Por: Javier Capapé
El duodécimo álbum de estudio de David Gray llegó hasta mí como una sorpresa inesperada, como muchos de los mejores discos con los que más estoy disfrutando estos últimos meses. No sabía de su intención hasta el mismo día de su lanzamiento, en el que los algoritmos de Spotify me lo presentaron gracias a mi escucha intensiva del artista inglés a través de esa plataforma. Si no hubiera sido por eso no hubiera llegado a este disco fácilmente, ya que, como ocurre con la mayor parte de la obra de Gray, parece no interesar mucho al mercado nacional. Una lástima, teniendo en cuenta la brillante carrera de este artista. No obstante, y dejando de lado estos apuntes, lo que nos importa es el disco, estas trece nuevas canciones presentadas cuando casi nadie podía intuirlo, y en una línea muy rupturista con el que era hasta el momento su último álbum “Gold in a Brass Age”. “Skellig” es otro disco fruto de este tiempo de pandemia, un disco que invita al recogimiento, a mirar al interior y hacerse preguntas. Puede servir de punto de apoyo y reinicio, o simplemente puede acompañarnos para atravesar mejor estos paisajes áridos que parecen rodearnos desde hace más de un año. David Gray presenta estas canciones desnudas, dando espacio a las voces, que se convierten en protagonistas, así como a los sonidos más cálidos de las guitarras y el piano, pero dejando atrás las programaciones que inundaban su último largo. El propio Gray dice que éste es un disco contemplativo. Su título está inspirado en un afloramiento rocoso que se encuentra a diez millas de la costa suroeste de Irlanda y que lleva el mismo nombre (las habrán podido ver como escenario del retiro de Luke Skywalker en “Los Últimos Jedi”). Esa isla inhóspita estuvo habitada por monjes durante cientos de años, lo que llevó al músico a reflexionar sobre la idea de establecer un monasterio en un lugar tan remoto para estar más cerca de Dios. Este hecho relacionado con la isla le ha motivado en su propia experiencia para optar por su vena más contemplativa y otorgar ese espíritu de calma y espiritualidad a estas canciones.
Gray explica que lo que hace definitivamente diferente a este álbum es el grupo de voces que en él destacan: “Cuando todo el mundo presta su corazón a algo con su voz, es como un coro de gospel”. El artista inglés confiesa que lo que ha conseguido con estas voces es una versión celta del gospel. A pesar de que el disco es sobrio instrumentalmente hablando da la sensación de ser muy colaborativo. Y para muestra, la canción con la que abre, donde una guitarra arpegiada y un suave piano son suficiente para hacer brillar a las voces que al unísono afrontan el tema. Los músicos irlandeses Mossy Nolan, David Kitt, Niamh Farrell y Robbie Malone, además de la británica Caroline Dale, se encargan de las mismas, llevando las canciones a un punto más elevado que en cualquier álbum anterior de Gray. Serenidad, sobriedad, aislamiento y espiritualidad que invitan al recogimiento a la vez que a la reconversión de uno mismo.
Con la mayoría de estas canciones Gray nos cuestiona y conmueve, porque podríamos decir que “Skellig” es uno de sus discos más conmovedores, con el poder de transportarnos a otro lugar, que no deja de ser nuestro propio interior. Aunque la mayoría de críticos asegurarán que la cota más alta que alcanzó este músico fue con el reconocido “White Ladder”, yo soy más defensor del poder evocador del posterior “Life in Show Motion”, con el que dio un paso de gigante y al que no había vuelto a llegar hasta ahora, con este “Skellig”, que desde ya mismo, pasará a engrosar el podium de los discos más destacados del británico. No busquen grandes efectos, épica contenida, ni arreglos pomposos. “Skellig” es tan sobrio como bello. Invita a creer en uno mismo, desde nuestra necesaria espiritualidad hasta la comunión con un paisaje evocador.
“Skellig” y “Dún Laoghaire” se sostienen con poco más que una guitarra, y cuando entra la percusión en “Accumulates” o “Heart and Soul” (la que parece una versión reposada de “Cake and Eat it”, ya que emplea el mismo fraseo de guitarra) es de forma sutil, sin rabia, acompañando y meciendo dulcemente las canciones y sus mensajes, ya que lo importante es eso, no empañar la esencia. El piano entra en “Laughing Gas” y nos atrapa como en su día hiciera “This Year’s Love”, pero aquí destaca una interpretación vocal más curtida y segura, a la par que emocionante. También al piano, la breve “No false Gods” dice todo con lo mínimo. “Deep Water Swim” pone fin a este apartado dominado por el piano tras el citado arranque a la guitarra. Los coros siguen destacando, otorgándoles el protagonismo necesario que complementa a la perfección la aspereza de Gray. Y llegamos a “Spiral Arms”, un auténtico monumento, el punto álgido del disco en mitad del mismo. Acústica evocadora y voces que sobrecogen, hacen que queramos quedarnos a vivir en ella porque todo en la misma suena a hogar, a esa sensación cálida que nos da la lumbre de una chimenea, consiguiendo un punto de ensoñación maravilloso. De nuevo con la instrumentación justa, pero llevándonos más lejos de lo que podríamos imaginar. Esta maravilla que nos deja extasiados tras sus casi siete minutos de recorrido desemboca en “The White Owl” al piano, que va creciendo poco a poco sin necesidad de adornarla, ya que en ella sigue predominando el minimalismo. “Dares my Heart be Free” también es extensa, lo que nos permite recrearnos en sus armonías vocales con gusto mientras esperamos la redención, el calor del hogar, que llega con “House with no Walls”, en lo que parece ser un cántico al más puro estilo del trovador desnudo, con ecos al Dylan de los sesenta, sin más poder que el que da una guitarra, aunque a David Gray no parece hacerle falta nada más en este momento. En su contra podemos decir también que “Can’t hurt more than this” puede llegar a incomodar después de tanta introspección, pero el disco pide esto, calma y recogimiento. Quien busque otra cosa, algún quiebro o sorpresa, quizá se haya equivocado de disco, porque esta canción, como el resto, invita al diálogo interno con uno mismo. ¿Es necesario algo más? Parece ser que para David Gray no y por eso concluye su disco con la sobriedad de “All that we asked for”, el colofón a un álbum recogido a la par que sanador. El disco que necesitaba Gray y también muchos de nosotros, porque estas canciones responden a un estado de ánimo condicionado por la pandemia, pero a la vez son canciones universales que poder revisitar en cualquier momento, que podemos aplicar a muchos momentos de nuestras vidas y que nos ayudarán a llevarlos con mayor entereza.
La gira que tenía prevista para conmemorar el veinte aniversario de “White Ladder” ha quedado pospuesta, pero este giro imprevisto en forma de disco nos ha regalado la oportunidad de descubrir estas trece canciones que el tiempo las situará entre lo más granado de su autor. Y es que se puede decir mucho con muy poco, como así lo demuestran composiciones tan puras y pegadas a la realidad como éstas. Un bálsamo, una brisa cálida para tiempos fríos.