El terror desde una perspectiva ibérica no sería el mismo sin la presencia de Jacinto Molina ni la de su alter ego, Paul Naschy. Ni mucho menos sin la existencia del personaje más icónico de su filmografía, Waldemar Daninsky. Sin su figura, ganas y pelea contra una industria trasnochada en un país de estrechas miras, muchas de las películas del género de fanta-terror que hoy hacen taquillas millonarias se hubieran encontrado un panorama desolador que quién sabe si les habrían posibilitado jugar en los escenarios en que ahora lo hacen.
Declarados admiradores del artista, cuyo nombre afloraba en multitud de conversaciones sobre aquellas películas primigenias del género, el destino y una leve casualidad posibilitaron entrar en contacto con su entorno más cercano. Un tuit en la noche del 30 de Abril, una canción de Los Carniceros del Norte, “La Noche del Walpurgis”, junto a la frase “En esta noche siempre nos acordamos del gran Jacinto Molina/Paul Naschy”, trajo consigo la interacción de Sergio, hijo del artista y principal responsable del Festival Nocturna, quien agradeció el gesto, brindándonos la posibilidad de trabar contacto directo con él. No tardamos demasiado en sondear su interés en participar en este humilde texto donde tratamos de fusionar al mito con la persona y padre. Queríamos desde el desconocimiento conocer de cerca la singladura de Jacinto Molina, el pionero del terror con garra hispánica. Sentir de cerca la garra del actor que más veces ha encarnado en la historia a todo un icono del género como es el hombre lobo.
La envergadura del mito comenzó a crecer en el instante en que conocimos los difíciles años en que nació y creció, con la nube negra de la guerra y posguerra azotando a una sociedad casi siempre por encima de sus dirigentes. Tiempos de hambre, muerte y miseria general, los orígenes de Jacinto Molina hubieran servido de guión para rodar la primera de sus películas; “Mi padre nació en 1934, un par de años antes de que estallara la guerra. Mi abuela y él dieron por muerto a mi abuelo durante la contienda. El comienzo de la misma les pilló en Madrid, pero se fueron a un pueblo en Cantabria que ahora se llama Luzmela, donde estuvieron durante el conflicto. Le fueron a buscar y escapó corriendo. Mi abuela estuvo un par de años sin saber nada de él, hasta que un día apareció en casa a buscarles. Les explicó que tuvo que marcharse, durante la huida cayó a un río porque le dispararon, logró llegar a Valencia para tomar un barco que iba a Francia, pero les interceptó el buque insignia del ejército nacional, el almirante Cervera, por lo que tuvo que hacer la guerra en el bando nacional. Volvió a casa de mi abuela terminada la guerra donde le recibieron con total sorpresa”. Apenas un niño que tuvo que lidiar con los horrores del conflicto, las escenas inherentes que conlleva y la idea de haber perdido a su figura paterna fruto de la barbarie para posteriormente recobrarle, sin duda una primera aventura entre el terror y la tragicomedia de sentimiento ibérico.
