Los géneros literarios, como todos los artísticos, son susceptibles de ser renombrados, ampliados o incluso pervertidos, siempre acorde con las necesidades expresivas del autor o autores en cuestión. En el ámbito periodístico, en este caso adscrito a lo estrictamente musical, debería ya institucionalizarse una especie de subgénero al que podríamos denominar “ensayo conversacional”, en el cual se incluirían aquellas biografías narradas por su propio protagonista a través de charlas, confesiones (qué bonito lo de seguir escribiendo sobre asuntos de otro que solo sabes tú, lo que venía siendo conocido como “primicia informativa”) y diversos encuentros en los que la vida y obra del susodicho artista va siendo diseccionada, sin perjuicio de que en el proceso salgan a la luz aspectos menos memorables o se disimulen fragmentos no tan prestigiosos. A ese epígrafe se adscriben dos de las tres referencias que hasta el momento han publicado los compañeros de Muzikalia, que ahora, después de haber servido de soporte textual al hilo argumental de las últimas canciones de Chucho con la historia de “Pere y María”, la impagable colección de micro relatos escritos por Fernando Alfaro, recurre a las respuestas del propio narrador sometido a una pormenorizada batería de cuestiones sobre los principios y finales de su carrera y el fraguarse y desvanecerse de muchas de sus teorías personales.
Esta vez Manuel Pinazo y Chema Domínguez se fajan a conciencia, en un trabajo pensado a largo plazo, para que Alfaro viaje a sus entrañas –cosa que ya suele hacer en sus canciones- y regrese de ellas bañado en la sangre que siempre labró sus surcos. La sombra de un pasado demoledor se cierne en varias ocasiones cuando rememora conciertos frustrados y alguna que otra resurrección forzada, tanto a nivel íntimo como grupal. Un músico consciente de su importancia y su coherencia, ejemplar para mantener la llama de la independencia desde las primeras canciones ensayadas con los seminales Surfin Bichos, allá por 1989, hasta las varias vidas de la banda donde posiblemente su particular universo haya sido mejor entendido: Chucho. Es un placer insospechado sumergirse en unas páginas de la historia del pop español que aún estaban en blanco y rellenarlas con los fantasmas de otro tiempo, mejor o peor, pero dándole sentido a un momento de las vidas de muchos de los lectores a través de los mensajes impíos de “Gente abollada”, “Fotógrafo del cielo”, “Fuerte”, “Un ángel turbio”, “Magic” o “El vientre del firmamento”. Ahora que se reedita la caja de los truenos que expandió gran parte de su universo, la integral de aquellos “Diarios de petróleo” presentada como la revolución que debería haber sido, apetece saber por boca de su autor que fue Nacho Vegas quien lo rescató (anécdotas inconfesables de su gira conjunta incluidas) después de caer en el pozo de la insatisfacción o que aún hay quienes aseguran haberlo visto tocar teloneando a Nirvana junto a Teenage Fanclub, algo que nunca sucedió y que finalmente los vaivenes contractuales se encargaron de impedir. En “La luz en sus entrañas” se desentrañan otras muchas cosas, pero lo más importante es que el hilo conductor lo lleva el propio responsable, y la imprescindible colección de fotografías que acompaña el recorrido contribuye ampliamente a entender por qué esta lectura podría calificarse poco menos que de imprescindible.
Prologado por J, líder de Los Planetas y otro miembro del club de las personalidades referenciales, en estas poco más de 300 páginas hay mucha sustancia y motivos para el orgullo. Que no debe ser otro que el de saber que aquí, sin ir más lejos en una ubicación tan poco desprovista de glamour como la meseta albaceteña, también tenemos pequeñas deidades musicales a las que adorar por los siglos de los siglos. Un fantástico trabajo editorial que, en otros términos más osados, sería una hagiografía en toda regla.