Sala Galileo Galilei, Madrid. Martes, 21 de enero del 2020
Texto y fotografías: Oky Aguirre
Fue justo un día después del bochornoso espectáculo que nos brindó la primera edición de los Premios Odeón, supuestamente dedicada a la música española, auténtica perjudicada de una noche que en realidad no fue más que un desfile de los y las mejores modelos de las grandes discográficas, con los mejores trajes de Sony, Warner o Universal, pero en formato canción ligera, aderezado por una retransmisión, a cargo de TVE, en la que la palabra vergüenza queda hasta bonita, convirtiendo todo un Teatro Real en un Corral de Comedias.
Por eso, al día siguiente y con el mosqueo ya pasado, llenamos la sala Galileo Galilei aquellos que teníamos claro que un homenaje a Javier Krahe es ya en sí mismo un homenaje a nuestra música. Y mejor si lo llevan a cabo Los Toreros Muertos, que cumplen 30 años juntos, ahora para anunciar la publicación de un disco homenaje al maestro del descojono musical español, recreando (y regalando con la entrada gracias a Rockandfashion) “Colegio Público Javier Krahe”, doble disco (uno con el grupo y el otro en acústico por Pablo) con 21 canciones de aquél señor de barba y traje blanco que ha hecho y hará de nuestras vidas algo mejor.
Lo que está claro es que Pablo Carbonell es más showman que músico y lo sabemos; y nos gusta su actitud verdadera, entre la timidez y el despiste, que maneja fantásticamente y demostrando que el repertorio del gaditano está en buenas manos, teniendo a su amigo y socio Pablo (del sello 18 chulos) a un perfecto contador de sus historias. Para el sonido ya estaban ahí sus compañeros, los profesionales y espléndidos músicos Antonio Iglesias a la batería, Fernando Polaino a la guitarra y Mani Moure al bajo, que hacen como banda una labor impecable al compenetrarse con el humor de su cantante, vestido para la ocasión de blanco como homenaje a Krahe y empezando nerviosito perdido hablando de Zahara de los Atunes en esa dulzura que es “Días de Playa”.
Después de preguntar a su banda si estaba afinado en "mi" o en "fa", encadenaron “Paréntesis”, “Hoy por Hoy”, un gracioso blues (“Si lo llego a saber”) y un “Don Andrés” en acústico para descojonarse con arte, que de eso se trataba en una noche infernal de frío. Así, las canciones y esos versos llenos de ironía gaditana se juntaron con las carcajadas de jóvenes y puretas, siendo “Dónde se habrá metido esta mujer” la que se llevó el premio gordo con una delirante versión punky-twist. Luego les dio por irse a terrenos rockabilly con “Un burdo rumor” y “Caminos del Señor” para funkear con “La Hoguera” y acordarnos de Manitou, que es cuando Pablo ya se sintió en su salsa después de regalarnos un memorable momento con “No todo va a ser follar”, que se convirtió en el himno de la noche, repitiendo al final, después de unos bises no aptos para nostálgicos con “Y todo es vanidad”, “Conócete a ti mismo” y “Nos ocupamos del Mar” con la que cerrar definitivamente, con cuchufleta incluída, una velada entrañable y representativa de lo que significa ir a un concierto. Pasárselo bien. Los Toreros Muertos saben de eso. Todo gracias a Krahe, ese “Gran gilipollas, Madre”, al que siempre echaremos de menos y siempre volveremos.