Ante semejante panorama de desolación y violencia, Jacinto comenzó a refugiarse en su familia, repleta de personalidades dispares muy alejadas del común de la sociedad española que le brindaron vivencias artísticas y otras más macabras y sorprendentes, el cóctel sería cuánto menos llamativo, comenzando a forjar en él una personalidad combativa. “Tuvo muchas influencias porque mi bisabuelo, su abuelo, era escultor, hizo parte del monumento a Numancia, algunos retazos de la catedral de Vitoria y la medalla de Bècquer que se hizo en Soria; también algunas cosas relacionadas con el arte, donde familias ricas le encargaban estatuas funerarias”. Dicho influjo le llevó a adentrarse en terrenos de ambientes cercanos a la alta intelectualidad del Madrid de la época. “Tuvo dos tíos que eran bastante macabros, sobre todo uno de ellos. Su tío Emilio, era un escultor muy curioso que le llevaba a las tertulias del Café Pombo y Café Gijón, donde conoció a José Gutiérrez Solana un pintor muy tenebrista que acabó siendo amigo de mi padre, porque tenía una visión muy oscura de la vida”. Y a otros lugares más siniestros y oscuros, sobre todo para un niño. “Su tío Jacinto le llevaba a sitios más tremendos, finalizada la guerra le llevaba a la Ciudad Universitaria, donde sacaban calaveras con restos de pelo y se los enseñaba a mi padre que todavía era pequeño. Todo eso le impresionaba y le atraía”. Dichas influencias trazarán parte del camino que seguirá nuestro protagonista. Existe una senda, un trazo común que en ocasiones enlaza la cultura y ciertas dosis de barbarie, pero la luz definitiva vendrá de la mano del celuloide. “La epifanía la tiene con “Frankenstein y El Hombre lobo”, la película de Ray William Neill que la debió ver en 1944 cuando la estrenaron en España. Se coló en el cine y quedó fascinado. Estaba interpretada por Bela Lugosi, que hacía de hombre lobo, y Lon Chaney Jr, como Frankenstein. Decía que sus héroes no serían ni Dick Turpin ni Robin de los Bosques, sino el Hombre Lobo”. Lo que no sabía Jacinto Molina es que en ese mismo momento había comenzado a nacer su reverso tenebroso, al menos en lo que a ficción se refiere, Paul Naschy.
Curiosamente la puerta de entrada de Jacinto al mundo del cine vendría desde el deporte de élite, a través de la halterofilia, rondando el final de la década de los cincuenta. “Él jugaba al fútbol cuando era joven. Estuvo jugando en el Plus Ultra, lo que sería el Castilla ahora. Se lesionó gravemente y tuvo que dejarlo, así que empezó a hacer pesas para recuperarse. A mediados de los cincuenta empieza con la halterofilia, porque en el 58 fue campeón de España por primera vez. Fue deportista de élite, campeón de Espala y participó en los campeonatos del Mundo y Europa. Era muy deportista y tenía un físico espectacular. Un detalle importante porque era difícil ver alguien así en dicha época”. Su tono físico le deparó la posibilidad de participar en súper producciones, donde siempre buscaban personajes que pudieran encarnar determinadas figuras históricas. “Por eso entró de extra en “Rey de Reyes”, “La Caída del Imperio Romano” y “55 días en Pekín”. Acercamientos que tenían lugar mientras estudiaba. “Estaba estudiando y lo hacía en verano. Surgía la oportunidad, se rapaba la cabeza y hacía de esclavo o de romano”. Los rodajes le ofrecieron la posibilidad de entrar en contacto con nombres míticos del celuloide. “Ahí conoció a Nicholas Ray y John Wayne”. Con este último lo uniría otra curiosidad que ya por sí misma justificaría la existencia de este artículo. “Mi abuelo tenía una peletería en Madrid y venían artistas a comprar. John Wayne compró alguna de sus famosas chaquetas de flecos allí, por eso le conocía”. A buen seguro un dato que no quedará recogido en muchas enciclopedias dedicadas al cine. El Duque comprando algunas de sus más características prendas en nuestra ciudad.
El debut de Jacinto Molina en el cine tiene lugar a una edad que hoy sorprendería a muchos. “Empezó tarde en el cine. Estudió arquitectura, pero lo dejó al final de la carrera cuando le quedaban una o dos asignaturas porque quería hacer cine. No es como ahora que empiezan mucho más jóvenes, llevaba una trayectoria larga en sus andanzas. Primero estuvo de meritorio de dirección y producción, trabajo con Pedro Lazaga, hizo “Crónica de nueve Meses”. Antiguamente tenías que ir escalando para dirigir, mi padre quería ser decorador y guionista, pero la vida le llevó por otros derroteros”. La noticia inicialmente no sentó nada bien a nivel familiar, más bien cayó como un jarro de agua fría por lo que debió buscar la fórmula para buscarse la vida, entrando en contacto con el mundillo musical y editorial de la época. “Tuvo una discusión con mis abuelos porque quería hacer cine. Se puso a dibujar portadas de discos, escribía novelas de bolsillo en la editorial “Rollán”, donde se ganaba un dinero”. Desde el principio tuvo que trabajar duro, pero finalmente hubo recompensa para uno de sus guiones. “Tuvo una idea sobre un guion de vampiros y hombres lobos, llamado “La Marca del hombre lobo”, fue el primer film de fanta-terror español en el año 1968”. Comienza la leyenda y sobre todo el gran legado que ha posibilitado toda una forma de hacer terror cercana a nuestra forma de entender la vida.
