Qué bonito resulta leer un buen puñado de páginas sobre música escritas con realismo, convicción y altas dosis de pasión. Y todavía es más interesante cuando detrás de dicha historia no hay un éxito rotundo y altas cotas de popularidad, al menos no entendidas dentro de los parámetros que actualmente se asocian a dichos términos. Porque para un amante real del pop y del rock, el triunfo no se marca solo en audiencias y grandes escenarios, sino en el poder de convicción de las canciones. Y de eso en Rock Indiana entienden bastante.
Esta es una historia de vivencias, de locos apasionados por la música y de instantes bonitos, a veces por haber escapado de la ruina y del fracaso, salvando giras y conciertos por escasos euros, y en otros casos por haber rozado muy de cerca el favor del gran público, sin llegar a conseguirlo, pero dejando el regusto dulce en el paladar de haber grabado y seguir grabando un buen puñado de discos míticos que han hecho las delicias de muchos gourmets, que viven para la búsqueda de auténticos trallazos de no más de tres minutos y medio.
En ésta historia hay mucho de Humildad y Paciencia, como bien defiende en primera persona Pablo Carrero, principal ideólogo y último superviviente de Rock Indiana, pero también hay mucho de coraje y corazón, porque aunque algunos no lo puedan entender hay muchísima más verdad en los conciertos de aforo reducido, con los fans saltando enfervorizados en las madrugadas que van del jueves al sábado, y en el saludo post concierto a músicos semidesconocidos, que en las grandes audiencias y en los conciertos con fotos de postureo que se comparten en redes.
Sentimos la más sana de las envidias por los veinticinco años de amor a la música de Rock Indiana, y por su enorme legado, todo sea dicho, uniéndonos a la celebración, mirándoles a los ojos, de hermanos a hermanos, ya que entre vampiros toca reconocerse, para desearles otros tantos años más de satisfactoria vida y que para entonces, dentro de muchos más, vuelvan a proponer una celebración tan disfrutable como la que llevan acabo con este “Humildad y Paciencia”, que ya nos encargamos nosotros, desde la vejez y con las gafas bien graduadas, de volver a leer con muchísimo interés lo que para entonces propongan.