Por: Kepa Arbizu
A nadie se le escapa que el blues es sin duda la moldura perfecta para cobijar las diversas expresiones de angustia existencial. Por eso no nos debe de extrañar que Lucinda Williams, una de las más destacadas -por no decir la primera- representante de un rock destinado a escenificar el más hondo lamento, haya sucumbido a lanzarse plenamente a los brazos de dicho género en su nuevo disco "Good Souls Better Angels". Una apreciación que sin embargo no puede ocultar la devoción, e influencia real, que esos sonidos negros han tenido desde siempre en la forma artística alcanzada por la veterana compositora.
A la vez que se constata la plena inmersión de las actuales composiciones en los citados parámetros musicales, se va a hacer palpable igualmente la constitución de un perfil interpretativo que continúa alentando su lado sufridor. Una disposición capitaneada, y espoleada, por un tono de voz cada vez más aguardentosa y que ejerce como fiel espejo de unas historias aliñadas entre la desesperación, la rabia o el fracaso. La unión de todos esos elementos, sin olvidar la excelencia instrumental alcanzada por su banda habitual a la hora de hacer una perfecta lectura de este tipo de contexto, devienen en un trabajo áspero y descarnado, tanto, de hecho, que incluso se le puede achacar un cierto exceso de dramatización, conduciendo a un terreno donde la absoluta prioridad cedida a un verbo marcado por el desahogo y la rabia deja fuera otro tipo de manejos de igual hondura y mayor versatilidad.
El primer impacto que recibimos proveniente de las guitarras ejecutadas por Stuart Mathis (“You Can’t Rule Me”) ya nos remite a unas seis cuerdas orientadas a imponer su sentido más oxidado y afilado. Una ágil y cortante cadencia que rápidamente dejará paso a la rugosa majestuosidad de una Lucinda que se presenta más rasgada y displicente que nunca contra el dominio masculino. Una actitud que extenderá en buena parte del trabajo, apoyándose, como en “Wakin’ Up”, en un acompañamiento mínimo, que pese a su aparente sigilo encuentra la fórmula para seguir incrustándose, o arañando insinuante entre la letanía instrumental que le acompaña en “Big Black Train”. Frente a estos capítulos que mantienen intacta la capacidad para ofrecernos ingredientes de gran interés, más irregular acabará siendo la concatenación de piezas enfundadas en un traje más rockero y agresivo. Si “Down Past the Bottom” mantiene el atractivo precisamente por su desinhibida virulencia, “Bone of Contention” y “Big Rotator” terminan por resentirse y manifestarse algo menos excitantes.
Pero ni todo en este álbum van a ser recelos surgidos de intimas relaciones ni tampoco un monocorde sentido rítmico. Porque si el juego entre lo acústico y lo eléctrico, además de la descomunal base rítmica, que parece inspirada en ese contundente paso que acompañaba a John Lee Hooker, le sirve para pasar factura a un mundo en auténtica decadencia (“Bad News Blues”), no menos elocuente se presenta en la magnífica e incómoda “Man Without a Soul”, que pese a no poner apellido al desalmado en cuestión, no es difícil imaginárselo con su trono en la Casa Blanca. Sobresaliente también resultará la capacidad para dotar de épica a la más relajada, y desprovista de todo voltaje, “Shadows & Doubts”, el nostálgico romanticismo, y excepcionalmente optimista, “When the Way Gets Dark”, o el íntimo lamento que se acurruca en el tema final, "Good Souls".
Queda claro que Lucinda Williams ha querido priorizar en su nuevo disco la impulsividad y cierto tipo de naturalidad en detrimento de una mayor diversidad y finura en su dramatismo. Un camino por el que probablemente se hayan perdido ciertos de esos detalles que la han consolidado como la mejor retratista actual del afligido corazón humano enfundado en en un ardiente rock americano. Precisamente esa condición es la que le otorga el privilegio de, pese a no realizar una de sus mejores obras, entregar un notable nuevo capítulo de ese torturado mapa emocional que continúa trazando con su cada vez más curtida voz. Y menos mal que así lo sigue haciendo, porque es imprescindible que exista alguien como ella, capaz de, sino paliar definitivamente nuestras angustias, por lo menos poner una majestuosa banda sonora a todas esas heridas y cicatrices que la vida se sigue empeñando en dibujarnos.