Por: Kepa Arbizu
Antes de la potente irrupción que supuso M-Clan, incluso de la aparición más adelante de fascinantes rarezas como Crudo Pimento o de la consolidación de una relativa escena indie, Murcia ya había quedado señalada hace años en el mapa musical de la mano de Los Marañones. Y no se trata de resaltar dicha existencia desde la precocidad ni mucho menos bajo un carácter localista, sino por una cuestión de pura justicia, ya que la banda encabezada por Miguel Bañón acumula suficientes méritos como para dedicarles una muchísima mayor relevancia de la que se les suele adjudicar. Bien es cierto que, a pesar de la evidente evolución en sus siempre roqueros preceptos sonoros, su apuesta musical no está llamada a derribar la puerta de las portadas más cosmopolitas ni a llamar la atención de rastreadores de tendencias, actitudes que por otro lado solo delatan la imposición de una visión a cortoplacista y dependiente de un presente que muchas veces de rabioso solo tiene su inmediatez. Tensiones por otro lado de sobra conocidas en esa siempre tensa relación entre el arte y el paso del tiempo, un concepto este último, por cierto, muy presente en la discografía del cuarteto y que en su nuevo álbum vuelve a tomar un carácter casi vertebrador respecto a su contenido.
Un lustro después de su anterior trabajo, “La máquina del tiempo” significa un nuevo escalón en la dilatada, y nada presurosa, carrera de la banda. Manteniendo fidelidad a ese rock and roll particular que han logrado cincelar hasta transformarlo a su medida exacta, sin embargo no abandonan la capacidad de ofrecernos ciertos destellos novedosos o cuanto menos exclusivamente ligados a cada ramillete de nuevas composiciones. En esta ocasión, y partiendo de la omnipresente reflexión sobre el hecho temporal, se nos muestran cobijados bajo un tono, siempre afín a su contenido costumbrista, cercano a la ciencia ficción o lo fantástico, lenguaje arropado por una musicalidad que se deja contagiar por expresiones psicodélicas o espaciales.
La machaconamente juguetona base rítmica de “El nómada”, tema inaugural, parecen simbolizar los sigilosos pasos que hay que emprender para adentrarnos en este trabajo a través de un delicado y nada estridente ritmo boogie que ya presenta, principalmente en su estribillo, ese deje onírico. Un ingrediente que en el transcurso del álbum irá extendiendo su rastro hasta convertirse en ubicuo, trasladando, de manera nada exagerada, la simiente recogida de grupos que han sabido adaptar, y adoptar, dichas ambientaciones, como Hawkwind, Caravan e incluso Deep Purple. El resultado confluirá en un sorprendente juego de colores y percepciones que se derramará entre la lisergia al más puro estilo Beatles, ya sea en “El infinito, tú y yo” o en el genial juego de contrastes que es “En el mar”; por medio del rock vaporoso de “No hay tiempo que perder” o con intensas y funks -casi a lo Stevie Wonder- secuencias de “Adónde fui”. El sosegado y delicado inicio de “No tienes corazón” no debe de despistarnos de lo que es en realidad un rocoso y epatante hard-blues con el que parecen rememorar su primera etapa.
Apartada, en su justa medida, de esa más palpable bruma sonora, encontramos una parte de esta máquina del tiempo haciendo parada en algunos de esos ya arquetípicos manejos ostentados por la formación, por ejemplo unas cadencias sinopadas de rock and roll, tan cerca de McCartney como de Randy Newman o Señor Mostaza, manifestadas en la pegadiza nostalgia de “Desde el más o allá” o en una dulce “Las siete de la tarde”. Además quedará espacio todavía para descubrir las diferentes formas con que afrontan un concepto más popero, estado en el que se manejan igualmente a la perfección, tal y como refutan en la sugerente “Bailando en la oscuridad”, bajo la elegancia, decorada con repuntes eléctricos, del tema homónimo o en el acercamiento realizado a las bandas españolas sixites en “La llave”.
Al igual que en la obra literaria de H.G. Wells, con la que comparte nombre este disco, su ambientación y argumento escondían reflexiones y una mirada más allá de lo expuesto por su aspecto externo, lo mismo se puede aplicar al decimotercer trabajo de los murcianos. Porque escondido tras esta fascinante diversidad y su atmósfera “fantástica” asoma inmutable la identidad de una banda que a través de su natural cotidianidad sigue merodeando alrededor de los grandes temas universales, preguntándose sobre el amor, el paso del tiempo y la consistencia de la propia realidad. Los Marañones siguen acometiendo el presente con la misma actitud que han demostrado siempre, desoyendo cualquier tentación de nostalgia creativa y esmerándose en ofrecer nuevo y atractivo material, reto superado con amplitud por su actual grabación y una nueva razón para seguir considerándoles una leyenda, aunque anónima para muchos, de nuestro rock and roll.