Por: Jesús Elorriaga
Últimamente a mi amigo Alex le ha dado por ver partidos de fútbol de hace veinte años. Incluso de hace treinta o cuarenta. Algunos que hemos visto juntos en nuestra adolescencia y otros en los que todavía ni existía él o ni tan siquiera nadie se planeaba entonces que pudiera existir. Me reconoce que, pese a que nunca ha sido un tipo que suela frecuentar la calle nostalgia, tal y como está el panorama (ya sabéis, el confinamiento, el miedo, la pérdida de lo mundano, la sangría de muertes diarias al otro lado de la pared, escondidos todos de esas calles tan lloradas ahora como cotidianas hace tan sólo unas semanas), algunas veces –me confiesa– necesita evadirse. Rodearse de imágenes y sonidos reconfortantes, recuperar la calidez de otra época en la que nadie haría vaticinar el peligro invisible que nos acosaría años después.
Alex fue la primera persona a la que hablé de unos tal Pearl Jam, a los que descubrí en un Metal Hammer de principios del 92, y los dos nos pasamos toda esa primavera y verano escuchándolos de forma privilegiada (en Madrid nadie les hizo caso hasta que lo petaron con “Jeremy”). Por eso, coincidiendo con una reciente sesión/terapia por webcam con él, recordando el fútbol rumano de principios de los 90 y los sonidos de aquel Monte Sión de la costa oeste norteamericana, esa tierra prometida bajo la lluvia y el ruido que cobijó una explosión de rock enrabietado pero a la vez lleno de emoción, vuelvo mis ojos y mis oídos a Pearl Jam, algo más que una simple banda de grunge: es una conexión transcendental hacia los años más importantes de mi vida. Alex me dijo en un bar cerca de Juan Bravo, durante el descanso del España-Yugoslavia de la Eurocopa del 2000, que los de Seattle tenían que haberse separado tras "Vitalogy". “Habrían sido una especie de James Dean del Grunge” –me dijo–. “Tres obras maestras y la eternidad como recompensa”. Entonces me pareció exagerada su afirmación, pero con los años y los nuevos discos fui dándole la razón.
"No code" y "Yeld" no eran malos, pero me dejaron frío, salvando unas pocas canciones. Había algo que, a medida que yo iba creciendo, me alejaba más de ellos. Temía convertirme en un Nils Holgersson que no pudiera entender más a sus gansos. Por eso me alegré de que, siete años después del decepcionante "Lightning Bolt", Pearl Jam estrenaran "Megaton", un disco muy respetable con el estilo inequívoco de los de Eddie Vedder. No tan rompedor como vaticinaban algunos tras escuchar el primer adelanto, “Dance Of The Clarvoyants” (reconozco que cuando oí esas bases me ilusioné de verdad) pero lo suficientemente atractivo para reencontrarme con una banda que en sus casi treinta años de existencia ha encontrado el equilibrio entre la leyenda que brilla en los escenarios y la calidad de sus trabajos de estudio. "Gigaton" es el trabajo de unos supervivientes, con un nombre que a veces puede resultar demasiado pesado sobre sus hombros, pero que no se pierden en el contexto actual, en la América neoTrump al que cargan poderosamente muchas de sus dianas en las letras (véase, por ejemplo, “Quick Escape”).
Seamos claros, nunca volverán a hacer un disco como "Vs" o "Ten". Son cimas insuperables y sería injusto estar siempre comparándoles con aquello. Once discos después de su debut miramos este trabajo a los ojos, de frente, y noto que, si de algo adolece (por eso de meter lo antes posible la ropa sucia en la lavadora) es de su tremenda irregularidad, cosa que no sucedía con sus primeros trabajos. Estaban entonces tan bien repartidas las fuerzas que generaban un equilibrio entre las canciones más potentes y las baladas, las más cortas con las más extendidas. En este disco reina la desigualdad. Por eso en ocasiones te encuentras momentos gloriosos con otros más, digámoslo, desinflados.
De hecho, el disco arranca muy bien con un primer corte (“Who ever said”) con pide ansioso explotar de energía en directo, y el segundo adelanto, “Superblood Wolfmoon”, un enérgico canto existencial (“I don't know anything, I question everything / This life I love is going way too fast”). Las mencionadas “Quick scape” (el bajista Jeff Ament y el guitarrista Mike McCready debieron de disfrutar de lo lindo ahí) y “Dance Of The Clairvoyants” (curiosamente, el único tema firmado por los cinco componentes del grupo) hacen que las expectativas sigan altas. Pero llegan “Alright” y “Seven O’clock” y te sacan del disco. Y no porque sean temas fallidos, en absoluto. De hecho, sorprenden por su madurez, alejadas al sonido que te esperas (ya, suena odioso esto, lo sé) de ellos, y te hace pensar si nos están administrando de una manera muy evidente su discurso. ¿Por qué no tiraron más por este camino? ¿Acaso buscan agradar a todos con el mejor cocktail? Bueno, igual es que estos días estoy más tocapelotas, no me lo toméis en cuenta.
“Never Destination”y “Take the long way” recuperan las buenas sensaciones, sobre todo el último tema, uno de los más elaborados en su composición, firmado en su totalidad por el batería Matt Cameron y con Meagan Grandall (Lemolo) acompañando a los coros. Pero entonces llega la bajona. Stone Gossard, guitarrista y otrora autor junto a Ament de las canciones más míticas de los de Seattle, aquí sólo aporta “Buckle up”, con la que duerme a las ovejas. Un desenchufado Eddie Vedder no le va a la zaga al anterior y continúa esta línea en “Comes then goes”. McCready prolonga este estado mental (quién se acuerda ya de la energía de la primera mitad del disco) con “Retrograde” que empieza un poco floja pero al final saben sacarle todo el jugo posible a la voz de Vedder. El disco termina con “River cross”, un tema de Vedder lleno de solemnidad que ya ha interpretó alguna que otra vez en sus conciertos en solitario.
Con Pearl Jam sucede como con los mejores amigos. Hay tanto cariño y alegría al volver a saber de ellos que no puedes juzgarlos con un criterio coherente y racional. Con "Gigaton" recuperan, al menos en buena parte de los temas, las ganas de querer saber más de ellos y acompañarles a todos los horizontes que nos puedan descubrir más allá de este cautiverio. Alex, olvídate de eso que contabas de James Dean. Creo que te gustará.