Por: J.J. Caballero
Triángulo de Amor Bizarro ha sido, prácticamente desde el principio, un grupo con unas señas de identidad bien marcadas, puede que demasiado. Y digo esto a propósito de la (relativa) evolución de estos músicos aguerridos, que graban discos con las vísceras más que con el cerebro y que saben que solo con esfuerzo y kilómetros pueden ver recompensado un trabajo que puede pecar de muchas cosas pero nunca de falta de coherencia. A las pruebas me remito: Para grabar su nuevo álbum, homónimo y de portada austera a la vez que radical, descubrieron que su marco sonoro puede dar algo más de sí y que preservar esos rasgos esenciales característicos de su obra era fundamental, sí, pero también redondearlos con nuevos apuntes, miras perpendiculares y atmósferas algo menos frecuentes. En resumen, ahora se abren a las melodías de forma más clara y se acercan a eso que llaman “pop” sin saber todavía qué es exactamente.
De sobras es conocido que los gallegos se pierden por las bases rotundas, los bajos desbocados y las voces fuera de tono. En “Fukushima”, el tema que dio a conocer esta nueva colección de canciones, se les nota más amables que de costumbre. Una mera alucinación, solo una nota discordante que tal vez junto a “Vigilantes del espejo”, más convencional, y “ASMR para ti”, donde dan rienda suelta a la pasión que siempre tuvieron por el dream pop, varía una receta en la que predominan los sintetizadores, las programaciones y una anarquía compositiva que los reafirma en sus principios. En un disco eminentemente tecnológico como este se atreven a hablar de pasados dudosamente mejores, de sueños que solo se desvanecen si no sigues soñándolos, del antes y el después, y la voz de Isa Cea es tan dulce como agresivo el colchón musical que la rodea, bien dirigido por la mano maestra de un experto en estas lides como Carlos Hernández. Un contraste brutal con la fiereza vocal de Rodrigo Caamaño, que hace de los temas asignados un pozo de furia y convierte “Canción de la fama” en una letanía escupida a bordo de una montaña rusa emocional. Ahí, en la distorsión y el alto voltaje de la mayor parte del álbum, es donde Triángulo de Amor Bizarro siguen encontrando su verdadera razón de ser. La pregunta es si realmente eso les ha servido para autoafirmarse o para restarles capacidad de adaptación. Compensan su tendencia natural al ruido con la voz de Ariadna Paniagua de los Punsetes, que por cierto le viene como un guante a la aceleración de “Acosadores”. El concepto de pop alucinado que manejan les llevan a revertir el concepto original de una danza popular de los pastores que deambulaban por la península hace siglos en un trallazo punk como “Folía de las apariciones”. Nada de lo que hagan, por muy previsible que sea a veces, puede dejar impasible a cualquier oído entrenado en cualquiera de sus trabajos.
En unos escasos tres cuartos de hora, Triángulo de Amor Bizarro se las apañan para dejar entrever que es en este año maldito de pandemias, pánico colectivo y sórdida incertidumbre cuando tenemos que empezar a escucharlos de otra manera, acercándonos a cómo ellos pretenden ser entendidos. Más allá de sus evidentes influencias, una banda con las ideas cada vez más claras que graba discos con la urgencia del tiempo que les toca vivir y las certezas que da una carrera que ya no busca la sorpresa sino el calado profundo. Una banda, en definitiva, merecedora de todos los respetos.