Por: Albert Barrios
En los últimos 50 años de la historia del pop-rock posiblemente han sido las mujeres jóvenes las que mejor han sabido disertar sobre una ruptura amorosa, declamar en público sobre lo que supone el convivir con el corazón arrasado, intentar explicar lo inexplicable. Una línea temporal que une a Joni Mitchell con Cat Power , a Angel Olsen y Weyes Blood con Núria Graham y Phoebe Bridgers . Después del más que prometedor "Stranger In The Alps" de 2017 (un disco donde ya se mostraban ideas y percepciones, pero demasiado deudor de influencias externas), Bridgers entrega un trabajo tan íntimo y personal como subjetivamente maduro.
Joven pero irresistiblemente lúcida, el amor/desamor centra un discurso en que gravitan la angustia (personal y sobre el mundo que nos rodea), la soledad y el desconcierto. Un disco íntegramente equilibrado, en el que sabe ejercer en el justo momento su tan particular sentido del humor. Se ha rodeado de su banda habitual para apuntalar imágenes, y ha contado con la colaboración de gente como Conor Oberst, Sara Watkins, Lucy Dacus y Jim Keltner para ampliar la paleta sónica.
"DVD Menu", corta e irónica introducción instrumental precede a "Garden Song", donde nos muestra una voz que a veces parece a punto de quebrarse pero que se acaba mostrando intensa y sobretodo, convencida."Kyoto" es una deliberada rotura del tempo pausado del álbum, una canción sobre el síndrome del impostor que nació como balada para mutar en una sugestiva pieza rítmica. En "Punisher" se descubre como una moderna singer-sonwriter , partiendo de la calidez acústica para progresivamente llenar espacios con los teclados.
Es "Halloween" una de las cimas del disco, pura nostalgia en que la interacción con Conor Oberst es indispensable para declamar sobre las relaciones muertas y su incomodidad posterior. En "Chinese Satellite" se vale de las cuerdas para amplificar colores y sonidos recordando cuando quieres a alguien que se odia a sí mismo, te minusvalora y te hace infeliz. "Moon Song" es puro humor negro, citando (negativamente) a Clapton en medio de la total desazón, y "Savior Complex" se baña en Elliott Smith (la principal influencia de Bridgers) para hablar sobre desamor.
Curiosa "ICU”, sobre la ruptura con Marshall Vore, el batería de su banda y ex pareja, sobre su actual anómala relación, difícil de entender para el resto de la gente. "Graceland Too" es casi Country, con banjos y violines, y cierra con "I Know the End", la canción más expansiva, repleta de coros, cuerdas y metales. Un disco sobre temas complicados, hirientes, pero que Phoebe Bridgers sabe enfocar de una manera reconfortante, atenuando el dolor y dando cancha a la esperanza. Y es que en el amor, como en la vida, no hay nada peor que quedarse en el camino.