Y es que Jacinto Molina, al que nos referimos así para diferenciarle del resto de sus “alter-egos”, tenía muy claro las influencias y la forma que quería dar a sus personajes desde primera hora. Retazos basados en años de observar el cine americano, pero con la necesidad de dotarlo de un barniz personal, autóctono e ibérico. “Le fascinaban los personajes. Le encantaba el cine de la Universal, los monstruos clásicos y las atmósferas tétricas. Él de pequeño vivió la decadencia de todo aquello, donde las películas no eran protagonizadas por un solo monstruo sino el denominado “Monster Mars”, la conjunción de varios en una película. La primera que ve es “Frankenstein y el Hombre Lobo”, no es “El Hombre Lobo” ni “Drácula” de Tod Browing, más tarde vio “La Parada de los Monstruos”, obras que son maravillosas, pero que representa la decadencia de los monstruos. Le fascinaban los personajes clásicos por lo que quiere reinterpretar esa galería clásica a su manera, con su forma de verlo. Al Hombre Lobo le dio claves de antihéroes que no se veían así, tenía una parte muy salvaje. Los americanos han definido su cine como una visión ibérica de los monstruos clásicos con mucha raza, más violentos que los de Universal y Hammer. Le daba su punto de vista muy hispano. Los españoles somos de lucha a garrotazos tal como lo muestra Goya. Esa vivencia y esa guerra civil. La violencia está dentro del cine que hizo”. Lejos de buscar mimetizar lo que se hacía en la meca del cine, la voluntad invitaba a trasladar aquellas coordenadas a una visión masculina, viril y de sangre caliente, algo fácilmente rastreable en muchos de sus personajes. Drácula, El Hombre Lobo y el Jorobado, arquetipos del género, trasmutados por un madrileño que ejerció en vida como hombre para todo dentro de un género que le conoció como actor, director y guionista.
Un tipo que dio sentido a un terror de marcada vena hispánica que defendió junto a un selecto grupo de coetáneos. El terror se escribió y se gritó desde entonces en castellano gracias al nombre de Paul Naschy, Narciso Ibáñez Serrador, León Klimovsky y Jess Franco. Preguntamos a Sergio acerca de cuáles son sus favoritos, su trilogía del género en castellano no tiene fisuras. “Tengo que decir algo, Klimovsky trabajó mucho con él y fueron muy amigos. Fue el director de “La Noche de Walpurgis”. Es una persona que gustándole el género no lo trabajó en exceso. Si tengo que penar en tres personajes claves son mi padre, evidentemente, porque dedicó su vida a esto. Chicho Ibáñez Serrador, cuya importancia fue brutal, sobre todo en televisión porque solo tiene dos películas: “¿Quién puede Matar a un Niño?” y “La Residencia”, porque le fagocitó el “Un, Dos, Tres”, pero para mí es más importante por la parte del género que por sus programas de televisión. Chicho es un maestro, uno de los más grandes. Luego, el otro que voy a citar está más hecho a sí mismo y tiene unas coordenadas más libres como es Jesús Franco. De alguna manera son los que nunca dejaron el género, procuraron siempre mantener esa línea”. Maestros que entregaron su vida a una forma concreta de entender el cine que sin embargo experimentaron y se abrieron a géneros sorprendentes. “Jesús Franco hace hasta porno, pero se dedica al fantástico. Y mi padre también, aunque hizo hasta cine político que le sirvió para que le dieran hasta en el carnet de identidad, pero nunca dejaron el terror. El resto no fueron tan representativos. Ha habido películas muy buenas como “Pánico en el Transiberiano” o “Una Vela para el Diablo” de Eugenio Martín, que es una joya, y “No Profanar el sueño de los muertos” de Jorge Grau, pero son directos que entraros y salieron del género. Este es la triada del cine fantástico clásico”. Profundizamos en el tema con Sergio, siguiendo la estela de los precursores y hablando sobre aquellos que han decidido seguir defendiendo el género con brillantez, desde una visión propia pero con un armazón