Por: J.J. Caballero
Una banda que participe en cualquier tributo a esa pequeña franquicia que pasó a mejor vida sin conciencia de llegar a serlo y que se llamó Parálisis Permanente ya merece toda nuestra atención. En aquel disco de homenaje a la banda comandada por el precoz genio de Eduardo Benavente, Alice’s Cream aportaban una visión de “Tengo un pasajero” tan tenebrosa como la original pero mucho más afilada. Es en lo incisivo de las guitarras donde reside la principal fuerza del trío de Guadalajara, unos músicos abducidos primariamente por el grave sonido del postpunk y seducidos en esencia por el rock de garage y las melodías anárquicas de la psicodelia de los setenta. Pero a la vez son hijos de su tiempo, puesto que nacieron discográficamente hace apenas seis años y en el EP y largo anteriores ya hacían sonar las líneas maestras de una personalidad ahora apuntalada en solo ocho canciones cortadas por un mismo patrón, que no es otro que el de las bases robustas y el clima austero en el que se mueven sus canciones.
No es broma, ni siquiera tópico, aquello de que el tercer trabajo de una banda equis suele ser el “disco-de-madurez”, y menos en este caso. Después de haber definido su sonido en lo ya apuntado en el anterior párrafo, Alice’s Cream se muestran más que seguros de sus argumentos al basarse en algo tan básico como los sentimientos. Oscuros, hipnóticos, desarmados, explicados con arreglos que chirrían y letras que ocultan más cosas de las que muestran. Para abrirlas a múltiples interpretaciones desde la intro de “Antimateria” y esparcirlas a discreción en la melancolía de “Tatuada de dolor”, por ejemplo, o la inundación de contradicciones de “Con las olas”. Así, atemperando la furia y encabritando el sosiego, transcurre el escaso minutaje de un álbum que necesita ser escuchado con atención, pues de hacerlo de manera global y precipitada puede presentarse con los engañosos rasgos de una obra plana y sin demasiados matices. Tan profundo es el existencialismo latente en “Carreteras perdidas” o el hechizo maquinal de “El chamán de la lluvia”, y tan aletargados nos demuestran que estamos que un fugaz disparo de power pop como “Ecléctico” podría pasar injustamente desapercibido.
Un disco de rasgos bien marcados, con el norte bien diáfano en el horizonte y unos planteamientos humildes a nivel de producción, no es nada que debamos pasar por alto en tiempos urgentes ahora forzados a detener el ritmo. Es el momento perfecto para recrearse en estos pequeños discos que llegan a nosotros sin hacer demasiado ruido y que poco a poco calan en ese rinconcito que todos tenemos reservado a encontrarnos con nosotros mismos. Con esta “Medicina kármica” es más fácil hacerlo.