Por: Albert Barrios
Jonathan Wilson, un músico tan clásico como experimentador, ha parido su mejor disco (y eso es mucho decir) acudiendo a uno de los tópicos más manidos del arte en general : el retorno al hogar, el retorno a las raíces. Pero lo ha hecho a su manera, tan crepuscular como agridulce, tan libre como extemporánea. Alejándose de la sorpresa estilística que supuso el genial “Rare birds” de 2018, Wilson acude a ese lugar común que es el sonido acústico de Laurel Canyon para entregar un puñado de canciones que lo sitúan como uno de los mejores trovadores salido de los USA en últimos veinte años.
Grabado en los Cowboy Jack Clement’s Sound Emporium Studio de Nashville, y co-producido con Pat Sansone de Wilco, el álbum cuenta con la participación de varios de los mejores músicos de sesión de la ciudad, registrando las canciones en directo, tocando todos a la vez en el estudio. Un baño de clásica autenticidad.
Abre “Just For Love” ,un melting pot que nos recuerda a los Quicksilver más crepusculares de “Shady Grove” y a los Love más profusos. “69 Corvette”, tanto por su nostálgica letra como por su instrumentación, es la pieza clave del disco, la perfecta síntesis del mensaje y percepción que Wilson pretende mostrar y hacer llegar. La pedal steel a lo David Gilmour será omnipresente a lo largo de todo el álbum. En “New Home” el piano marca la cadencia y la maceración de la canción, “So Alive” es la canción más accesible de todo el conjunto y en “In Heaven Making Love” mezcla el rock más primigenio con el country.
“Oh Girl” es otra muestra de la maestría de Wilson : comenzando al estilo de su colega Jackson Browne, la manera en que añade poco a poco a la banda y el interludio "beatleiano" está al alcance de unos pocos elegidos. “Pirate”,con ecos del Dylan de “Desire”, precede a “Enemies”(donde encontramos los pocos trazos de obertura estilística que marcaron “Rare birds”) y a “Fun For The Masses”, con unos paisajes crepusculares muy a la manera de Pink Floyd.
“Platform”, bañada en Nilsson y Fred Neil, con una deliciosa y anacrónica harmónica, “Riding The Blinds”, un medio tiempo que transita entre el binomio Waters/Gilmour y el más puro country rock y “El Camino Real”,un divertimiento country donde el violín lleva el peso de la canción, son tres muestras de la exuberante variedad que posee el disco. Para acabar, “Golden Apples”, con ese toque de austeridad de la escena folk de Greenwich Village en los 60’s, que Wilson rompe con steels, armonías, pianos y una batería en clave de jazz, y “Korean Tea”, con ese expansivo estribillo marca de la casa que lo sitúa, sino lo estaba ya, en la liga de los más grandes.
Anacronía, si, pero con personalidad y decisión. Una vuelta a casa no como mero ejercicio de nostalgia, no como una galopante falta de ideas, sino todo lo contrario. Un álbum frondoso, tan espiritual como reconfortante, tan lucido como amargo. Un portentoso y exorcizante alto en el camino de un músico en perenne búsqueda del sentido de la vida y de la música, que al final viene a ser la misma cosa, ¿no crees?...