común. “Hablamos del cine que se hacía en los años 60, 70 y 80, a partir de ahí tenemos a figuras más actuales como las de Paco Plaza, Jaume Balagueró y Álex de la Iglesia, pero antes de ellos se sumaron muchos al carro e hicieron una barbaridad de películas. Entre ellos está Amando de Ossorio que hizo la tetrología de los templarios que es una cosa muy conocida”. El tema de Amando de Ossorio continúa por otros derroteros. “Hay una anécdota muy curiosa con él, mi padre al hacer el guion de “La Marca del Hombre Lobo” se fue a ver a varios productores por España. Todo el mundo decía que había un forzudo medio loco que quería hacer una película de vampiros y hombres lobo, era la España de 1967, donde las películas de moda eran del estilo de “Las Señoritas de la cruz roja”. Le recibió pero le dijo “Jacinto, es que una película así no lo va a querer ver nadie. Tú tienes que hacer una película sobre la policía montada del Canadá”. Al final una productora alemana se interesó por ella y se coprodujo con España”. Aquel era el nivel y la estrechez de miras, inclusive entre reputados profesionales del mundo del cine.
Nos adentramos en el perfil del Jacinto Molina, consultando a Sergio sobre el período profesional por el que su padre sentía más aprecio. “Creo que la parte de finales de los setenta y principios de los ochenta, donde dirige su primera película como director que es “Inquisición”. Está basada en el santo oficio francés porque al ir a hacer la película habló con Julio Caro Baroja quien le dijo, “vas a hacer una película sobre la inquisición española que es una broma comparada con la francesa o alemana”. Los procesos allí fueron más multitudinarios y terribles que los de aquí, pero la famosa leyenda negra todavía nos persigue. Es una película que me encanta y a él también le encantaba”. Al hilo de “Inquisición” comienzan a surgir más nombres. ““El Retorno del Hombre Lobo”, “El Huerto del Francés” o “El Caminante”, que es muy pesimista, narra la historia del diablo en la tierra en la época de la picaresca y siglo de oro. El diablo termina escaldado. Es una fábula muy bonita que es terrible. Mi padre tenía esa visión oscurantista del ser humano siempre le ha acompañado”. Es curioso comprobar como las dos últimas películas citadas entroncan con crímenes o narraciones puramente españolas; ficción o realidad, siempre hubo una historia que por sórdida y cercana ni Jacinto Molina ni Paul Naschy se atrevieron a abordar. Nos referimos a la vida y crímenes de un conocido de juventud, autor de uno de los asesinatos más macabros y famosos de la historia de Madrid. Hablamos de José María Jarabo Pérez- Morris. “Sí le conoció, pero salió súper quemado de aquello. Mi padre vivía en la zona de los bulevares de Princesa, cerca de Alberto Aguilera. Había una bolera que antes fue Vips y un cine en su tiempo. Quedaban ahí como tantos jóvenes de la época para pasarlo bien. Se conocieron, empezaron a quedar y a salir por las noches. Mi padre vio cosas muy raras. Era un tipo violento, el típico chulo de los cincuenta, muy engreído y un broncas. Trataba fatal a las chicas, una noche quiso pegar a una y mi padre se opuso, por lo que salieron tarifando. Mi padre se alejó de él, no quería saber nada. Luego se enteró de sus barbaridades, de todo lo que pasó. Salió con él y salió como amigo, pero era un asesino. Aquel fue un crimen muy sonado”. Jarabo fue ajusticiado en el año 1959 mediante garrote vil, condenado por el asesinato de cuatro personas en las inmediaciones de El Retiro, entre las calles Sainz de Baranda y Lope de Rueda. El excesivo gasto que conllevaba un tren de vida desaforado, unas joyas derivadas a una casa de empeño y la necesidad acuciante de parné, convirtieron a Jarabo en uno de los nombres propios la página negra y de la sección de sucesos de la época que aún hoy retumba en el imaginario colectivo. Un tipo siniestro al que el cine sigue debiendo una película y el rock madrileño una canción.
