Por: Kepa Arbizu
Mucho, muchísimo, ha cambiado el paisaje musical en las últimas tres décadas. Sin embargo, en todo ese proceso de transformación, una figura como la de Hendrik Röver se ha mantenido siempre presente y -a pesar de adoptar diferentes aspectos- firme en la esencia de su apuesta. Porque más allá de sus persistentes apariciones, su propuesta ha permanecido alejada de tendencias coyunturales y esquiva a modas pasajeras. Una firme idea tenazmente ligada, a través de diferentes manifestaciones, a todas esas opciones proporcionadas por la tradición de la música estadounidense.
Asociado habitualmente a su banda Los Deltonos, han sido por otra parte recurrentes sus escarceos fuera de esa disciplina, siendo el más reciente, y que cumple con el nuevo disco su tercera entrega, el constituido junto a Goyo Chiquito (Contrabajo)
y Toño López-Baños (percusiones) , quienes dan vida a los Míticos GT’s de los que se hace acompañar. Una formación, que por su propia naturaleza, parecía predestinada a desenvolverse entre ambientes campestres, una realidad que, sin desaparecer en su totalidad, quedará empapada en las actuales canciones de toda esa “grasa”, entendiendo el término como símbolo de un sonido mas denso y sucio, con la que también han sido rebozados los últimos capítulos ofrecidos por la banda cántabra. Condimentos que propician una mezcla entre unas habituales bases rítmicas orgánicas y vibrantes, aquí especialmente agitadas para la ocasión, y el crepitar bluesero que irradian las guitarras.
Consistente y áspero contexto sonoro que encuentra un aliado ideal en el categórico título (“Vamos a morir”) que engloba unas composiciones que bajo ese reconocible espíritu costumbrista, a veces críptico, otras irónico, parece apuntar al compendio de incertidumbres que asolan al individuo en un siglo XXI que, por suerte o por desgracia, todavía desconoce el remedio para evitar que toda esa indefinición no desemboque en el irremediable desenlace. Y qué mejor manera para acometer esa atávica incapacidad del individuo para sortear su inevitable fecha de caducidad que recurrir al trepidante latido primitivo del boogie, que va de ZZ Top a John Lee Hooker, para activar el disco por medio de “Volverá”. Un tema que compartirá ascendencia con “B.L.U.E.S”, lo suficientemente aclaratoria desde su nombre para despejar dudas sobre su parentesco; con la onomatopéyica y más insinuante “Hmm Hmm Hmm”, a la que se suman más referencias como las de Howlin’ Wolf, o con una sinuosa y pantanosa “Fin de semana”, guiada por el visceral reflejo de Hound Dog Taylor.
Raíces y tradición que, siendo la base del tejido que sostiene este álbum, encontrará ramificaciones a través de la propia evolución cronólogica de los géneros, llegando a alcanzar la más ardiente contemporaneidad en una abrasiva “Un dos tres”, que no se sitúa lejos de los postulados del stoner. Pero el que si será -ademanes actuales al margen- pilar indispensable de todo este conjunto será el rock and roll, haciendo de su propia identidad un elemento clave en el aguerrido y acelerado tono global adoptado. Así, ese descarado paso trotón nos llevará por medio de una desmelenada “Luego” a esos primeros Deltonos más desvergonzados, haciendo de Rockpile, The Blasters o el pub-rock incendiarios mentores para “Homer” o en el machaconamente suculento tema titular. Un lenguaje musical que incluso se tomará alguna licencia menos abrasiva en la bailable y contagiosa “El buen mal”, recubierta de una ácida letra, o por medio de “Cientocuarenta”, en la que se cuela entre la contundencia un halo melancólico con el que glosar el duro “modus vivendi” ofrecido por la carretera.
Lo que a priori parecía estar llamado a ser un nuevo disco en el que este trío siguiera desenvolviéndose, con la clase ya demostrada, en un territorio colindado por el country, sin embargo se nos presenta con la piel erizada y dejando a un lado los sombreros vaqueros y las vistas desde el porche para mostrar su lado más crudo y eléctrico con el que destilar los orígenes del sonido negro y su díscola prole. Un contexto pintiparado para recordarnos la obvia -pero irrefutable- realidad de que, salvo sorpresa mayúscula, todos vamos a morir. Aceptada por lo tanto esa máxima, cuanto menos sería conveniente asfaltar el camino previo a dicha llegada con una excitante banda sonora, de la que ya sin duda debería formar parte este álbum, y de paso ponderar en su justa medida a quien, como es el caso de Hendrik Röver, lleva décadas sirviéndonos una sobresaliente obra con la que recorrer de la mejor manera posible este trayecto vital de conocido desenlace.