Por: Jon Bilbao
La música de Natural Child llevaba ya desde el principio (hará una década) un buen número de variados ingredientes que no tenían por qué casar juntos, pero que aún así encajaban. Llamaron la atención con un rock n roll clasicote, que aunaba blues con hard rock, y que no estaba exento de cierto deje garagero y, sobre todo, stoniano. Se pudo seguir (y disfrutar) atentamente la evolución de los de Nashville con su anteúltima publicación, el inesperado y expansivo “Okie Dokie”, del 2016. Aquel fue un álbum mayúsculo que exploraba nuevos territorios para el grupo, pero poco después de su publicación ocurrió algo y Natural Child desaparecieron.
Y llevamos ya más de tres años sin saber del todo qué ha pasado. En todo este tiempo no han girado y esto ha sucedido así por algo que explicaba el propio grupo en su página de Facebook. A finales del 2016 Natural Child publicaba un pequeño texto informando de que la gira de aquel momento se suspendía debido a unas acusaciones que se habían vertido sobre uno de sus componentes. Al considerar las acusaciones graves, la banda decide parar su actividad por un tiempo. Y hasta hoy. O más bien hasta comienzos de este 2020, que es cuando (con una nula promoción y casi como si fuese un secreto) se publicaba su sexto álbum de estudio, de título homónimo.
Esta pequeña contextualización me parece necesaria para tratar de entender de dónde llegan estas nuevas canciones. Algunas se nota que provienen de la vida diaria, mientras otras se vuelven más reflexivas y en ellas asoma también el arrepentimiento. En estos once temas la evolución sonora del grupo es evidente y otra vez nos sorprenden, ya de entrada, con el misterioso instrumental titulado “California Hotel”, algo así como una pieza de jazz ambiental con visos cinematográficos y psicotrópicos. Una forma osada y maravillosa de despistar y llamar la atención a partes iguales. Pero después suena “Farm” y las dudas del fan de siempre se disipan. Y es que al álbum no le faltan canciones en una onda más clásica: la ya mencionada “Farm” y su country rock de carretera, la bailonga, efectiva y de temática drogota “Disco Daddy” o el logrado medio tiempo de “Dan Man”. En esta última o en “Good Honest Hard Work” se incluyen instrumentos de viento que aportan groove y cierta originalidad al asunto. Y hablando acerca del groove no olvido una de las grandes gemas del lote, “Time Is Money” con su extensa jam instrumental.
Las anomalías en este caso son la caótica aunque convincente “(Might As Well) Put The Pin On” (otro instrumental con guitarras wah wah y trompeta chirriante), “Young And Wild”, de ritmo inquietante por momentos, y el ya mencionado arranque del álbum. Las canciones más pausadas también tienen su sitio, y se deja constancia de ello con el cierre acústico de “Rock n Roll S.O.B.” y a través de la oscuridad contenida de la sorprendente “Playin´In The Band”. En cuanto a “Please Come In”, diría que quizá no se entienda todo su potencial a la primera, pero a partir de la segunda o tercera escucha uno cae bajo su influjo. Ese fue al menos mi caso y aún sigo embrujado por la canción.
Si nos preguntamos: ¿Cuál será el siguiente paso del grupo? Es una gran incógnita. No se entiende la falta de promoción de este nuevo disco, por no hablar de que a día de hoy, el álbum sólo se puede obtener en formato de descarga digital, y no en físico. Puede que ahora que parece que Natural Child vuelve (este es mi presentimiento), prefiera llevarlo a cabo paso a paso y sin hacer mucho ruido dada su repentina separación (no oficial) a finales del 2016. O quizá quieran ver si su público lo demanda, si se siguen acordando del grupo a pesar de no recibir ninguna publicidad. Estas, desde luego, son solo algunas elucubraciones personales sin demasiada importancia, pero lo que sí que considero importante es un trabajo como el que sigilosamente acaba de publicar el trío. Un disco muy particular, pero enorme en su conjunto y atrevido. Es un claro paso adelante. Y aunque en su historia haya un reciente agujero de más de tres años, el futuro (una vez escuchado el disco) parece augurar algo bueno, al menos y de momento, para todo aquel que tenga el placer de escucharlo.