Historia negra de nuestro país, plagada de personajes sin corazón que en sí mismos representan lo peor de la condición humana que alguna ocasión si le sirvieron de inspiración. “Mi padre era muy de la España negra. Una de las mejores pelis que hizo fue “El Huerto del francés” que está perdida. En España muchas están así, pero en el extranjero están todas en BluRay. Está en youtube, en mala calidad y sin editar por problemas de derechos. Hace esa película porque se pregunta de dónde viene la expresión “te voy a llevar al huerto”. Empezó a investigar y una de las teorías decía que venían de los crímenes de 1906 en Peñaflor de Juan Andrés Aldije “El Francés”, un tipo que tenía un lupanar en el pueblo que mataba a los pobres para robarles el dinero y les enterraba en un huerto que tenía. Es una historia tremenda. De hecho, fueron ajusticiados José Muñoz Lopera y él por garrote vil. Mi padre quiso ser lo más fiel posible a la historia. Le ajustician en el mismo punto donde le ajusticiaron realmente a Juan Andrés. Tiene gracia porque quien hace de verdugo es Luis Ciges, que salió en “El Milagro de P.Tinto”. Es un actor fantástico que sale un momento, pero está estupendo”. España un país siempre a la cabeza en cuanto a tragedias se refiere, donde los instintos primigenios siempre acaban por aflorar en nuestra eterna lucha a garrotazos.
De lo que no cabe duda es que Paul Naschy creo al personaje por excelencia del terror nacional, personificado en Waldemar Daninsky, al que dio vida en múltiples películas, convirtiéndose en el nombre más reconocible de nuestro género y en todo un mito. “Se trata del personaje más icónico del cine de terror y fantástico español. Es el actor que más lo ha interpretado en el mundo al hombre lobo 14 veces”. Consultamos a Sergio por los motivos que han hecho de Waldemar un personaje tan grande. “Creo que tiene mucha fuerza, no habría hecho tantas películas de no tener personalidad. Además, tiene unos parámetros muy concretos, por ejemplo se le mata con una cruz de plata del cáliz de Mayenza”. Su fuerza caló hasta parte del imaginario popular. “La noche de Walpurgis”, se rodó en la sierra donde había un sanatorio ya derruido que se llamó el sanatorio de Walpurgis. Es curioso que un escenario de película, tome el nombre de la película que se rodó allí”. Llegando hasta a traspasar ciertas fronteras del género por pura popularidad. “Tuvo una enorme repercusión, hizo 14 películas como tal. Hasta Antonio Mercero que hizo “Buenas Noches Señor Monstruo”, donde salía Luis Escobar haciendo de Conde Drácula y “El Piraña” de Draculín, le quiso contratar. A mi padre le ofrecieron salir como Hombre Lobo. Recuerdo estar en casa con siete u ocho años, escuchar a mi padre decir que pediría muchísimo dinero con objeto que no le dieran el papel y no prostituir el personaje. Pidió un pastizal, pero no por dárselas de divo sino por el motivo que te digo. El productor le dijo que Frade le pondría la máquina de la risa, era famosa, la ponía cuando alguien le decía algo que él creía fuera de lugar. Al final le llamó Antonio Mercero para decirle que si no hacía de Hombre lobo, no haría la película. Decía que no sabía quién podría hacer el papel, por complejo, sobre todo por la parte monstruo. Hay gente que la vio de pequeño y le guarda cariño”. Algo que ocurrió a generaciones posteriores con otra película en este caso protagonizada por el dúo humorístico “Martes y Trece”, “Aquí Huele a Muerto”, donde Paul Naschy vuelve a tener otro papel. “También fue una operación similar donde aparecía como Hombre Lobo”. Sin embargo, el cariño al nombre del personaje pesó más que el propio dinero. Waldemar Daninsky permaneció incorrupto pues su identidad no quedó recogido en ninguna de las dos películas. “En una aparecía acreditado como hombre lobo y en otra era ACL”.
