbordante calidad, además por supuesto de seguir siendo abanderados de un idioma en el que el verbo ácido y el flamígero sentimiento del rock and roll son su incuestionable ADN.