Por: Kepa Arbizu
Expresa el dicho popular que las personas somos más hijos de nuestro tiempo que de nuestros padres, lo que viene a indicar la absoluta prioridad que alcanza en nuestra configuración individual la época que nos ha tocado vivir. Debe ser precisamente por eso que el hecho de recuperar ahora, 46 años después, aquel disco grabado por Neil Young durante 1974 y 1975, de título “Homegrown”, nos sitúe en un escenario del que es difícil alejar cierta sensación de anacronismo. Un limbo al que dicho trabajo había sido condenado -a pesar de que su contenido haya sido espolvoreado a lo largo de la carrera del canadiense- dada la imposibilidad expresada por el propio autor a la hora de enfrentarse a un cancionero que reflejaba fiel, y crudamente, la ruptura sentimental con su pareja de entonces, la actriz Carrie Snodgress.
Una vez superado dicho duelo, al fin tenemos la posibilidad de acceder a un material original que, si tenemos en cuenta las fechas originales, tendría que haber precedido en su publicación al magistral, y también doloroso, “Tonight’s The Night”. De esta manera, el esplendoroso periodo que abarca la primera mitad de los años setenta queda reformulada con la aparición de este “inesperado” álbum. Un trabajo al que se le encomendó en su origen, de alguna manera, la misión de ahondar en ese sonido más suave y evocador, aquel que por ejemplo había traído consigo éxitos tan rotundos como el de “Harvest”. Unas intenciones, las de intentar reverdecer aquellas mágicas melodías, ya a priori casi imposibles de saciar, pese a haber recurrido a aliados comunes, como Ben Keith y Tim Drummond, o contar con la presencia de algunos invitados de gran prestigio.
Sea como sea, y dejando de lado cualquier reflexión sobre los posibles desajustes que puede provocar tomar como novedad, de un músico que no olvidemos sigue en activo y que no ha parado de engordar a base de talento su discografía, un trabajo realizado hace casi medio siglo, el análisis puramente musical denota algunos déficits que impiden encontrarnos con un conjunto verdaderamente conseguido. Y eso a pesar de que el inicio del álbum resulta imponente, con un “Separarte Ways“ que hace de la austeridad, delineada por un llamativo ritmo de bajo y la presencia en la batería de Levon Helm, quien repetirá en la pista posterior, el entorno ideal para plasmar esa angustia generada por el amor perdido, eje absoluto de las reflexiones aquí vertidas, por mucho que “Try”, otro tema a destacar, traslade un leve destello de esperanza. Una canción por la que se desplaza latente una cadencia country que, junto a la sutil presencia en las voces de Emmylou Harris, aparición que adquirirá mucho más fuste en su intervención en la florida y coral “Star of Bethlehem”, aporta ese suspiro vital. La delicada y deliciosa "Mexico", apoyada únicamente sobre la dupla de piano y voz, deja bien a las claras que este álbum encuentra sus pilares más consistentes en, precisamente, este tipo de composiciones más intimistas. Un lote que en su faceta más atinada queda completado por el espectral folk de “Kansas”, que se puede presentar como el reverso oscuro del soniquete tradicional y pegadizo que contiene “Love Is a Rose”; la afectación que infunde su característico manejo de la armónica, donde el soplido se convierte en un lamento nostálgico, en “White Line” o la abisal profundidad a la que nos empuja “Little Wing".
Hasta aquí perfectamente podríamos hablar de un repertorio de un nivel muy notable, y que además mantiene entre sí una coherencia estética evidente. Va a ser la entrada de otro tipo de ambientaciones y, en definitiva, de propuestas sonoras, las que descompensen algo el resultado global. Mención especial en esa labor desestabilizadora se merece la inocua rareza que es “Florida”, únicamente compuesta por la voz del cantante hablando sobre un incómodo ruido. Mucho menos incongruentes resultarán ciertos temas, que de hecho individualmente pueden ser resultones, pero que aquí no alcanzan los suficientes galones ni el ánimo adecuado para aportar o elevar el tono general. En esta ocasión, y pese a lo significativo que siempre ha resultado el uso de electricidad para este músico, sus manifestaciones más palpables a ese respecto, ya sea en manos de un blues standard (“We Don’t Smoke It No More “), el pegadizo rock sureño de la canción homónima o los pétreos riffs con los que sacude “Vacancy”, quizás la más destacada de la triada, más allá de propiciar una liviana escucha no consiguen alcanzar ningún tipo de notoriedad.
Si pensásemos en los genios, sin paliativos, que nos ha regalado la música popular, (casi) nadie dejaría fuera de esa selecta lista al autor canadiense. Una condición que sin embargo no otorga de forma natural el don de convertir en obras maestras todo lo que toca, a pesar de que en algún momento de su trayectoria nos lo haya inducido a pensar. No se trata pese a todo de desdeñar este “Homegrown” y confiarle el único mérito de la peculiaridad que esconde su recorrido. Su contenido, sobre todo en una primera parte, roza por momentos la exquisitez, con algunos instantes que encontrarían perfecto encaje en cualquier repertorio. El problema asoma a la hora de hacer una consideración global del trabajo, aspecto que delata algunas carencias que nos remiten a una falta de estabilidad y consistencia. Con todo, sigue siendo un enorme placer ir completando nuevas piezas de un puzle artístico en continua construcción y que conforma una de las imágenes más fascinantes y especiales que el rock ha alumbrado.