La carrera de Paul Naschy tampoco estuvo exenta de vaivenes comerciales. “Mi padre tuvo dos épocas muy diferenciadas, a primeros de los setenta, que era la época de la sesión doble, de los cines de barrio donde las películas se reestrenaban y en la que las cosas funcionaban muy bien. Mi padre hizo “La Noche de Walpurgis” en 1971, en el 72 le llama José Antonio Pérez para montar Profilmes, quien le contrató en exclusiva. Allí guionizaba, daba ideas y protagonizada las películas. Con ellos estuvo León Klimovsky y Carlos Aurel haciendo películas porque funcionaban muy bien. La vendían antes de hacerla solo con el cartel. Era un concepto moderno, iban a los mercados y funcionaban bien”. Sin embargo, la época de bonanza también terminó. “El problema viene a finales de los setenta y comienzos de los ochenta. Tiene que viajar a Japón buscándose la vida fuera de España, consigue financiación para hacer películas, previo paso por unos documentales acerca de la historia de España. Poca gente sabe que hizo docugramas sobre El museo del Prado y El Palacio Real que pasaban en la televisión nacional japonesa, algo que produjo un boom en los ochenta de turistas japoneses en España. Empezaron a venir en ríos”. Fueron años de buscar financiación externa, acudiendo allende de nuestras fronteras el reconocimiento que le negaban aquí. “En España muchas veces le llovían palos de la crítica, pero fuera no ocurría así. Mi padre decía que algo no funcionaba, pero que no tenía sentido”. En ese sentido hay experiencias muy sintomáticas que remarcan parte del cainismo y del atraso de nuestro país. “Mi padre acabó en 1973 una película de Javier Aguirre, “El Jorobado de la Morgue”, las críticas fueron feroces. A la vez le llamaban del festival de cine fantástico de París, donde había sido un éxito y le otorgaban el premio al mejor actor”. Héroe allende de nuestras fronteras, poco menos que un incomprendido en el interior. Una historia repetida mil y una veces en la piel de toro.
