Laura Veirs: "My Echo"



Por: Pepe Nave

Parece que fue hace cuatro días cuando se estrenó en la música Laura Veirs y acaba de editar su undécimo trabajo en solitario. Los primeros comentarios en la prensa especializada lo catalogan de álbum de divorcio; de su marido y productor desde su segundo disco, Tucker Martine. Ella aclara que en todo caso sería su disco de “mis canciones sabían que me estaba divorciando antes que yo” ya que mientras lo compuso y grababa con él mismo, estaban luchando por salvar su relación hasta que, en el proceso de mezcla, que ya no terminó Tucker, lo dejaron.

De todas formas, es una información que en absoluto es necesaria para disfrutar de estas canciones. Se percibe cierta melancolía y desencanto en algunos tramos, pero en otros se captan las ganas de vivir, la reflexión, la ilusión y hasta el enfado, no solo con su situación personal. Comenta ella que primero compuso las letras en un grupo de poesía secreta que se reunía una vez al mes y luego sorprendida con el resultado, las utilizó para las canciones del disco.

Aunque se le agregó muy pronto la etiqueta neo-folk, su música transciende el género. Su carismática voz aporta un aire místico que también poseen otras antecesoras como Kristin Hersh o Lisa Germano, pero el pop o el indie rock de los noventa de Juliana Hatfield o Liz Phair también tienen un reflejo en ella, que tiene la habilidad de que casi siempre esté todo un poco mezclado y no siempre se pueda asociar claramente cada canción a un género u otro.

Abre el disco a pecho descubierto con "Freedom feeling", toda una declaración de intenciones, con guitarra y su voz en solitario, hasta que a mitad de la misma entran la batería, a ritmo lento, y una sección de cuerdas y piano, pero sin recargarla. Una habilidad de Laura Veirs es añadir en cada canción los arreglos que considera adecuados, de una forma casi minimalista. Así, un ritmo de bossanova acompaña "Another Space and Time", una de esas canciones que aquellos aficionados que dicen que ya no se hacen tan bonitas como las de antes deberían escuchar para no decirlo más en una buena temporada. Tras el inicio sola, echa toda la carne al asador con unos violines sentidos, unos coros filtrados a lo Kate Bush de fondo, un saxo divagador y una misteriosa segunda voz masculina que le da el contrapunto perfecto repitiendo "space and time".

Laura Veirs es como una corredora de fondo, siempre a un gran nivel, pero que en ocasiones le ha faltado la suerte, la promoción o el don de estar en el sitio correcto en el momento justo (por ejemplo, en festivales) para obtener el éxito de compañeras o compañeros más jóvenes, que pueden incluso haberse inspirado en parte en ella, como puede ser el el caso, sin restarles mérito, de artistas tan brillantes como Angel Olsen, Snail Mail, Soccer Mommy o (Sandy) Alex G, todos ellos con su propia personalidad. Desde luego si hay una ocasión para reengancharse a la cabeza del pelotón es con esta gran colección de melodías.

Cuando echa mano de ese folk melódico con guitarra acústica en la línea de Sufjan Stevens, que estuvo en su anterior trabajo devolviéndole una colaboración anterior, no tiene complejos en incluir después un beat y un sintetizador discotequeros, que entran y salen. Es en "Turquoise walls", en esas paredes de su dormitorio que acaba de pintar de otro color distinto del turquesa tras la ruptura. Es el tema en el que más expresa el mal estado de su matrimonio, y en ese sentido premonitorio. 

Los recuerdos de días más felices en el parque nacional de Memaloose Island en el estado de Oregón, donde ella vive, los ofrece con un tempo más animado y unas guitarras que beben del mismo abrevadero soleado que las de un grupo más reciente como los Real Estate. Para anunciar los "End times" se basta con piano y voz, nada más. Voz cálida la de Laura, que expresa fragilidad y fortaleza a la vez. Y a renglón seguido entra con toda la banda en la más indie rock y acelerada del lote, "Burn too bright", un emocionado recuerdo al músico Richard Swift fallecido hace un par de años.

Ese folk sensible y con un punto de misterio que remite tanto a Elliott Smith o Simon&Garfunkel como a sus contemporáneos Neko Case o The Handsome Family se apodera en la recta final con "Brick Layer" y "All the things", en la que colabora a la guitarra Bill Frissell. "I sing to the tall man", muy delicada, con un precioso arreglo de vientos, parece una última apelación a su alto compañero de fatigas para recuperar lo que fueron. 

Como broche, en "Vapor Trails",  dos invitados de lujo como M Ward a la guitarra y Jim James que entra tímidamente como segunda voz hasta quedarse solo y retomar el estribillo a dúo al final. Ambos aportan más magia si es posible a una canción de mecedora que reflexiona sobre la fugacidad del paso de las personas por nuestra vida, como ese rastro de vapor que dejan los aviones en el cielo que se dibuja nítidamente y va desapareciendo ante nuestros ojos. Escuchar esto en un porche delantero al anochecer puede serenar el espíritu del más inquieto o puede incluso provocar que alguna lágrima se derrame. Cuando acaba parece que la misma Laura se descalce y salga de puntillas de la habitación y nos deje extáticos y sin movernos por unos segundos, con el regusto de la belleza que nos ha rodeado los últimos treinta y cinco minutos.