Pabellón Príncipe Felipe, Zaragoza . Sábado, 7 de marzo del 2020
Texto y fotografías: Javier Capapé
Tan solo diez años ha tardado el combo dirigido por Mikel Izal en llegar a conquistar la estratosfera. Lo que este grupo ha conseguido con tan solo cuatro discos de estudio publicados es difícil de igualar en nuestro panorama. Habrá otros grupos que hayan llegado a cotas similares, pero la proeza de Izal es que su música ha calado hondo en amplios sectores de público. Desde los veinte a los cuarenta no hay grupo que consiga mayor unanimidad en cuanto a comunión con su discurso. Además sus espectáculos han crecido de manera exponencial. Lo de acercarse a salas de mediano aforo es ya un imposible. Lo suyo han pasado a ser los grandes recintos como el Pabellón Príncipe Felipe de la capital aragonesa, donde pudimos disfrutar el pasado sábado de su última propuesta sobre las tablas. Un fin de viaje-gira de su último disco “Autoterapia” que brilló con toda su fuerza ante las casi siete mil almas allí congregadas. Durante más de dos horas y media el quinteto nos brindó un espectáculo que aunó rock de estadio, salvas imperecederas, pantallas gigantes, confeti y cameos 2.0. Un concierto gigante para un grupo con las miras bien altas y que, pese a quien le pese, avanza a grandes zancadas como otros pocos compañeros de profesión pueden presumir.
Lo que Izal vino a presentar a Zaragoza el pasado 7 de marzo fue uno de los siete episodios que ellos mismos han calificado como “el final del viaje” de “Autoterapia”, un disco que ha supuesto su confirmación definitiva en la escena indie-pop castellana. Todo auguraba un éxito seguro en la capital aragonesa y, a pesar del retraso por problemas técnicos en la apertura de las puertas del pabellón, se consiguió con creces. Desde su arranque con el tema titular de la gira hasta su despedida con una versión más desgarrada de “Pausa” todo fue sobre ruedas, perfectamente hilvanado en su estratosférico montaje con reminiscencias espaciales.
El grupo apareció en escena tras una presentación pregrabada donde participaban, como tripulantes de una nave espacial, Julián López, Kira Miró, Miren Ibarguren y el mismísimo Raphael. Ellos mismos presentaron a los cinco músicos como los encargados de una misión sideral que les devolvería al planeta tierra después de salir airosos de varios cometidos, entre los que se encontraban los duetos virtuales con destacados músicos de nuestra escena con los que Izal comparten oficio y a los que ellos mismos profesan absoluta devoción, como bien hicieron constatar. Estos duetos fueron la gran baza de la noche (y de la gira de despedida en sí misma), aunque hay que agradecer a las redes sociales que no hayan trascendido más de la cuenta, pues sabiendo de estas sorpresas el leit motiv de la gira queda desacreditado en cierta medida. Aunque bien hay que admitir que por encima de estos duetos están sus canciones y en eso el combo liderado por Mikel Izal anda bien sobrado. De hecho sus conciertos son cada vez más sólidos porque están consiguiendo el perfecto equilibrio entre los nuevos temas y los más sembrados de su carrera, extendiendo su setlist de esta forma hasta las casi treinta canciones sin resentirse ni un momento. El equilibrio entre los temas de “Autoterapia”, “Copacabana” y “Agujeros de Gusano” es un hecho, constatando que los tres discos están bien nutridos de excelentes canciones que son ya himnos entre sus seguidores. No podemos olvidar “Magia y efectos especiales”, su álbum de debut, del que aunque cada vez tocan menos canciones en directo todas ellas son imprescindibles y se convierten en momentos cumbres de la noche cuando suenan sus primeros acordes.
Las enérgicas “Autoterapia”, “Ruido blanco” y “Copacabana” dieron el pistoletazo de salida a la nave de las esencias espaciales, que rápidamente se dejaron llevar por los medios tiempos tan bien administrados por la banda como “La piedra invisible” y “Los seres que me llenan”. “Arte moderno” comenzó más suave que en su versión original con unos arreglos a piano y voz que enseguida se tornaron mucho más enérgicos antes de dar paso al primer invitado virtual de la noche. Una grabación de Santi Millán y Alexandra Jiménez presentaron a Rozalén, que protagonizó el dueto de “Pequeña gran revolución”. Esta aparición virtual obligó a encorsetar algo la interpretación de la canción, pues contar con un invitado enlatado no deja mucho pie a la improvisación, aunque eso sí, sonó de maravilla gracias a una mezcla previa que permitía escuchar correctamente a la invitada, cosa que no ocurre muchas veces cuando hay alguna colaboración sobre el escenario. Pros y contras de este formato: una buena sonorización frente a una actuación más encorsetada y desprovista de la magia del directo (aunque el resto de la banda sí que toque en vivo). “Agujeros de gusano” con toda su energía desbocada y “Tu continente” precedieron otra interferencia espacial, esta vez a cargo de María Pedraza y Jaime Lorente. La verdad es que estos actos entre tramos de canciones suponían un freno a la energía que contagia la banda, los cuales conferían cierta bajada de revoluciones que enfriaba el ambiente por mucho famoso que mostraran en pantalla. Seguidamente aparecieron los siguientes invitados de la noche. Se trataba del trío Sidonie, que contagiaron con su magia “Temas Amables”, aunque esta vez ya no sorprendió a nadie por repetir los esquemas anteriormente utilizados con Rozalén.
