Por: Javier Capapé
¿Estamos ante uno de los discos más importantes que nos va a dejar este 2020? Creo que podemos decir sí, y no sólo a nivel de ventas o repercusión, sino también por su calado y buen hacer. “folklore” nos sorprendió en la última semana de julio, cuando nadie esperaba una nueva aparición de la norteamericana en forma de álbum, pues quedaba muy reciente ese artefacto de pop de masas que fue "Lover", estrenado apenas un año antes. Y lo mejor es que asombró por su elevado nivel y acertadísima orientación hacia la introspección y el intimismo de la mano de una artista que parece querer poner más en valor su verdad que sus portadas. Un disco valiente, arriesgado y bello.
La mano con la composición y producción de Aaron Dessner en "the 1" y "cardigan" es evidente, con programaciones sutiles y la justa instrumentación, como creando un fondo sobre el que la voz de Swift planee, explotando en carga sentimental en la acertadísima "the last great american dinasty". Dessner se ocupa también de la producción de "exile" donde el protagonista indiscutible es Bon Iver (de hecho, la canción podría haber estado entre lo más granado de su discografía), pero Swift le pone el contrapunto que Justin Vernon necesita. Una canción, que como pasa en las más reconocibles de Bon Iver, va creciendo de más a menos. Para escribir "my tears ricochet" Taylor Swift no necesita a nadie y consigue una de las canciones más intensas de la colección. Esta vez produce Jack Antonoff y el resultado supera al reconocido último álbum de Lana del Rey “Norman Fucking Rockwell!”, para lo que tiene gran parte de culpa la excelente combinación de cuerdas programadas, rítmica sutil y coros ambientales. "mirrorball" se mueve en clave más pop que folk, pero sin desentonar en los claroscuros del álbum ni en el tono melancólico del mismo.
En "seven" vuelve a tomar las riendas el multiinstrumentista Dessner y el resultado podría formar parte, sin desentonar demasiado, del último disco de su banda The National, con unas cuerdas ajustadas susurrando entre las armonías vocales de Swift. "august" es la más parecida al estilo de Lana del Rey (de nuevo de la mano de Antonoff) pero con un aire más ligero que se deja sentir en uno de los estribillos más alegres del conjunto. También junto a Antonoff llega la más programada y arrastrada "this is me trying", consiguiendo convencer de forma contundente como los primeros cortes del disco gracias a unos envolventes arreglos de viento, aunque sin destacar por encima del resto. Tras ésta, "illicit fairs" suena mucho más folkie y cercana al country de raíces, como le ocurre también a "invisible string".
Con "mad woman" llegamos a un punto en el que nos parece estar repitiendo demasiado los mismos esquemas que sobrevuelan en este "folklore". Al fin y al cabo llevamos ya doce temas sin demasiados cambios ni sobresaltos, salvo la curiosidad de averiguar quién se reparte la producción entre los mismos, aunque a decir verdad el resultado entre Dessner y Antonoff es muy similar, primando las programaciones suaves, los toques acústicos de guitarra y los sutiles arreglos de cuerda, ya sean reales o enlatados. Pero cuando creíamos estar algo cansados de la fórmula repetida llega "epiphany", con su presente mellotron y su voz en primer plano con un toque confesional, y volvemos a abrir bien los oídos. La orientación folkie de la megaestrella del country-rock sigue funcionando y definitivamente intuimos que este disco se va a quedar con nosotros por mucho tiempo, ocupando un lugar que quizá nunca pensamos que lograría la joven Swift, pero sin lugar a dudas merecidísimo, ya sea por saber rodearse bien o por lograr con estas composiciones más desnudas y atemporales una fórmula que perdurará.
La armónica de Josh Kaufman en "betty", escrita junto al enigmático William Bowery, nos retrotrae al paisaje árido americano, donde las historias de personajes como el de la canción nacen y se convierten en clásicos. Tal vez sea la canción que menos encaja con el resto por la ausencia de patrones sonoros repetidos anteriormente, pero se agradece para dar aire a un repertorio de tal densidad. Justin Vernon vuelve a sobrevolar en la inquietante y sintética "peace", conducida por un pulso continuo programado y una maravillosa línea de bajo eléctrico, que nos deja entrever un rayo de luz antes de concluir este intenso viaje con la delicadeza de "hoax", que puede recordar también al cierre del fantástico "I am Easy to Find".
Es un hecho que la mano de Aaron Dessner marca el espíritu del disco por encima del resto de sus colaboradores. Su minimalismo bien entendido da con la clave que requería el álbum de madurez de Taylor Swift. Aunque quizá no sea necesario hablar de madurez. Este es el álbum que su protagonista necesitaba lanzar en un momento en el que todos nosotros hemos mirado más hacia dentro y nos hemos encontrado con nosotros mismos. Volveremos a él, nos emocionaremos con él y creeremos en su poder, el que convierte los momentos más sombríos en un rayo de esperanza que se cuele entre nuestra propia maleza, como la que asoma por la portada de este "folklore", la nueva cara otoñal (y quizá la más honesta) de Taylor Swift. Una artista que gracias a estas dieciséis canciones no volverá a ser la misma.