Por: Kepa Arbizu
Al margen de las valoraciones concretas que se puedan -y se deban- hacer sobre su obra, lo que resulta innegable es que a M. Ward le acompaña de forma perenne un aura muy especial. Evidentemente está relacionada con su praxis musical, y es que su particular manera de afrontar los sonidos clásicos de raíces conducen a un placentero sentimiento etéreo -pero nada endeble- que le hace rápidamente identificable y único. Tanto es así que ha alcanzado la que probablemente sea una de las grandes aspiraciones de todo creador, conseguir que su propio nombre sea la definición de una forma exclusiva de expresión. Una categoría alcanzada en el paulatino recorrido de su carrera y que en su actual disco, “Migration Stories”, la encontramos en cotas realmente destacadas a la hora de desarrollar y ensanchar las fronteras que dibujan esa(s) atmósfera(s). Un logro para el que, quién sabe si resultando determinante en el resultado, se dirigió hasta Quebec con el fin de trabajar en los estudios de Arcade Fire junto a dos de sus miembros (Tim Kingsbury y Richard Reed Parry) y su productor/mezclador Craig Silvey.
Puede que incluso parte de la culpa de ese repunte musical alcanzado en este nuevo capítulo se vea inducida por la temática que ha impulsado la creación del mismo, siendo las referencias al hecho del desplazamiento un leit motiv recurrente en él, ya sea desde un punto de vista casi místico hasta uno más terrenal, y no pocas veces traumático. De hecho no hay que olvidar que el germen del trabajo reside tanto en el enfrentamiento con los propios casos de migraciones que decoran su árbol genealógico como en la compilación de historias vistas o leídas por el autor.
Que la paradoja coyuntural nos sitúe en un tiempo actual donde el movimiento es un hecho prácticamente vetado y ligado a la enfermedad, no hace sino aumentar el abanico de connotaciones alcanzadas por un disco que funciona, en forma y fondo, como un álbum de fotografías en la que cada estampa se inscribe en un contexto musical variado y multiforme. Todas, sin embargo, guardarán en común un sentimiento de ensoñación que parece diluir cualquier asidero estable, la misma sensación de desubicación que uno puede percibir, aun sabiéndose en tierra firme, tras un largo viaje. En ese sentido funciona perfectamente la inaugural "Migration of Souls", en la que el dogma clásico del folk es lanzado hacia una esfera difusa, recorrido que llevará hasta las últimas consecuencia en “Chamber Music”, todavía más evanescente desde su acongojante sobriedad.
Uno de los grandes retos que casi siempre resuelve de manera ejemplar M. Ward es el de manifestarse a través de diversos perfiles musicales, siendo el de crooner uno al que se adapta especialmente bien. Así, armado de un misterioso envoltorio, se enfundará en un traje con trazas a un Bobby Vinton crepuscular para interpretar “Heaven’s Nail and Hammer” o manejará a la perfección diversas facetas del rock and roll primigenio, deleitando con una delicada y ensoñadora “Coyote Mary’s Traveling Show” o bajo la elegante solvencia de “Along the Santa Fe Trail”. Un fascinante juego de máscaras al que añadirá purpurina para mostrarse más ochentero y sofisticado en “Unreal City” pero que sin embargo trasladará hasta su lado más agreste en “Independent Man”. Ya desprovisto de disfrace será capaz de ofrecer una faceta instrumental desnuda y clásica (“Steven’s Snow Man”) como hacer de “Torch” un compendio de sus múltiples virtudes, apareciendo igualmente vaporoso, romántico y melódico.
Nada más escuchar el título de este trabajo no puede evitar recordar aquel poema de Jose María Fonollosa en el que renunciaba a la transmigración en otra especie. Allí, el siempre añorado escritor catalán, renegaba de cualquier subterfugio que nos salvara de nuestra radical humanidad, con todo lo que ello conlleva. A pesar de que las formas que definen a M. Ward nos encaminen a un territorio onírico y poco tangible, en realidad sus canciones adoptan esa forma para hablar desde la más pura cercanía. Probablemente ahí resida el gran poder de su música, y especialmente a través de esta última grabación, en haber logrado construir ese espacio creativo en donde tiempo y lugar, tal y como lo conocemos, se desintegran para dejar paso a un nuevo escenario -en tantas ocasiones genial- donde poder encontrarnos y sentirnos tal como somos, con nuestros anhelos de libertad y nuestras pesadillas.