Por:: Javier Capapé
Rubén Pozo y Lichis llevan un tiempo formando un tándem de lujo, una pareja atípica pero que ha demostrado entenderse perfectamente en lo que se refiere a las formas del rock más clásicas, esas que siguen erizándonos la piel sin necesidad de vestirse de etiqueta. Desde que iniciasen su proyecto conjunto, casi como un divertimento, se intuía que la colaboración podía dar sus buenos frutos en forma de disco. Y así ha sido, con este LP recién publicado que pone la guinda al proyecto de todos conocido con el nombre de “Mesa para dos”.
Doce canciones conforman este disco elegante a la par que urbano. Y de ellas ya conocíamos hasta seis, publicadas previamente en un fantástico EP, más otras dos en formato single que ahora se completan dando forma a un álbum redondo. Podemos encontrar reggae, toques de soul, pop, líneas acústicas, pero por encima de todo Rubén Pozo y Lichis nos ofrecen rock clásico, con grasa, seductor, del que se graba en tu interior con riffs potentes y construcciones de toda la vida, pero no por ello manidas, ofreciendo un sonido fresco a la par que riguroso, del que es difícil cansarse.
El catalán y el madrileño de adopción van turnándose la interpretación de los temas en un orden desordenado, porque en cada canción se deja notar el espíritu de ambos a pesar de que uno de los dos lleve la voz cantante. Ya sea por toques de guitarra, por frases hechas que nos remiten al uno o al otro o por coros puntuales, todos los detalles nos hacen sentir que no estamos en un disco a cuatro manos en los que cada músico aporta sus canciones y se ejecutan casi de forma individual contando más bien poco con su compañero. En este caso no es así, porque sentimos a los dos músicos presentes en todas y cada una de las composiciones. Y eso es lo más interesante, que es un disco realmente hecho al 50%, en espíritu y esfuerzo, creyéndose los dos todos los temas y aportando colores y detalles propios en cada uno de ellos.
Lichis abre el álbum con “Rock de Pueblo”, que se inicia pausadamente al piano y que posee cierto toque confesional, hasta podría decirse que con una pizca de solemnidad, convirtiéndose en un canto a la sencillez para dejar fuera la pose. Una canción de carretera que sienta las bases de un disco imbuido por la actitud que describe la misma a la perfección. Rápidamente salta a la palestra Rubén Pozo con un tema de toque Beatles a modo de comedia musical. “Asco y Vergüenza” destaca por su ligereza y por sus coros sesenteros que se apoderan del estribillo y nos hacen levantar a todos el ánimo. Lichis se refirió a “El hombre orquesta” como una canción ideal para habitar en una película de David Lynch. Mucho swing se apodera de ella y por momentos la melodía vocal aporta algunos fraseos en la línea del mismísimo Quique González. En “Carta a mis catorce” parece que nuestros protagonistas hablen de sí mismos en su etapa adolescente a la par que se acercan a los adolescentes de hoy en día, o a sus propios hijos. El potente estribillo está reforzado por los coros de Rubén en una canción en la que vuelve a llevar las riendas Lichis.
“Juguetes Rotos” comienza con un aire al dúo de productores Varona-García de Diego y rápidamente la cotidianeidad en las imágenes que salpican toda la letra de Rubén Pozo nos regala una de las canciones más redondas de la colección. Con guitarras stonianas y sobrada de actitud, nos presenta un paisaje reconocible en las vidas de muchos de sus oyentes. “Abracadabra” nos llega como bisagra entre las canciones que no conocíamos de la colección y las que ya formaron parte de su EP lanzado el pasado otoño. No necesitan más que dos guitarras, como la interpretaban en directo, para darnos una lección de elegancia y sutilidad. La voz de Rubén nos vuelve a enamorar en su contrapunto con la de Lichis. Sin duda una combinación excelente. Dos almas casi gemelas perfectamente compenetradas que ojalá nos regalen muchos más momentos como los recogidos en esta colección de canciones durante mucho más tiempo. Porque este proyecto parece haber nacido sin fecha de caducidad, sino más bien como un viaje que ha comenzado a rodar pero sin conocer todavía su destino definitivo. Cuando sus dos protagonistas se cansen de guiarnos por nuevos senderos quizá se apeen en el arcén, pero mientras tanto lo disfrutaremos al máximo, aunque me parece que lo haremos algo menos que ellos dos, ya que se percibe en ellos un estado de forma inmejorable y con una camaradería que se aprecia por encima de los surcos.
A continuación, como ya he comentado, se suceden los temas de su anterior EP, empezando por el excelente (y muy Willbury) “Mesa para dos” y pasando por otra de sus gemas incontestables como es “Trompas de Eustaquio”. Un tema que crece en intensidad bajo una pulsión constante de guitarra que nos lleva hasta su solo de trompa final para erizarnos la piel y derramar por el camino quizá alguna lágrima incontenible. “Loquillo” derrocha masculinidad, por eso no podía tener mejor título este viejo soul que seguro que no decepciona a aquel al que hace mención su título y su estribillo. Los Stones vuelven a aparecer con ciertos toques glam en “Canción Maldita” (¡cómo no caer rendido a ese solo que parece que salga de los artríticos dedos de Keef!) y “Nudo Sur” exuda energía pop por todos sus poros, desembocando en un colorido final con el reggae “Batiscafo Verde”, con su precioso wah-wah para cerrar un disco ligero a la par que atrevido y sincero.
Estos dos “fellas” nos dan lo que tienen, a espuertas, y nos invitan a hacerlo nuestro, a manosearlo y sudar con ellos. Podría ser más apropiado decir entonces que más que una mesa para dos es una en la que caben muchos más comensales, todos los que queramos vivir en estas canciones. Una mesa presidida por estos dos socios que esperemos quieran extender muchas más veces el mantel de la misma para regalarnos estos exquisitos bocados.