Por: J.J. Caballero
En el devenir artístico y vital de un creador de primera clase como Fernando Alfaro, músico vocacional y figura esencial del pop español durante las últimas dos décadas, siempre hubo un extraño cruce de intenciones, también paralelo a las ráfagas sonoras de distintas procedencias que suelen acompañar cualquiera de sus entregas. Suele debatirse entre la necesidad de perpetuar su tradicional perfil de alma en pena, de adalid de las causas menos nobles, con un ímpetu aún más noble por fijar sus historias y sentimientos en un contexto luminoso, lleno de esperanza y con trazas de positivismo. Si en “Los años luz” (2016), el disco de la resurrección definitiva de Chucho tras la vuelta a la vida pública en 2013, el albaceteño reúne de nuevo a sus compañeros Juan Carlos Rodríguez y Javier Fernández (músicos dotadísimos, todo hay que decirlo) y les cuenta que su reciente ruptura amorosa le ha dado para escribir una especie de narración apocalíptica por capítulos, solo que los protagonistas no son policías del futuro ni héroes anónimos reconvertidos por las circunstancias en salvadores de la humanidad, sino una especie de sosias de sí mismo llamado Pere y la chica de la que parece estar irremediablemente enamorado, una tal María. Ambos son los protagonistas del libro, una verdadera joya publicada por los compañeros de Muzikalia, que acompaña a la publicación del disco a modo de complemento y ampliación literaria. Ya se sabe que Alfaro es por encima de todo un escritor de canciones, y aquí lo demuestra, dejando este “Corazón roto y brillante” casi a la misma altura de los maravillosos “Diarios de petróleo” con los que ponía el primer punto y aparte a la carrera de Chucho. Sin hablar de todo lo que significaron Surfin’ Bichos, claro, porque eso daría para un par de reseñas más como mínimo.
Recurrir a las señas de identidad no es sino una obviedad, y así lo hacen en “La carretera de la costa”, que no es sino un viaje emocional interior más que exterior, dejando de entrada las venas al descubierto para atacarlas después con la fuerza de “Hoamm”, un susurro que se hace exhalación en uno de los hits que serán a partir de ahora imprescindibles en sus conciertos; al igual que “Yoga love”, pop sin ambages con la new wave que ya marcaba algunos de sus grandes momentos anteriores como norte. Lo esquivo de la historia de desamor y rabia estriba básicamente en la forma de contarla, intrincada y ruda, y en focos de desazón como el que se sitúa en “La ambulancia y el dolor”, ya explícita desde el título en cuanto todo oyente debe saber que lo que aquí se trata no es ningún juego de niños. Si seguimos el guión, más que a los personajes, podemos encontrarnos con que “Otra ciudad”, por ejemplo, es ese post punk brillante y lleno de congoja con el que a muchos nos gustaría describir lo que nos pasa –debidamente introducido por unas “Agujetas” que no son sino una miniatura perfecta para un no menos perfecto desenlace-, o que en el ritmo sostenido de “Sombra lunar” se esconde la verdadera esencia del tormento interior de quien se expone a un mundo inhóspito después de que el corazón se le agotase. Una sima de formas clásicas evidente en “La feria animal” y basada en secundarios olvidados como el “Agente Sebso” de The Boardwalk Empire, una de las series favoritas del autor de estas letras. El amante despechado, iluminado por el nuevo orden y desbordado por las consecuencias de una relación abierta, sale a pasear sin complejos en “Espalda brillante” y se toma un respiro bailando un “Vals del trueno” demencial pero meticulosamente insertado en el discurso sonoro de un disco impecable. Y todo empaquetado con guitarras relucientes, ritmos propios del soul, ambientes de western, reflejos de blues… Poco más se puede ofrecer en doce canciones que son un libro abierto.
Cualquier encarnación musical de Fernando Alfaro, como capitán absoluto de la nave o como grumete aventajado, deber ser recibida con la alegría de un despertar diferente en un lugar insospechado. Lo único que sabemos casi con toda seguridad es que nos vamos a quedar con ganas de más, porque los garabatos de vida que inserta en sus canciones no son sino trozos de alma en carne viva, peculiares cantos a la desesperación, que no a la desesperanza. Y empatizar con tanta gente escribiendo y componiendo cosas tan duras de roer no es algo que esté al alcance de cualquiera.