Por: Skar P.D.
Suena casi premonitorio el título de la canción, "Start All Over Again", que abre este cuarto disco de The Spitfires. ¿Empezar de nuevo? Bueno, realmente como apertura suena bien, incluida esa breve introducción de cuerdas casi cinematográfica, el ritmo sincopado y bailable, la letra poniendo en solfa a los nuevos y superfluos cantautores, o incluso ese festivo la-la-la de los coros. Pero ¿realmente The Spitfires comienzan de nuevo?
Este es su cuarto disco, los tres anteriores autoproducidos, y la diferencia está, y el nuevo comienzo si se quiere, en que ahora tienen una compañía discográfica de prestigio detrás. Y a falta de los excesos económicos de antaño de las grandes "majors" o de los excesos actuales más volcados en el autotune y en el aplastamiento cultural que otra cosa, ahora las discográficas, más o menos grandes, se miden por el prestigio y el enfoque pasional. O sea, más por actitud que por recursos. Acid Jazz, la compañía londinense, es una de ellas desde 1987, y con Paul Weller mediante. Y esto es importante.
Hablar de Spitfires es hablar de la música de las calles, no sé si de las de ahora, o de las de antes, porque la versatilidad de influencias que destila la música de los de Watford es tan apabullante que indefectiblemente te lleva a principios de los ochenta, donde la fusión mod, ska, reggae y punk se citaban amigablemente, y en este sentido las referencias a The Jam y Specials no pueden ni deben dejar de citarse. Y por el contrario Spitfires, o Billy Sullivan (guitarra, voz y autor intelectual) si se quiere, hablan de los aspectos, desequilibrios, sueños y dificultades cotidianas. O sea, la actualización del pop británico inmerso en aquello que se llamó new wave pero reflejando situaciones de hoy en día que, curiosamente, tanto en el fondo e incluso en las formas, no parecen cosas del pasado.
"It Can't Be Done" abunda en esas sensaciones y se pone melancólica al hablar del pesimismo agresivo y oscuro de los excesos alcohólicos; el uso de la melódica y el fondo de teclados, a cargo de Stuart "little" Gabriel enfatizan esas sensaciones. Es en el tercer corte, "Live Worth Living", el que da nombre al disco, donde aparecen nítidamente una de las señas de identidad de este disco: los vientos. Los arreglos de viento que llevan a buen puerto Alistair Welsh (Trombón) y Jamie Wall (Trompeta) empujan hacia adelante a la visión, entre resignada y optimista, del oficinista volcado en su trabajo como evasión del entorno inane que le rodea. Y la invitación a vivir una vida digna es optimista, claro que sí: "mientras la televisión te aturde el cerebro y la grasa obstruye tus venas" canta Sullivan sobre los acordes deudores del ska de manual donde apoya sus palabras.
El influjo del Weller de Style Council, y su deuda con Curtis Mayfield, es notorio en la muy funk y reivindicativa "Tear This Place Right Down", donde de nuevo los vientos y los coros en falsete encabezan la protesta ante la falta de trabajo, ante los bancos de alimento y ante la sensación de hurto generalizado del futuro. Y todo esto se puede hacer bailando, obviamente.
Que Spitfires son una banda sincera es una de las señas de identidad constante en su trayectoria desde el ya lejano "Response", del 2015, y por supuesto desde que "cerraron" su etapa como cuarteto con el inspiradísimo "A Thousand Miles". Es decir, su etapa más "mod", por situarlos antes de que ya en formato trío, Billy Sullivan y sus fieles escuderos Sam Long (bajo) y Matt Johnson (batería), abordaran la renovación estilística, Specials mediante, en el "Year Zero" de hace un par de años.
Sería muy injusto asociar exclusivamente a Sptifires al entorno mod/ska de sus evidentes influencias, y si no ahí está "How Could I Lie To You" para dejar constancia de ello y de que, cuando hace falta, la inspiración se expande, a través del piano, simplemente en aras de ponerle música a las sensaciones más intimas y retrospectivas: "Como podría mentirte, como podría mentirte..." y esa trompeta que te hiela el alma antes de que la aparición, después del final de la canción, de unos sonidos "dub" pongan el broche perfecto a tal derroche emocional. "Kings & Queens" es una canción para el viernes por la noche. A que por una noche seas quien quieras ser, y es.... como si Madness te la cantara al oído. Y no será la primera vez que los recuerdos de los Madness más maduros aparezcan en los surcos de este disco. En la posterior "Tower Aboves Me" volverán a hacer aparición, siendo como si Daryl Hall cantara una recreación de "Tomorrow's (Just another Day)", por si quedara alguna duda de las fuentes de las que se alimentan The Spitfires.
El regreso a casa a las tres de la mañana, la sensación de soledad apenas mitigada por el kebab que has tomado apresuradamente antes de que cerraran, y andando, claro, porque te has quedado sin dinero, además del ska más combativo y los vientos, de nuevo los vientos, tomando el protagonismo de esta paranoia del regreso a casa son las sensaciones imperecederas y recurrentes que transmiten en "(Just Won’t) Keep Me Down", a la sazón, y con toda justicia, primer single extraído del álbum. Y si no te vienes arriba es que estás muerto o en camino de ello. Tremenda.
"Have It Your Way" es otra incursión al intimismo y al alivio. Te ha dejado la novia, qué vas a hacer, bueno, al fin y al cabo intuías que tampoco te era fiel, y así es la canción más pop del disco. De ese pop británico que tan bien refleja las rupturas, los desengaños y la soledad.
Eso es lo que cuenta la "joya escondida" que es "Make It Through Each Day", como colofón y broche de oro a un disco lleno de detalles y de autenticidad emocional desde los primeros acordes de guitarra y el arreglo de piano, ante el que es imposible permanecer indiferente. Y aunque parezca que el disco ha finalizado pasados 30 segundos, y recuperando tradiciones, emerge una pista oculta. Una miniatura de apenas minuto y medio de punk desaforado de ese punk que solo eres capaz de recrear si eres parte de la Inglaterra obrera y del subsidio del paro.
"Life Worth Living" está producido por Simon Dine, a la sazón el ingeniero que estuvo detrás del "22 Dreams" y del "Wake Up The Nation" de Paul Weller, o sea que el circulo se cierra. Y con todos estos elementos debería ser el disco que catapultara a The Spitfires a la primera división, si estuviéramos en otros tiempos claro, que ya lo de la primera división parece un término obsoleto ante la desidia cultural imperante.
Sincero, auténtico, intimista por momentos y reivindicativo en otros. Una mezcolanza casi perfecta y aderezado con un puñado de canciones de alto nivel donde se dan cita los contrastes de la vida cotidiana, con sus altos y bajos propios de los tiempos de incertidumbre del contexto actual que, por otra parte, tampoco son tan diferentes de tiempos pretéritos, situando a esta cuarta entrega de The Spitfires en lo más alto de una trayectoria ascendente por momentos. Y lo más importante, es un disco hecho con el corazón y por lo tanto una puerta a la esperanza.