50 años de "Pearl", el bello último lamento de Janis Joplin




Por: Kepa Arbizu 

Muchas veces no son fáciles de asimilar los designios que el destino tiene guardados para ciertas personas. Por ejemplo convertir tras su fallecimiento a una joven llamada Janis Lyn Joplin, acostumbrada a sufrir episodios de desprecio y marginación durante muchas épocas de su vida, en todo un icono y referente cultural adorado por millones de personas. Quizás el apoyo en su momento de unas pocas de ellas hubieran sido suficientes para cambiar el rumbo de la historia de la ahora mítica cantante, tiznada de una larga lista de episodios dolorosos que la condujeron a un persistente sentimiento de soledad que desembocaría finalmente en una prematura muerte a los 27 años como consecuencia del abuso de las drogas. 

Es cierto que en esa excesivamente corta biografía tuvo tiempo para entregar un legado tan escueto como repleto de calidad. Se trata de tres grabaciones culminadas con el póstumo “Pearl”, para muchos su obra capital en cuanto a que representó el vehículo más adecuado para plasmar sus torrenciales cualidades. Publicado originalmente el día 11 de enero de 1971, solo tres meses después de su defunción, su principal valor, que no único, recala precisamente en la capacidad para recoger su desaforada expresividad a través de una variedad de registros. Siempre afines a las raíces del sonido norteamericano, estas piezas se decantarían más claramente por aquellos concernientes a la cultura negra, exponiendo su voz en la línea de sucesión de otras pioneras como Mahalia Jackson, Ma Rainey, Bessie Smith o por supuesto Aretha Franklin.

Para comprender los méritos artísticos de esta álbum y su más que justa honorífica ubicación en la historia no hay que desestimar el contexto en el que fue concebido. Si no hay duda de que sus capítulos previos, un “Cheap Thrills” acompañada de la Big Brother and the Holding Company y después otro junto la Kozmic Blues Band (“I Got Dem Ol' Kozmic Blues Again Mama!“), supusieron unos meritorios trabajos, sobre todo el primero de ellos, ambas fueron experiencias que acabaron abruptamente, ya fuera por desavenencias en el campo personal o musical. Un aspecto este segundo en el que siempre destacó la incansable búsqueda de la texana por no adscribirse únicamente a un género ni  convertirse en el espejo de una época concreta; sus aspiraciones iban más allá, pretendiendo hallar una manera de comunicarse más libre y sin restricciones formales. Para tales fines buscó rodearse de una banda en la que mantendría a Jon Till (guitarra) y Brad Campbell (batería) e incorporando a Ken Pearson, Clark Pierson y Richard Bell. Una formación que desbordaba calidad en su manera de interpretar pero en la que también, y no resultaba menos importante, encontró un colectivo con el que congenió en lo humano y donde se sintió, por primera vez, arropada por unos músicos que seguían su estela. Un sentimiento de comunidad en el que ayudó decisivamente la presencia del productor Paul Rothchild, de demostrada valía profesional por sus colaboraciones con The Doors o The Paul Butterfield Blues Band, y que rápidamente supo aunar todas las piezas para dirigirlas hacia el camino más adecuado, asumiendo labores no solo técnicas sino de asesor y amigo.

En la carrera de Janis Joplin siempre ha resultado muy influyente en el resultado creativo final el estado anímico en el que se encontraba, uno por otra parte tendente con asiduidad a trasladar sus malas rachas a problemas relacionados con las adicciones. Por eso, en el inicio de la grabación de este disco, tras un previas vacaciones por Brasil, resulta relevante el hecho de encontrarse con la figura de una mujer ilusionada y alejada por extensión de nocivas tentaciones, algo pocas veces visto con tanta nitidez en ella. Una condición que por desgracia no duraría demasiado, ya que pronto, y paradójicamente en paralelo al buen rumbo con el que avanzaba la la elaboración del álbum, aparecerían sus habituales viejos fantasmas, siempre dispuestos a renacer y que fueron agigantándose hasta tornarse en tragedia.

Las publicaciones de la norteamericana, y en absoluta su disco póstumo es una excepción, siempre se han caracterizado por estar integradas de un buen número de temas ajenos, algo que en otros casos podría contabilizarse como un déficit pero que en el suyo suponía la extraordinaria capacidad de personalizar todo aquello que llegaba a su garganta. Buen ejemplo de ello es una de sus canciones más reconocidas, y que le supuso mayor éxito, como es "Me and Bobby McGee", perteneciente a Kris Kristofferson. Partiendo de una lúgubre tonada folk, solo ella pudo extraer de aquella melodía un vivaz, y melancólico, ritmo country. 

Pero no es casualidad, o por lo menos es bonito creerlo así, que el inicio de este trabajo recaiga en una canción ideada por ella misma, el endiablado “Move Over”, donde su incontrolable voz danza en paralelo al dibujo de la guitarra para completar un blues rock-dirigido por una arrebatadora base rítmica. Otra exhibición del género recaerá en “Burried Alive in the Blues”, ésta con la salvedad de que se trata de un instrumental, inacabada pieza ya que la voz debía haber sido registrada justo al día siguiente de que se encontrara el cuerpo de Janis Joplin. Huérfana de su huracanada interpretación, aun así el tema se convierte en una anárquica y trepidante jam session como símbolo del poderío y la calidad de la banda.

Si dentro de esa libertad estilística que se impone en “Pearl” hubiera que trazar alguna línea predominante, esa sería sin duda la del soul, que en sus diferentes variables aglutina a un número considerable de canciones, algunas convertidas en el reflejo del desgarrador lamento que habitaba en su interior, como la icónica “Cry Baby”, o magistrales muestras de intimismo que van suflando hacia una representación más desmelenada, como “A Woman Left Lonely”, obra de una de las grandes parejas de compositores que ha dado la música, Dan Penn y Spooner Oldham. Pero sí de enfocar hacia los rutilantes nombres que aparecen en la lista de créditos se trata, no se puede retirar la vista de la presencia de Bobby Womack, encargado de la escritura, y de tocar la  guitarra acústica, de “Trust Me”, un contenido y romántico medio tiempo rasgado por la interpretación de la cantante. Para este momento ya no cabe duda de que el disco se ha convertido en un paseo por todo una colección de frustraciones y de relaciones sentimentales fallidas. De ahí que “Half Moon”, convertida en un agitado y vibrante funk, emerja como una poética evocación al amor real. Imploraciones que se repetirán, aunque sean cargadas de ironía frente al fervor materialista, en la desnuda “Mercedes Benz”, mantenida en su versión a capella a modo de homenaje a lo que fue el último registro de sus cuerdas vocales. Una condición que ayuda todavía más a dotarle de ese halo de himno de crudo gospel.

“Pearl”, al margen de otro tipo de publicaciones, es el último legado musical que nos dejó Janis Joplin. Y en él encontramos, en su expresión más pura y liberadora, todos las constantes que han regido hasta entonces su arte y su vida. Por eso no extraña que la joven mujer que posa en la portada desinhibida y feliz, al mismo tiempo sea capaz de expresar con una impresionante, y desgarrada voz, el lamento que nunca dejó de latir en su interior. Su obra, como expresión de su existencia, representa el canto a la libertad de aquella a la que nunca le permitieron ostentarla, quien jamás encontró un lugar donde poder ser ella misma. Es por lo tanto a través de sus canciones y de su descomunal interpretación donde podemos encontrar el certero reflejo de ese alma pura y afligida que este mundo cruel nunca permitió crecer.