Por: Artemio Payá
A finales de 2013 un dúo de primates nos sorprendieron con un elepé sombrío lleno de jugosos ingredientes que ellos mismos detallaban: una cuchara sopera de rock and roll, 100 gramos de country, 6 metros de rhythm and blues, un cubo de surf muy turbio y una variable fractal entre sci-fi y exótica. Once brebajes de música tenebrosa e instrumental amamantada en el Amazonas. Tras estos ropajes se encontraba, junto a Antonio García en la batería y demás percusiones, Perico de Dios, guitarrista de Guadalupe Plata y que en este caso nos mostraba su faceta más expansiva y experimental, un disco sin complejos bajo el nombre de Pelo mono del que ahora tenemos una continuación llamada "Gibraltar".
La pretensión es la misma, aunque ahora King Kong ha decidido escaparse de la selva para adentrarse en la gran ciudad y añadir algo más de asfalto a la receta que sigue cargada de oscuridad, psicofonías y malas calles. Comienzan con una pieza de corte clásico (“Blues 79”) antes de meterse de lleno en la burrada de “Sin Rumbo” en el que nos recuerdan al experimento del “Cubist Blues” en este caso sin Alan Vega, un álbum infravalorado en su época. Hacen una pequeña incursión también en la música exótica en “Gnosienne” pasando antes de eso por la distorsión máxima retorciendo hasta el infinito la clásica “Malagueña” y recordando a una de sus grandes influencias en “Jack The Ripper”. No será el único momento en el que espíritu de Link Wray sobrevuela los surcos de "Gibraltar", puesto que tanto “Tarántula” como “Frío Verano” recuerdan al as del instro rock and roll.
Las sorpresas vendrán de la mano de “Mono Rabioso” a ritmo de space mambo y sobre todo de “E como Roma”, su primer tema cantado en el que nos llevan a un delicioso viaje por la Italia sixties. Se despiden recordando a Santo and Johnny en la fabulosa “Oh Bob” para un trabajo que no aburre ni un segundo y será devorado con gran gusto por aquellos que disfrutan de los sonidos instrumentales más agrestes y un placer que quizá no compartirán muchos de los fans de Guadalupe Plata, es por eso que se convierte en una perfecta vía de escape para las inquietudes más experimentales de Perico de Dios, y un trabajo que requiere una y otra escucha para poder perderse en todos los recodos por los que transita la gran ciudad.