Por: Kepa Arbizu
Solo quien ha vivido en sus carnes ese particular y férreo vínculo que se teje a través de conversaciones musicales entre pasajes nocturnos, puede entender perfectamente la relación que subyace entre Mark McCausland y Oisin Leech. Unos "hermanos perdidos" emparentados a base de coincidir y compartir tiempo juntos durante sus respectivos periplos en las bandas donde participaban por aquel entonces (The Basement y The 747s). Una conexión fraguada artísticamente, pese a su origen irlandés, en el Liverpool de los Beatles pero desde el que también se alcanzaba a otear las pioneras melodías del rock and roll todavía aferradas a la tradición del folk o del country.
Acumulando en la actualidad una ya más que considerable carrera , el sexto disco de la formación se vislumbra como pieza referencial en su trayectoria. Siempre guiados por un espíritu errante que les ha hecho recorrer medio mundo y completar una diversa lista de estudios de grabación, músicos de acompañamiento y en definitiva, contextos creativos en los que desplegar su talento, este "After The Fire After The Rain"extiende sus lazos hasta Brooklyn, Nueva York, localización en la que se registra un álbum que encomienda su trabajo de producción a Tony Garnier (bajista de Bob Dylan) y Daniel Schlett, habitual con The War On Drugs. Mención aparte merece la presencia de ciertos nombres en la alineación definitiva seleccionada para elaborar este disco, entre los que nos encontramos a M. Ward, Howe Gelb o Jolie Holland, no solo apariciones significativas por su prestigio y calidad sino por la trascendencia a la hora de encontrar las vinculaciones estilísticas vertidas en el resultado definitivo del trabajo.
Ese carácter nómada que ha definido el "modus operandi" del dúo va a extenderse ahora de manera evidente al tono musical de unas composiciones que adoptan texturas fílmicas y aroma a western crepuscular, una condición que se añade a su característica calidez melódica, logrando un sugerente y delicioso desenlace. Un contexto sonoro que al margen de los consabidos referentes de los Everly Brothers o Louvin Brothers, todavía esenciales pero sin la absoluta significación de pasados episodios, agrega algún otro de la talla del Dylan perceptible en "Pat Garrett & Billy the Kid ", que terminará por ser esencial para un trayecto que inicia su peregrinaje con la majestuosa serenidad de "Fugitive Moon". Arranque de un discurrir marcado de forma casi perenne por un tono evocador que nos remite a un paisaje sobre el que se dibujan unas siluetas cortadas por la caída del sol mientras cabalgan sosegadas por un desierto inabarcable. Una ruta integrada por episodios trazados desde el intimismo que deviene en épica ("Medicine Wine"), la momentánea aparición de la luminosidad ("After the Rain"), una electrificación que flirtea con el rock ("After the Fire") o el avistamiento de Los Apalaches ("Venus").
Todo este camino quedará definido también a través de etapas delimitadas por elementos más distintivos, como esas cantinas y corridos que posan su rastro en "Six Mile Cross"; aunque si de antros se trata, mucho más profunda será la reseca inducida por el acento de Tom Waits depositado en "Hope Machine". No serán ajenos tampoco en este fluir las influencias latinas, visible en la guitarra española que domina "Ash Wednesday" o en la breve capa vertida sobre el intimismo al estilo de Bonnie "Prince" Billy en "Wilderness", susurrante condición, esta vez ligada al imaginario de M Ward, que se impondrá a su vez en "Eight Hundred Miles".
"After The Fire After The Rain" nos presenta todo un itinerario de seductora sustancia musical, una en la que participa la delicadeza y dulzura melódica característica de este dúo pero desarrollada en esta ocasión sobre un terreno más insinuante y polvoriento, lo que amplía y eleva su registro. Un sinuoso pero sutil rumbo en el que poca importancia adquiere su tan indeterminado como volátil destino, siendo el propio trayecto quien acumule toda la relevancia, propiciando así que la llegada del fundido a negro ni mucho menos signifique el final, solo el momento de rememorar los profundos surcos originados por un suculento disco indemne a la lógica del espacio y el tiempo.