Por: Kepa Arbizu
¿Puede haber una portada más apropiada para un titulo como “Starting Over” (“Comenzar de nuevo”) que una totalmente en blanco? Difícilmente. Eso no significa que este último trabajo de Chris Stapleton represente un borrón y cuenta nueva ni haya oculto ningún propósito de enmienda, o por lo menos no sustancial y desde luego bajo ningún concepto relacionado con su estilo musical, que se mantiene firme entorno a un sobrio rock abastecido de todos los géneros clásicos norteamericanos, llámense folk, country, soul o blues. Lo que sí contiene este álbum es un honesto y sanador ejercicio por recapacitar, bajo un espíritu crítico, sobre su forma de afrontar la vida, tesitura, como el propio autor ha declarado, a la que le empujó la difícil absorción de la fama y el éxito adquirido en los últimos años, que le ha llevado de ser un escritor de canciones para otros intérpretes relativamente anónimo a un artista multipremiado.
Puede que parezca una reflexión realizada con las cartas marcadas -conociendo de antemano el sentimiento que incita a estas composiciones- destacar el ánimo más íntimo y personal que éstas contienen, pero resulta evidente que tras ellas se esconde una visceralidad, perfectamente conducida por una portentosa y rasgada voz, que nos remite a historias brotadas desde lo más hondo. Y si se trata de convertir dicho repertorio en un crisol de las múltiples sensaciones que la existencia aporta, nada mejor que darle al disco una notable diversidad de ritmos y ondulaciones, saltando desde aquellas más rabiosas a las más pausadas o introspectivas.
Manteniendo el juego de paralelismos entre este “Starting Over” y los casi nunca rectos caminos que configuran la vida, la grabación del álbum estuvo sujeta a contingencias que alteraron su ritmo previsto. La idea original de ser registrado en los míticos estudios Muscle Shoals fue interrumpida por un tormenta que los dejó sin luz momentáneamente, algo asumido por el compositor como un aviso del destino instándole a tomarse más tiempo en la elaboración de su obra, cosa que hizo y que le llevó a terminarla en lo que ha sido su “hogar” en los últimos álbumes, los RCA de Nashville. Un camino más plácido supuso la elección del acompañante en esta travesía en las labores de producción, de las que nuevamente se ha encargado su hombre de confianza, el Rey Midas en este tipo de terrenos, Dave Cobb.
Desde su propio aspecto, hasta la manifestación de su música, se diría que el mundo creativo de Stapleton está plagado de estándares y lugares comunes, pero la realidad es que, partiendo de la tradición y sin salirse del sentido clásico de todas las influencias que le definen, hay algo en su interpretación que le catapulta hasta ser uno de los más destacados representantes del género en este momento. Una situación propiciada, primero por la capacidad de exprimir el nervio primigenio de los sonidos a los que se acerca, y sobre todo por dotarles de un sentimiento tan puro y penetrante que la mezcla de todos ellos deriva en un conjunto arrasador, algo de lo que este disco es una prueba palpable.
“Starting Over” comienza de manera idónea, con el tema homónimo y expresando la necesidad de cambiar el rumbo, en definitiva de comenzar de nuevo, porque son aquellos caminos más difíciles los que vale la pena arriesgarse a emprender. Con la rudeza de Steve Earle y la solvencia épica del Springsteen más contenido, construye una melodía capaz de transitar por áridas estrofas para conquistar un estribillo memorable y repleto de emoción. Una de esas canciones que por encima de una carta de presentación excelente sobresale como toda una demostración de virtudes. Repertorio de cualidades que ni mucho menos se acotarán a un territorio determinado, valga como ejemplo el exquisito manejo que ejerce del soul, ya sea acercándose a una representación más contemporánea, sirviéndose de una sección de cuerdas con la que implementar el tono desgarrado y doloroso de “Cold”, como una mirada de la que The Band solo podrían sentirse orgullosos en la melodiosa nostalgia de “Maggie’s Song”. Exaltación de sensibilidad que también encontrará su cauce en el más melancólico y sosegado uso del folk-country, donde asumiendo enseñanzas de maestros que incluyen de Waylon Jennings a John Prine, lanzará un salvavidas contra la angustia en forma de canción de amor con la que expandir una bellísima placidez (“When I’m With You”) o a través de la acongojante desnudez de “Nashville, TN” despedirse de aquello aportado, y ahora inexistente, por dicha ciudad.
Pero en este disco caben muchas miradas, y eso significa que para nada va a esquivar las representaciones más contundentes y duras. Así que, como es lógico, si se trata de mentar al diablo, y todas sus provocaciones a las que somos proclives a dejarnos tentar, lo lógico es sacar a relucir un descarnado blues (“Devil Always Made Me Think Twice”); misma representación, bajo un aspecto todavía más árido, de la que se servirá a la hora de reproducir ese demonio de las armas que invade el espíritu de su país (“Watch You Burn”). Visiones iracundas de su sonido, acompañadas de un despliegue vocal realmente espectacular, a las que se sumará, cuando el mapa se orienta hacia “Arkansas”, el rock and roll sureño de alto octanaje, un boogie apegado a la expresión clásica ("Worrie B Gone”) o el espléndido country-rock crepuscular de “Hillbilly Bood”, donde zarandea los cimientos de la tradición.
No se trata de confeccionar una clasificación entre la cada vez más poblada remesa de músicos apegados a las raíces estadounidenses, pero lo que es incuestionable es que cada uno de los discos de Chris Stapleton supone una titulación de mayor grado en el manejo del género. No hay en él afán renovador ni intención por sembrar el olvido respecto a los maestros, al contrario, todos ellos dejan una clara herencia en su interpretación, pero, y ahí está el mérito, en sus manos esos ingredientes de sobra conocidos adquieren la magia de ser descubiertos por primera vez. Por eso, a este disco le vale una portada blanca inmaculada, solo con su nombre y el titulo, porque todo el contenido importante reside en unas impresionantes canciones que convierten el rock en pequeños diagnósticos, a veces más dolorosos otros más esperanzados, de ese otro arte al que llaman vivir.