Por: J.J. Caballero
Vuelve The New Raemon por donde lo dejó. También se podría decir que por donde solía. Justo en el punto exacto en el que la sinceridad, la visión realista y la crudeza de los sentimientos se entrecruzan para disparar al mismo centro del corazón del oyente. Para llegar a contarnos lo que nos cuenta en estas canciones ha tenido que escribir sin límite de emoción, entregando lo que ve, escucha y toca tal como lo percibe, rodeado de su banda habitual y con la colaboración puntual en algunos coros de su amiga Anni B Sweet. Y puede que a estas músicas y a estas letras les venga bien publicarse después de la cuarentena que ha asolado más de un pensamiento y que en su caso ha servido para reafirmarse en que ahora es más necesario que antes mirar a la vida a la cara y empezar a desnudarse ante la ya aburrida, por repetida antes de producirse, “nueva normalidad”.
Sus “Coplas del andar torcido” son bautizadas así en afirmación de un leve y casi imperceptible defecto de sus extremidades inferiores, pero sería más justo identificarlas con una trayectoria vital y artística que indefectiblemente debía conducirle a una obra así de profunda, consciente del contexto en que fue concebida y apesadumbrada desde su propio nacimiento. El músico deja que inunden la base de sus canciones tímidos pero precisos arreglos electrónicos, introducidos por David Cordero –músico experimental miembro de los muy interesantes Úrsula- y otros delicados juegos de cuerda a cargo del violoncello de Antonio Fernández Escobar, porque en el fondo todo suena a The New Raemon. Desde la muy definitoria “En un zarzal” hasta la mejor cancíon-río que se haya podido escuchar en el último lustro en voz de un músico español: “El árbol de la vida”, en la que a lo largo de seis minutos resume a la perfección toda una filosofía vital, puede que una no deseada, a la vez que retrata a muchos seres anónimos con los que todos nos hemos identificado en algún momento. La lírica de la mayoría de temas es demoledora, y si no solo hay que escuchar un par de veces seguidas “Ropa mal colgada” o “Aunque maldigas entre dientes”, sendos ejemplos de que en este país aún es posible seguir hablando con orgullo de la vigencia de la música de autor, con todos los difusos matices del término. El leve acercamiento al flamenco de “Días de rachas grises” es otra prueba de la libertad creativa y los parámetros sonoros de su autor, siempre con la brújula orientada con la única idea de no perder el norte. Es imposible hacerlo en un álbum marcado profundamente por las cuerdas, tañidas a veces con una monotonía necesaria para expresar el existencialismo que se desborda en todos los sentidos, el más luminoso de “En la feria de atracciones” y el contumaz de “Ruido de explosiones”.
Afirmar que este es el mejor trabajo de The New Raemon es solo una opinión como otra cualquiera, aunque da la impresión de que se acerca peligrosamente a la verdad. Ni el más completo, ni el más maduro –horrible tópico, e igualmente ambiguo- ni de lejos el más ameno. Pero cuando las circunstancias y el momento concreto en el que se graba un disco se imponen a cualquier otra consideración, y además se ponen al servicio de un músico habitualmente inspirado, los límites de la expresión se convierten en un placer insano por regodearse en piezas tan oscuras. Como la vida misma cuando se empeña en golpearnos bien fuerte.