La Bóveda del Albergue, Zaragoza. Sábado, 29 de febrero del 2020
Texto y fotografías: Javier Capapé
Ya lo dije hace casi dos años: Luis Fercán convence, su música es de verdad. Historias reales que conmueven y nos reconcilian con la canción de autor. Exactamente lo que vimos los pocos congregados en la Bóveda del Albergue de Zaragoza el pasado sábado. Un ambiente familiar que propició una comunicación de tú a tú con el músico gallego. Tal es así que el concierto se convirtió más bien en una reunión de amigos donde tras una primera parte más al uso no se necesitó ni amplificación ni escenario. El músico en un círculo formado con sus seguidores como si entre ellos solo hubiese un fuego de campamento para amenizar la velada. Y esto, que puede parecer demasiado naif, se convirtió en un regalo del que pocas veces se podrá ser testigo en sus conciertos.
Era la primera vez que podíamos ver a Luis Fercán defendiendo sus canciones en Zaragoza en un concierto propio, como él bien nos dijo, y la verdad es que los que estábamos allí (aunque fuéramos pocos) teníamos muchas ganas de descubrir en directo las intensas canciones de su hasta ahora único LP “Grieta” y su más reciente EP “Furias”. Y lo que vimos en La Bóveda fue precisamente eso, unas canciones intensas que rezuman verdad y que en su interpretación en directo ganan por su entrega y la actitud pasional de su protagonista.
Algunas canciones tuvieron que transformarse por completo para adaptarlas al formato clásico de guitarra y voz, como ocurrió con la que inició el concierto. “Brújula” se convirtió en algo completamente nuevo y magnético, con Fercán dibujando nuevos giros vocales y tonalidades. Con otras canciones más desnudas de su discografía no tuvo que realizar ese proceso de transformación, pues se nos presentaron casi del mismo modo en que las conocíamos, pero no por ello dejaron de ser evocadoras de paisajes e imágenes reconocibles en primera persona por todos los allí presentes. Es el caso de “Portugal”, “Todo el miedo” o “Tierra Mojada”, que nos confesó que era una de sus composiciones favoritas. También hubo tiempo para presentaciones de material nuevo como un pequeño vals, que fundió con gran maestría con un bello bolero a medio terminar, e incluso para alguna atrevida versión como “Morenamía” de Miguel Bosé. Pero por encima de todo, en el concierto se respiró amor por unas canciones capaces de conectar con nuestro yo interno, con aquellos sentimientos comunes a todos los mortales como la pasión frente a la decepción, la vitalidad en lucha con la confusión, así como el deseo y la desesperación. Todos ellos muy presentes en cada uno de los temas que sonaron la noche del sábado. Conforme se sucedían Luis Fercán se desnudaba más y más, ofreciéndonos explicaciones pormenorizadas de los momentos que le llevaron a escribir esas canciones, de aquellas personas que las inspiraron o de sus propios sufrimientos que le llevaron a plasmarlos en el papel como una especie de exorcización del dolor.
En el concierto hubo momentos únicos como ese en el que Luis se acordó de aquella pareja que le pidió cantar “Ella” en el vals de su boda (presentes en la sala), a quienes se la dedicó por no haber podido interpretarla en persona en aquella ocasión. También nos habló de la luz que impregnó su viaje a París con su madre, que le llevó a finiquitar la canción más luminosa de su repertorio, en contraposición con uno de sus momentos más duros vividos reflejado en “Mi oscuridad”, con la que nos dijo haberse vaciado al componerla para dejar atrás todo el sufrimiento que le había llevado hasta allí. Todas estas vivencias y confesiones del gallego se tornaron en una suerte de reunión de amigos improvisada cuando decidió bajarse del escenario, desenchufarse, sentarse alrededor del público y atender a todas sus peticiones. El mejor regalo para un público que sabíamos que asistíamos a un momento único y muy difícil de repetir. Con el músico ya cara a cara con los allí congregados comenzó a responder a todas y cada una de las peticiones recibidas en un ambiente distendido, pero sin perder un ápice de pureza. Una experiencia que nunca había tenido en un concierto en directo. El músico hecho persona, la persona que se nos ofrece como músico. Dándose al 100% pero sin la presión de un escenario ni de un público distante (más cerca no podía estar). Una experiencia irrepetible. En esa segunda parte del concierto, y ya sin preocuparse del tiempo que tenía por delante, sonaron una versión reducida de “Enséñame a bailar”, en la que hubo que recordarle algunos versos, “Pólvora mojada”, que pidió grabarla para enviársela a Yoly Saa, con la que la interpretaba originalmente, “Eco en la Avenida”, haciendo gala de su destreza con la afinación abierta, “Un yo más”, con un coro tímido pero emocionado de esta improvisada reunión de amigos, “110”, que cobró todo el sentido al sincerarse con los motivos de su composición, y ya para terminar sus canciones insignia: “Dime qué hago” y “Buenos Aires”. No quedó nada en el tintero. El tiempo se detuvo y si bien es cierto que allí podríamos habernos quedado toda la noche, tocó cerrar filas para fundirse uno a uno con todos los presentes en un abrazo al dar por finalizado el concierto.
Estoy seguro de que muy pocos podremos volver a vivir una experiencia en directo como la del sábado en el Albergue zaragozano. Porque solo algunos artistas pueden hacer lo que hizo Luis Fercán. No es simplemente salirse del guión e improvisar, es bajarse del escenario y convertirse en uno más, es entregarse sin obstáculos de por medio. Quizá todo esto pudo ser posible porque Fercán se encuentra en una etapa inicial de su carrera, ya que difícilmente lo hubiera hecho con más experiencia a sus espaldas. También pudo ser posible por las características del recinto donde fue el concierto, que invitan a un diálogo directo con el público, o por la discreta venta de entradas. Pero de lo que estoy seguro es que esas circunstancias nos permitieron asistir a un concierto que perdurará en el recuerdo de todos los que tuvimos la suerte de vivirlo. Para siempre.