Consultado sobre los lugares donde más pasión despertaba la figura de Paul Naschy, la respuesta resulta sorprendente. “En su primera época sabía que tenía cierto movimiento en Alemania, Francia e Italia, pero no en Estados Unidos, donde le llegaba alguna carta pero poco. Nos dimos cuenta de su reconocimiento cuando fuimos a una convención invitados por la revista Fangoria en Nueva York, en el Hotel New Yorker, cerca del Garden. Había cientos de personas pidiéndole autógrafos, estuvo más de siete horas. La cola salía por fuera del hotel, recuerdo que vinieron reporteros del ABC y El País, nos decían que por quién era si por Paul Naschy. No sabían que tenían ese tirón”. Pero no se trataba de algo puntual, sino que la admiración continúa hoy en día. “Hay cosas que hemos vivido muy bonitas desde entonces en Estados Unidos y Japón, donde se editan sus películas más cuarenta años después de realizarlas”. Consultamos a Sergio por las sensaciones que invaden a la familia ante el escaso reconocimiento y cuidado por parte de las instituciones con el trabajo y legado de su padre. “Es una pena que este país no le reconozca más allá de la medalla de las Bellas Artes, de los reconocimientos de los festivales de cine de género como Sitges, al que siempre estaremos agradecidos. La Academia de cine nunca le reconoció. Mi padre no lo pudo ver y nos da un poco igual, pero es una pena”. Las cifras y su legado hablan por sí mismo. “Mi padre ha participado en más de 120 películas, entre actor y director, además 15 como guionista. Abriendo mercados fuera de España con documentales con John Landis, quien pensaba que era italiano”. Curiosa la última afirmación que suelta Sergio. “A los actores españoles no se les conocía, no salían fuera a hacer nada, salvo Sara Montiel un poquito. Había actores maravillosos de la época a los que apenas conocía nadie fuera como José Luis Lopez Vázquez o José Bóbalo. A él, sin embargo, sí”. Ahí radica la fuerza de Jacinto Molina, no solo su obra, sino su legado como precursor, abriendo puertas y rompiendo fronteras de forma primigenia, algo solo a la altura de los más grandes como él.
Nuestra deformación profesional nos obligó a preguntarle por la relación de su padre con la música, tocada de refilón al comienzo del artículo, donde teníamos constancia de sus trabajos junto al compositor y arreglista Juan Carlos Calderón y también de su arte al servicio de ciertas portadas de discos de la época. “Hizo portadas de discos. Trabajaba con varios compositores y entre ellos con Juan Carlos Calderón, Morcillo y varios más que hacían música de cine. El intentaba cuidar mucho el tema de la música en las películas, se cabreaba con el tema de los directores porque a veces no lo controlaba y hacían lo que querían, pero todo con mucho cariño”.
El reciente éxito y accesibilidad por parte del gran público a nuestro cine de terror con películas como “Verónica” de Paco Plaza o “Malasaña 32” de Albert Pintó, hace que la conversación derive hacia el peso de Jacinto Molina/Paul Naschy en el cine hecho hoy, además de la hipotética pregunta de si sin él todo hubiera sido igual o no. “Puede que hubiera sido diferente. No quiero pecar de nada. Mi padre influenció en su época. En su momento dio la posibilidad de que se comenzara a hacer otro tipo de cine. Exportable e internacional, con capacidad de verse aquí o en Pakistán. Y sobre todo hacer lo que a él le gustaba”. Y es entonces cuando llega el momento más interesante de la entrevista, el que nos eriza el vello, cuando Sergio retrata al genio, ya enfermo y consciente de que serían sus últimas semanas con vida, reflexionando, es ahí donde nos muestra la duda de quién lo hizo todo. La duda, quizás, como motor de vida. “En sus últimos momentos, cuando hablaba en el hospital con él, me decía que no sabía si había valido la pena”. Vaya si había valido la pena. Una vida marcada por la coherencia, la lucha y el placer de dedicarse a lo que amaba. En las palabras emocionadas de su hijo, se traduce la verdad. “Yo le decía has hecho lo que te ha dado la gana, poca gente puede decirlo y ganarse la vida con ello. Hizo lo que le gustó y lo que había querido. Y el reconocimiento también valió la pena. Hay que tener en cuenta su trayectoria vital y experiencia para poder valorar lo que es el personaje”. Poco o nada resta que añadir ante tan colosal exposición.