Una de las características de las canciones de este quinteto es que muchas de ellas se tornan en una especie de mantra que siempre resulta efectivo. Es el caso de “Oro y Humo”, que rugió en su segunda parte como lo que es, una consigna para gritar con el puño en alto. Infalible y efectiva. Mikel dedicó “Canción para nadie” a todos los congregados en el pabellón zaragozano, aclarando que era una historia para nadie y para todos a la vez. Y así llegó otro de los momentos interactivos de la noche. Previa descarga de App el grupo instó a los presentes a elegir la canción siguiente que iban a tocar, pero claro, si entre las tres opciones hay una que destaca indudablemente como himno entre las demás no hay App que se interponga entre ella y el público. No hace falta saber el resultado de la votación de la aplicación, “Despedida” sonó a continuación, como una de las claras referencias del grupo, que además envejece estupendamente (contoneo de Mikel incluido). Después sonó con toda su contundencia “Qué bien”, como uno de los grandes ases de la banda, antes de incitar al público al baile con una reconvertida “Hambre” con tintes salseros y continuar con los trallazos de “Hacia el norte” y “Asuntos delicados”.
Amaia Valdemoro, Víctor Claver y Jorge Garbajosa se dejaron ver también entre las interferencias espaciales del concierto, dando paso previo a la intervención de Mabü, que hizo de “El temblor” un pasaje algo más suave que en su versión original, pero igualmente efectivo. “Pánico práctico” se convirtió en otra proclama encabezada por Mikel Izal, pidiendo que dejáramos atrás ese pánico autoimpuesto por nuestra sociedad, medios y dirigentes políticos. Y lo mejor es que la canción estalló en un final épico saliéndose del guión, como ocurrió con el casi sinfónico arreglo de “Resurrección y venganza”.
Santi Millán y Alexandra Jiménez volvieron a aparecer en pantalla para presentar a Zahara, que hizo suya “La increíble historia del hombre que podía volar pero no sabía cómo”. Zahara se comió el escenario, y eso que su presencia era solo virtual, una evidencia más de que el magnetismo de esta artista es incuestionable. La cálida “Magia y efectos especiales” la dedicaron a una persona que les acogió en su casa en Zaragoza en sus primeras visitas a la ciudad, tocando en La Ley Seca para no más de veinte personas, antes de dar paso a la explosión final de “Bill Murray”, que nos dejó exhaustos y preparados para la habitual tanda de bises.
Llevábamos más de dos horas enganchados a esta experiencia pseudo espacial cuando apareció Miguel Ríos entonando desde la pantalla “El pozo”, aunque esta vez con resultados algo mejorables. La traca final, con lluvia de confeti, humo y fuegos, vendría de la mano de “La mujer de verde” y “El baile” en una especie de catarsis colectiva que presagiaba el definitivo final. Pero la banda aún guardaba un as en la manga antes de su definitivo despegue hacia plazas venideras. Se trataba de la intervención de Bunbury (a estas alturas la aparición únicamente en pantalla de los invitados ya nos parecía algo casi normal), que finiquitó con mucho estilo la solemne “Pausa”, a la que le siguieron los compases enlatados de “Man on the Moon” de R.E.M. con la que el grupo se despidió de todos los presentes mientras en la pantalla del fondo aparecían todos los colaboradores e implicados en este mastodóntico espectáculo.
Izal nos hizo volar por el hiperespacio. Quizá sus sorpresas estelares llegaron a hacerse repetitivas (puede que sean mejor menos colaboraciones pero que éstas sean reales e in situ), pero de lo que no hay duda es de que su poderío técnico e hipnótico es incuestionable. El quinteto juega en otra liga. Sus conciertos son enormes y funcionan a la perfección, provocando en cada momento la reacción precisa de su público. Un final de viaje que les coloca en una posición de lujo en cuanto a su reconocimiento, pero que a la vez puede provocarles vértigo ante lo que pueda depararles su futuro. No obstante nos quedamos con un grupo dueño de sus propios pasos. Que sabe muy bien lo que hace y quiere ofrecer y que se regocija y hace disfrutar a su público con unas herramientas difíciles de despreciar: sus poderosas canciones.