Por: Javier Capapé
Fito Páez vuelve a la palestra tres años después de publicar el extenso “La Ciudad Liberada” (con el que consiguió el Grammy latino por su canción “Mi Vida Tu Vida”) con este conciso, a la par que abigarrado (como gran parte de su obra), “La Conquista del Espacio”. El prolífico músico rosarino se ha relajado a la hora de publicar novedades discográficas y ha esperado el periodo más largo de su extensa carrera para regalarnos a principios de este 2020 un disco nuevamente orquestal, por momentos ligero y bailable, con algunos toques sixties, y una vez más con mucha guerra y autoconfesión; una de sus mejores producciones de los últimos veinte años. Fito Páez es un músico excesivo, siempre entregado hasta el límite, que sabe que tiene un público fiel ávido de su fórmula tan excelsa como infalible y se aprovecha de ello, porque desde el primer corte de estos nueve presentados en “La Conquista del Espacio” se nos muestra tal cual es. Con más aciertos que tropiezos, con una canción épica que marca el rumbo del resto del disco invitándonos al disfrute inmersivo, al placer mayúsculo, al derroche enérgico. La producción compartida con uno de sus últimos escuderos, Diego Olivero, vuelve a ahondar en recursos manidos para el argentino, pero siempre adecuados para sus composiciones, tan bellas como ímprobas.
Confieso que soy uno de los fieles del argentino a este lado del charco desde que me atrapó con ese disco al alimón con nuestro querido maestro ubetense Joaquín Sabina. Todos deberían darle una verdadera oportunidad a aquel lejano “Enemigos Íntimos”, donde brillaba por encima de todo Páez (en definitiva fue una estrategia de marketing para introducir al americano en territorio hispano, aunque quedó ensombrecida por los desmanes que tuvo con Sabina en el proceso de producción) y nos mostraba las claves instrumentales de su obra, entre lo terrenal y lo divino, entre el rock mundano y la exclusividad sinfónica. Esas coordenadas se han seguido repitiendo en su dilatada carrera con resultados desiguales, pero fieles a una forma de hacer las cosas coherente con su manera de entender el oficio de artista. Fito Páez no se entiende sin esa dedicación pseudo-hiperactiva que dota a toda su obra de multitud de capas de las que extraer información y deleitar al oyente de muy diversas maneras. Porque parece que en su obra todo vaya en línea recta, pero equivocados estamos si no sabemos apreciar sus desvíos, curvas y requiebros en un cancionero sólido y a la vez lleno de matices junto a una producción siempre de gran altura.
“La Conquista del Espacio” nos brinda la oportunidad desde el primer minuto de dejarnos seducir por la cercanía de lo épico, porque esta primera canción, titulada como el mismo disco, se convierte en una forma de reivindicar el amor a lo que tenemos cerca como piedra angular de la conquista del infinito. En el caso de Páez lo que tiene más a mano son sus canciones y de ese modo define al músico como conquistador de libertades. Todo parece posible gracias a la energía con la que arranca este disco. Seguidamente nos invita a “Resucitar”, a empezar de nuevo, a abandonar el dolor y volver a sentirnos bien, como dice la canción al final, que es de lo que se trata el concepto en sí mismo de la resurrección. Unos arreglos puramente Beatles con una producción muy en la línea del clásico George Martin para una canción concisa y redonda. “Las cosas que me hacen bien” reivindica los géneros que nos levantan el ánimo. Contiene mucho más swing, con metales al estilo de los Phenix Horns en las producciones de los ochenta de Phil Collins. La canción reza que el mundo es una trampa mortal, por eso hay que disfrutar con lo que nos hace bien, sea lo que sea. Todo es válido si nos ayuda a buscar la felicidad, desde la cumbia al perreo.
“La canción de las bestias” gira a lo acústico, pero sin abandonar los arreglos de cuerda. Todos sufrimos, hasta las fieras. La canta como si fuera una de esas bestias, llorando sus penas en silencio, porque todos tenemos nuestra parte más oscura pero a la vez también la más íntima y dulce. “Gente en la Calle” es un dueto con la artista bonaerense Mariana “Lali” Espósito que cuenta con más vientos funky sobre una base de Hammond para una canción dura sobre los sin techo. La ligereza musical no está reñida con la temática cruda que, aunque se centra en la ciudad de Buenos Aires, podría extrapolarse a cualquier gran ciudad mundial. En esta canción vuelve a una de las imágenes más recurrentes en la carrera del rosarino, hablando del mundo que “gira y gira bajo el sol” (tal y como podemos comprobar desde que lanzase su segundo largo, aquel “Giros” del año 1985). Esta imagen es muy poderosa en una canción como ésta, que trata de un tema tan duro y a la vez tan común en nuestro mundo capitalista, ya que podemos intuir cierta esperanza en este mundo dando vueltas como queriendo sanar y arrastrar toda la aspereza de nuestras vidas con ellas, al igual que ocurre con la siguiente canción “Ey, you!”, que versa sobre la violencia de género, en otro dúo, esta vez con el grupo Mala Fama, que se atreve a introducir aires de cumbia para la ocasión, lo que se sale totalmente de la norma de su compositor.
“Nadie es de Nadie” es la más roquera del disco, con un riff potente que unido a los vientos crece en una soberbia canción que habla de la libertad dentro de cada pareja, con una frase maravillosa que refleja el verdadero sentido de la misma: “Nadie es de nadie, pero todo es nuestro”. Muy en la línea de Elton John se nos presenta “Maelström”, hablando de la dificultad de salir de nuestras preocupaciones y obstáculos diarios. Jugando con la idea de la corriente noruega del Maelström, de la que todos podemos salir dejando atrás el dolor para volver tras la tormenta con felicidad. Esa vuelta a la vida a la que ya se refería en “Resurrección” nos sorprende otra vez en una de las canciones mejor hilvanadas del disco, la esencia del estilo Páez. Finalmente “Todo se olvida” tiene la actitud de “A rodar la vida” (uno de sus antiguos temas más celebrados), ensalzando el amor por encima de todo y abrazándose siempre a la música, que es otra de las líneas recurrentes en sus discos, dejándonos claro que Fito Páez es precisamente eso, simplemente música sanadora que se nos entrega como un regalo infinito, capaz de conquistar el espacio. Y para recordárnoslo la melodía del tema titular vuelve a nuestros oídos en los últimos segundos del disco mientras el sonido de una máquina de escribir nos indica que nuestro artista no descansa, que sigue escribiendo y buscando la perfecta letra en la melodía adecuada que nos lleve a esa conquista espacial.