Llegan fechas navideñas y a pesar de los tiempos turbulentos en los que van a desarrollarse no nos olvidamos de las ediciones especiales enfocadas al impulso de ventas que caracterizan estas celebraciones. Y no sólo por la Navidad llega este disco a nuestras manos, sino también por el ansia de las grandes discográficas para atraer al ávido coleccionista de discos facturados por los grandes artistas clásicos en múltiples formatos y con precios de lo más caprichosos. La edición de este “Live at the Hollywood Palladium” de Keith Richards y la banda que le acompañó en la presentación de su disco en solitario “Talk is Cheap”, los míticos X-Pensive Winos, es un suculento manjar para paladares exquisitos. Para hacerse con la edición Super Deluxe Box Set hay que tener también los bolsillos llenos, ya que incluye la grabación original remasterizada en vinilo y CD, otro vinilo extra con tres temas inéditos (que también están disponibles en la edición digital), un DVD exclusivo con la grabación original del concierto, un libro con el ensayo de David Fricke “The Loosest Tight Band You've Ever Heard”, más una nueva entrevista con Keith y numerosas fotografías inéditas, además un sinfín de objetos curiosos como el comunicado de prensa de la gira, la lista de canciones escrita a mano por el propio Richards, el itinerario del tour, entradas del concierto, pases VIP, una púa personalizada y hasta la etiqueta y la bolsa de vino promocional que se entregaban en el concierto. Vamos, algo imposible de adquirir para la mayoría de los mortales.
Sin duda, con esta edición del famoso concierto grabado el 15 de diciembre de 1988 han rizado el rizo, porque parece que lo menos importante sea su contenido musical. Cosas de la industria en estos tiempos que corren. Seguro que muchos de los que adquieran esta exclusiva caja ni siquiera pondrán a girar los vinilos en su tocadiscos por no desgastarlos. Al fin y al cabo parece importar más el objeto que las canciones en sí mismas. Además, teniendo el disco en streaming, ¿para qué manchar esta caja? Caprichos de las grandes discográficas en los últimos estertores del formato físico. Parece una estrategia lamentable, algo que deberíamos cuestionar y que quizá esté perdiendo el norte, porque cada vez vemos más caprichos así con las ediciones de discos con aura de clásicos donde parece que el continente sea lo verdaderamente valioso. ¡¡Qué equivocada parece estar la industria!! Y más cuando nos sumergimos en un directo de estas características. En un directo mítico, ya que refleja el estado de gracia en el que se encontraba Keith Richards en paralelo a sus Stones.
“Live at the Hollywood Palladium” supone la constatación del buen momento personal y artístico que atravesaba su protagonista tras la publicación de su primer álbum en solitario “Talk is Cheap”. Entre 1987 y 1988 juntó a la banda The X-Pensive Winos, formada por el guitarrista Waddy Wachtel, el batería Steve Jordan (también productor de su disco “Talk is Cheap”), el bajista Charley Drayton, el teclista Ivan Neville, la cantante Sarah Dash, y el saxofonista más querido de Richards y los Stones, Bobby Keys. Con esta banda preparó y grabó su disco y emprendió una gira única por doce ciudades de Estados Unidos, de la que se registró el penúltimo concierto de la misma, esta grabación en Los Ángeles del 15 de diciembre de 1988, editada anteriormente en 1992 (los bootlegs que circulaban de mala calidad con la grabación del concierto obligaron a publicarlo en su día) y remasterizada para la ocasión con el añadido de tres temas inéditos hasta la fecha: “Little T&A”, “You don’t move me” y “I wanna be your man”, el clásico de los Beatles que cedieron a los Stones como uno de sus primeros singles.
Rock, funk, soul y reggae (maravilloso desarrollo en “Too Rude”) se funden en este directo que repasa casi la totalidad de los temas de su debut en solitario junto a algunos clásicos de los Stones como “Time is on my side” (interpretado por una inspiradísima Sarah Dash), “Happy” (en la que quizá sea su mejor ejecución registrada en vivo) o “Connection”. La banda tiene un sonido mestizo, a la par que caliente, y la grasa que desprenden encaja como un guante con la voz desgastada del bueno de "Keef", que parece disfrutar de lo lindo de este momento irrepetible. El propio Keith agradeció en su día el tener consigo “a todos los chicos de esta banda tan hermosa como loca”, a los que calificaba igualmente de adorables y auténticos. Tal vez sólo se le pueda echar en cara al setlist la falta de elementos country y folk que tan bien maneja en los discos de su banda madre, porque el disco tiene una sonoridad más lineal en su totalidad, pero en este momento no le hacía falta recurrir a esto. Le basta y le sobra con el rythm and blues más puro y el rock bastardo, y se percibe sobradamente que con esta banda a su medida podía flotar libre y sin ataduras. Un capricho fructífero tanto para él mismo como para los afortunados que pudieron degustarlo en vivo.
Ahora somos capaces de disfrutar como se merece de esta grabación histórica (aunque echamos de menos poder hacernos con la versión en DVD fuera de su Box Set exclusivo) y sacarle todo su jugo. Podemos vibrar con canciones tan directas como “Take it so hard”, tan hipnóticas como la extensa “Too rude”, tan delicadas como “Make no mistake”, gracias a la sedosa aportación de Sarah Dash, tan sensuales como “Struggle”, o tan adictivas como “Big enough”. Pildorazos de puro rock que no encontraremos muchas veces. Y si a éstas le sumamos las infalibles “Happy” o “Connection” (que se convierten en los puntos álgidos del lote como ocurre muchas veces en sus directos con los Stones), junto a la inesperada “I wanna be your man”, la combinación resulta irresistible.
No podemos poner en duda el magnetismo de Keith Richards a pesar de sus formas rudas y su desaliño. En esta grabación no llegaba a los cincuenta años, pero su actitud, constatada de manera aplastante en este disco, es algo que le sigue acompañando treinta años después sin perder un ápice de credibilidad. Porque digámoslo alto y claro: Keith Richards es el espíritu pirata y la actitud de los Stones. Es su marca registrada. Si muchas veces he soñado con que el escueto set del guitarrista en los conciertos de los Stones (donde suele quedarse solo para interpretar un par de canciones) se alargara hasta al menos media docena de clásicos interpretados con su descaro característico para hacerme un poco más feliz, el poder tenerlo con este disco al frente de una banda, sin compartir cuota con su fiel escudero Jagger, consigue en mi fuero interno alcanzar un éxtasis sin precedentes. Afortunados aquellos que pudieron constatarlo de primera mano, porque asistieron a eventos mucho más exclusivos que la Box Set lujosa que nos ocupa, aunque algunos quieran hacernos creer que el verdadero valor está en lo material. Pues no, lo verdaderamente valioso es el placer de haber sentido en nuestra propia piel que se ha vivido algo único, algo que no se nos podrá arrebatar nunca. Gracias a estas dieciséis canciones (aunque sea en su formato más básico) conseguimos acercarnos un poco más a ese éxtasis lisérgico inigualable, que desprende la “grasa” característica e inimitable del guitarrista con más carisma y personalidad (que no buenos dedos) que podemos encontrarnos. Como el buen vino (y también el más caro) y aderezado con la simbología pirata (que preside la portada del disco), Keith Richards refuerza su valor seguro si lo que buscamos es la actitud más reconocible y creíble del rock. Una filosofía de vida que no ha cambiado lo más mínimo. Es su vida, su música y cómo sentimos que se regocija con cada rasgueo de su telecaster y cada fraseo desgarrado de su áspera voz curtida con mejor bourbon.