Pero todavía quedaba algo por demostrar que solamente se puede hacer después de la vida. El impresionante legado, centrado en webs en su memoria, artículos de prensa, festivales y películas que sin su estela no hubieran sido posibles. La primera, la más llamativa, es la web Proyecto Naschy. “Es una web de unos chicos de Barcelona que pusieron ese nombre a su web, son gente maravillosa a la que quiero mucho. Personas preparadas que saben mucho de cine. Les veo mucho en festivales como Sitges, Vic, y en Madrid. Se mueven mucho, sin duda son parte del legado”. Sin embargo, no son los únicos. “Hay cantidad de gente que le ha seguido y es una figura muy especial. Muchas personas me han dicho que tenía que hacer de todo interpretar, dirigir, se tenía que hacer todo”. Un auténtico mito que conocía todos los entresijos de la profesión sin duda alguna. “Firmaba las películas como director y guionista como Jacinto Molina, luego para la interpretación era Paul Naschy”. Y lo hacía por una simple cuestión. “Decía que si Jacinto Molina no escribe y no trabaja, Paul Naschy tampoco trabaja”. Por eso este breve homenaje llevará por título el nombre de la persona, el que hizo posible al actor. Un tipo que se rebeló y lucho contra todo. “España era un país muy complicado. A mi padre cuando arrancó Profilmes, le llamaban por teléfono para decirle que si tenía un guion porque necesitaban una historia, había posibilidad de vender una película, Mi padre le contó una idea que tenía en la cabeza e hizo un guion en un día y medio. Se lo vendió. Era una locura”. Sin perder la sonrisa, ni la pasión por el oficio, ni las ganas de disfrutar del mismo. “La idea es que si se quiere y se tiene pasión, ganas y fuerza se consiguen cosas. Mi padre al final de su vida parecía un chaval. Se metía en los cortos con los chicos sin pedir nada a cambio. Era todo ilusión y pasión. Ese es su legado”. Sin duda alguna, pura leyenda de nuestro séptimo arte.
No queremos acabar la conversación sin incidir en tres puntos clave que se nos han quedado por el camino. El primero la responsabilidad/culpabilidad de Jacinto en el festival que dirige Sergio, Nocturna. “Es el culpable de todo. La gente que estamos involucrados es gracias a mi padre, de lo contrario no se hubiera hecho nunca”. El siguiente punto es el de algún hipotético material inédito que pudiera aparecer en un futuro. “Tendré muchas cosas, desde guiones hasta sinopsis, habrá más de doscientas. Hay una barbaridad, muchísimo material. También habrá alguna película que estará durmiendo el sueño de los gustos. Que recuerde “Horror en el Museo de Cera”, donde participé yo de pequeño, pero está perdida. Y otra que hay con cierta controversia, “Las Noches del Hombre Lobo”. Mi padre siempre ha mantenido que sí se hizo, otros dicen que no. Ahí se ha quedado. Eso sería lo realmente inédito. Material escrito ya te digo que muchísimo”. Y por último el más emocional y el que nos muestra a un Sergio a puro corazón abierto, la enseñanza de un padre único en boca de uno de sus hijos. “A mí me ha transmitido total pasión por lo que haces y la idea de no rendirse nunca. Se comparaba con el cuadro del Prado en que el perro nada a contracorriente de Goya. Así se veía él. Era un “outsider” como mucha gente lo ha denominado. Iba en contra de todo. Su legado tiene algo de estar siempre luchando contra algo, que a veces conseguía ganar y otras no. Siempre con pasión, creyendo en lo que hacía y respetando al público al que iba dirigida su obra. Todas sus películas son muy honestas, no trata de vender nada que no es. Están hechas con mucha pasión y cariño”. La honestidad al servicio de un cine de terror marcado por las vivencias de una infancia dura, que forjo una personalidad rebelde, inquebrantable, con voluntad y tesón pétreos, capaz de exportar un sello netamente hispánico que aún hoy, bajo el prisma de otros directores, sigue generando una seña de identidad propia en nuestro cine de terror. Quién sabe si no es la garra de Waldemar Daninsky al que dieron vida tomando un nombre europeo del este, quizás directamente magiar, Paul Naschy, pero que jamás hubiera existido sin otro, mucho más cercano y de aquí, muy nuestro para la eternidad que se ganan los más grandes. Era, es y será Jacinto Molina, el verdadero nombre que se esconde tras el terror en castellano.