Por: J.J. Caballero
En una banda que afronta la grabación y publicación, rigores de la maldita pandemia incluidos en la agenda, de un sexto disco que debería servirles como afianzamiento definitivo (¿es posible tal cosa después de tanto trabajo?), las dudas, replanteamientos y nuevas orientaciones tienen que aparecer casi por obligación. En el caso de Grises, la banda capitaneada por los hermanos Gaztañaga, léase Amancay (voz) y Eñaut (voz y guitarra), era lo propio en cuanto a la necesidad de dar un golpe en la mesa y demostrar de una vez por todas que lo suyo no ha sido nunca una casualidad ni que los miles de kilómetros recorridos en los últimos años no les han servido de nada. Grabado en los estudios Gaztain, propiedad del líder del grupo que además adquiere un mayor protagonismo vocal, “Talismán” es un álbum meditado, con poso sonoro y radiante en actitud. De las canciones también se puede decir algo parecido, sobre todo teniendo en cuenta que este es rotundamente su trabajo más orientado al rock, aunque sea a esa subsección contemporánea que muchos etiquetan como “bailable” o “sintético”. Adjetivos sobran, y definiciones siempre faltan.
Entre la energía natural de algunos cortes como el propio que titula el disco y la psicodelia indisimulada de “Azul”, con la adecuadísima colaboración del gran Víctor Cabezuelo, cabeza visible de los imprescindibles Rufus T. Firefly, el disco transcurre con un aire experimental que le sienta la mar de bien a la ya tradicional electrónica de sus anteriores entregas, aquí convertida en base mucho más amplia, pues donde antes intervenía como adorno más o menos resultón ahora se convierte en la espina dorsal de la mayoría de cortes. No es obstáculo para que todo suene mucho más crudo y directo, entroncando quizás con alguna de sus anteriores producciones como “Animal” (2014). Las letras ganan en profundidad y dobles sentidos, condicionadas por la ironía de la vibrante “No estoy a salvo aquí”, por poner un ejemplo. Los Grises de antaño, los de siempre, se recrean en “La mitad”, y se amplían en los teclados de “Amazonia arde”, sin duda el tema que despliega la nueva vertiente social de su música. En “Veneno” se muestran más ambiciosos que nunca, con un estribillo demoledor, y también reivindican su identidad lingüística en “Galdu arte”, con la voz de Jurgi Ekiza –miembro de Willis Drummond entre otras bandas tan excitantes como poco conocidas- para dejar las cartas boca arriba y empezar esta nueva partida con baza ganadora.
Un año marcado por la postergación de trabajos discográficos que en otras circunstancias ya estarían más que exprimidos en directo, la apuesta de Grises se acerca a algunas con algo más de enjundia como El Columpio Asesino y se diferencia de otras como las de Belako, por hablar de gente con la que establecerían lazos sonoros, en cuanto a su falta de pretensiones y su absoluto convencimiento en las propias posibilidades. Así podrán llegar mucho más lejos de lo que lo han hecho hasta ahora, y cuentan para ello con un buen talismán en forma de disco potente y bien ejecutado.